Algunos funcionarios tienen privilegios difíciles de explicar. Y, por lo general, no son los mismos empleados públicos que tienen sueldos mileuristas o que cobran las pagas a plazos. No. Pero así son las cosas. Los vecinos de la zona donde se hallaban los juzgados del paseo de Lluis Companys, en Barcelona, ya se habían acostumbrado a que el espacio supuestamente público estuviera privatizado al servicio de funcionarios de Justicia. Asumían que la policía necesitaba aparcar cuando transportaba presos para un juicio e incluso que los jueces tienen que entrar y salir para diligencias varias. Hace dos años que los juzgados se fueron a la llamada Ciudad de la Justicia. Y ¿qué pasó? que el espacio público siguió siendo privado. Ni una sola plaza de las más de 80 de aparcamiento reservadas en aquellas calles quedó liberada para el vecindario o para que jugaran los críos en plena calle. Ni una sola. Se dice pronto.
Hubo algún vecino osado que, consciente de que, aunque el Ayuntamiento de Barcelona pareciera no saberlo, los jueces ya no estaban allá, decidió aparcar. El resultado fue contundente: la Guardia Urbana multó a los primeros y la grúa se llevó a los segundos. Y así sigue.
El edificio está cerrado a cal y canto. Cualquiera puede darle la vuelta y comprobar que los accesos están tapiados con cemento. Ni los fantasmas judiciales pueden entrar allí. ¿Para quién son esas plazas? Se pregunta I. N., vecino de la zona y evidentemente molesto.
Allí aparca el personal de Justicia, explica un portavoz del Ayuntamiento de Barcelona. Pero si no hay juzgados. Bueno, allí, exactamente, no hay, pero al otro lado del paseo está el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Claro que ese personal ya tenía plazas. ¿Necesita más? De hecho, ¿debe la ciudad garantizar el derecho de aparcamiento privado (hay que insistir en lo de privado) a los secretarios de juzgado o a los administrativos de los juzgados o incluso a los vigilantes?
Las plazas fueron reservadas, insiste el consistorio, en virtud de un acuerdo con el decanato de los juzgados. Pero eso es algo que los vecinos no discuten. Cuando había juzgados, se reservaban aparcamientos. Si los juzgados se van, ¿por qué se mantienen? Los funcionarios que deben desplazarse para diligencias ¿no cuentan con vehículos públicos? ¿Se exige tener coche privado para ser funcionario de Justicia? Pero hay más. Cualquiera que dé un paseo por allí podrá ver que hay supuestas acreditaciones que son puras fotocopias. Y eso resulta casi una metáfora: acreditaciones dudosas rodeando un edificio fantasmagórico, tapiado y vacío.
Cuenta José María Mena en su excelente libro en el que relata su trayectoria de fiscal, que había visto cómo algunos ciudadanos, al entrar en la sala y ver a los jueces vestidos casi de capellán, se santiguaban. Un conjuro ante los peores males que puede provocar una institución que ha dejado en la lengua castellana una de las peores maldiciones que se le pueden echar a alguien: "tengas juicios y los ganes". Es decir, entrar en un tribunal es horroroso incluso ganando. Los vecinos de lo que fueran los juzgados piensan que es tan terrible, que la maldición se mantiene viva una vez desaparecidos los jueces y los juzgados. León Felipe se fue y se llevó, dijo, la palabra. Los jueces se han ido pero se han quedado el espacio. Con el permiso del consistorio que miró para otro lado o para ninguno, claro.
Postdatas:
No todo es malo en la vida, cuando se habla de las administraciones públicas. En la primera entrega de este blog se hablaba del injustificado retraso de las obras en la AP-7. Abertis ha enviado una nota en la que explica que el Ministerio de Fomento autorizó, con fecha 15 de diciembre, la licitación de los trabajos para eliminar las antiguas barreras de El Vendrell y Tarragona y superar la situación de provisionalidad que se arrastra durante casi un año.
El consejero de Territorio, Lluis Recoder, ha procedido a arreglar el firme de la C-32 a su paso por Gavà, después de conocer, a través de este blog, la situación del tramo, con la presencia de un radar un tanto anacrónico.
El Ayuntamiento de Barcelona, tras dar largas primero a las explicaciones sobre el mantenimiento de las plazas reservadas a un juzgado que se fue, ha añadido que abre un proceso de reflexión sobre qué debe hacer con ese espacio. Le ha costado enterarse, pero más vale tarde que nunca.
Moraleja: nunca hay que dejar de quejarse. A veces las cosas se arreglan. Sólo los conservadores recalcitrantes no creen en las mejoras que aporta el progreso. Como dijo una vez Manuel Vázquez Montalbán: si no fuera por los progresistas, ellos segurían con una argolla en la nariz.
Imgen tomada por Laura Clavijo.