Os sabéis eso de “un camello es un caballo diseñado por un comité”, ¿no?. Pues eso, en un entorno como el publicitario, en el que los comités tienden a ser más dañinos que una fábrica de jorobas para caballos, uno acaba valorando lo gratificante del proceso tanto o más que lo satisfactorio del resultado.
En realidad, el resultado de la campaña que he dirigido, escrito y protagonizado para El País lo tenéis que valorar vosotros, lo que me toca a mí agradecer es lo fantástico que ha sido el proceso creativo junto a Paloma Bravo (sigo su blog), Gumersindo Lafuente y demás. Salir de las reuniones con la sensación de haber dicho más tonterías de las que he oído es una sensación maravillosa.
Cuando se hace una campaña que incluye diferentes soportes lo tradicional siempre ha sido resumir un mismo discurso en función de los tiempos que exige cada medio. Y entender cada transformación como algo dictado por los imperativos formales básicos.
De lo que estoy orgullosísimo es de que la campaña que hemos desarrollado no se componga de adaptaciones de un mismo texto, sino de diferentes relatos adaptados a diferentes modos de lectura: El spot de treinta segundos es directo, con un ritmo muy preciso, y puede entenderse de una tacada, según se emite en televisión. El de setenta segundos es su reverso (¿o es su secuela?), y contiene detalles y trucos que permiten el visionado repetido y fragmentado más propio en Internet. Las dos piezas, al igual que la cuña para radio, no se entendieron como variaciones de un mismo mensaje, sino como piezas complementarias que aludían a distintos públicos y distintas formas de lectura.
Si queréis lo digo de otra manera: Es una gozada que en una campaña publicitaria te dejen meter paradojas temporales, bilocaciones, crisis internacionales, café derramado y Obama pegándose una hostia tontísima.
¡Gracias!