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Sobre el blog

Recoge quejas de los lectores sobre el funcionamiento de la administración y las empresas públicas. El ciudadano que sea mal atendido por una empresa privada, puede optar por otra, pero no puede cambiar de ayuntamiento, administración autonómica o general del Estado. Y las paga.
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Sobre el autor

Francesc Arroyo

Francesc Arroyo es redactor de El País desde 1981. Ha trabajado en las secciones de Cultura y Catalunya (de la que fue subjefe). En la primera se especializó en el área de pensamiento y literatura. En los últimos años se ha dedicado al urbanismo, transporte y organización territorial.

No Funciona

El manantial de la Gran Via

Por: | 25 de enero de 2012

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La sierra de Collserola tiene inventariadas 269 fuentes. Algunas, ya desaparecidas; otras, con escaso nivel de agua y algunas, sin interés alguno como la llamada "de la paciencia". En el valle, había también fuentes y sus habitantes las usaban en días de ocio para hacer excursiones y merendar o apagar la sed. La costumbre sigue viva aún en la sierra barcelonesa, como puede comprobar cualquiera que la pasee a pie o en bicicleta. Lo que no era de esperar es la aparición de nuevos manantiales. Eso sí, sólo aptos para vehículos. El paseo para degustar la frescura del agua y su murmullo al brotar y discurrir no es posible en este caso. Se trata de un manantial aparecido hace algunos meses (bastantes, más de un año) en la Gran Via, en l'Hospitalet del Llobregat. Está en la parte soterrada de la misma, entre el espacio que ocupa un centro comercial y la denominada Ciudad de la Justicia, cualquiera que sea la cosa que allí se imparte.

La nueva fuente está perfectamente señalizada y anunciada. Llegado por la avenida desde El Prat, hay un letrero luminoso que avisa al peregrino que se dirige hacia Barcelona: "A un kilómetro, agua en la vía", según explica A. G., vecino de Gavà y usuario habitual del trayecto. "Se podría pensar que es un filtración producto de las lluvias", explica, "pero es que hay un charco bastante amplio ahora mismo, cuando hace meses que no llueve". En efecto: saludando al visitante, allí está el letrero y el charco que se nutre del generoso manantial.

La Gran Via fue construida por un consorcio formado por diversas administraciones y su mantenimiento, explica un portavoz del Ayuntamiento de l'Hospitalet, donde está el manantial, filtración o fuga, depende del Gobierno de la Generalitat. La alcadesa de l'Hospitalet se llama Núria Marín. El consistorio, que encargó la decoración de la zona, tiene conocimiento de los hechos desde hace meses, como cualquier hijo de vecino que pase por allí, pero la solución no depende de él, sino del Departamento de Territorio y Sostenibilidad, que dirige Lluís Recoder. Pues, bien, este departamento también conoce la situación, desde hace meses. Pero conocer la situación no equivale a conocer las causas y, mucho menos, a solucionar el asunto. ¡Ah, si el mero saber tuviera todos esos poderes! En fin, que los técnicos del gobierno catalán llevan días, semanas, meses, más de un año, tratando de averiguar por qué la Gran Vía presenta desde hace todo ese tiempo un considerable charco de agua que ocupa más de un carril y que resulta peligroso para el tráfico, como lo demuestra el aviso luminoso constante. Como el departamento se ocupa también de la sostenibilidad (sin que se sepa muy bien a qué sostenes se refiere ese nombre) es de suponer que haya previsto también acabar con la pérdida de agua que la filtración supone para un país cuyo Gobierno pretende abastecerse desde el Ródano. Igual con la que se pierda en la Gran Via ya no era necesario el trasvase.

 ¿Cómo es posible que una fuga constante de agua, perfectamente detectada, no pueda ser reparada en más de un año?. "Estamos en ello", dice un portavoz de Territorio y Sostenibilidad.

Público y privado

La historia de esta pequeña desidia enlaza con la última publicada (la que explicaba que las gomas puestas en las paradas de autobús de Barcelona eran un desastre). Cualquiera que haga obras en la escalera de su casa, se irrita si le aparece una fuga que le encharca el rellano y, desde luego, trata de poner solución a corto plazo. Pero el tratamiento de lo público parece llevar otros ritmos. En el caso de las gomas, el consistorio barcelonés ya explicó la pasada semana que se ha dado orden de retirarlas porque han resultado una chapuza con muy escasa duración: fueron instaladas a finales de 2009.

Ya publicada la nota, un portavoz amplió la respuesta. Los fallos aparecieron casi de inmediato, de modo que se procedió a no devolver una cantidad, 137.371 euros, que la empresa que hizo las obras depositó como aval. No se pudo hacer más porque la garantía era, según la misma fuente, de un año. ¡Un año de garantía! La norma legal para una tostadora o un transistor obliga a las empresas a dar dos años.

La base de tan escasa garantía es el texto refundido de la ley de contratos del sector público. Pero ese texto no dice que la garantía deba ser de una año. En su artículo 235 apartado 3 afirma que el plazo de garantía "no podrá ser inferior a un año, salvo en casos especiales", salvo para "vicios ocultos" (que cada cual interprete como quiera esta expresión), que es de 15 años. El Gobierno catalán aplica un norma más lógica: empieza a contar el plazo de la garantía a partir de la recepción definitiva, lo que viene a ser un par de años después de puesta en funcionamiento, además de definir, como marca la propia ley, el plazo de garantía en el pliego de condiciones del contrato, teniendo en cuenta la obra y el tipo de materiales.

Y aún así, ahí está el manantial de la Gran Vía, soltando agua sin tregua ni descanso. Y es que, parafraseando una paráfrasis de Mourinho, las inauguraciones tienen muchos padres; el mantenimiento, ninguno.

Imagen tomada por Marcel.lí Sàenz.

Obstáculos muncipales para subir al autobús

Por: | 18 de enero de 2012

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El lector C. P. R. escribe para señalar que, desde hace un tiempo, ve con perplejidad que las bandas rugosas instaladas por el municipio de Barcelona en las paradas de autobús de TMB están peor que mal. Se trata de unas bandas de caucho pensadas para ayudar a las personas con visibilidad reducida. El problema es que el caucho pegado a la calzada y el sol no son buenos amigos y las más de esas bandas están hoy reventadas, partidas, rotas o desaparecidas. El resultado es que el camino que debiera ayudar a esas personas a llegar a la puerta del autobús se transforma en un calvario donde es más fácil tropezar que avanzar. C. P. R. reconoce la buena voluntad del anterior gobierno municipal, pero critica el estado actual que resulta, a la postre, contraproducente. Ya dice el refrán que el infierno está empedrado de buenas intenciones.

Lo cierto es que esas bandas tienen cuatro días. Fue muy avanzado el año 2009 cuando el consistorio, que entonces presidia Jordi Hereu, anunció que, antes de final de año, las paradas de autobús estarían adaptadas a las personas de movilidad reducida. Esto incluía las bandas y otras medidas, además de los paneles de información luminosa (esos que aciertan de vez en cuando el tiempo de espera del autobús). El presupuesto era de 3,7 millones de euros, procedentes del llamado Plan Zapatero. Era el tiempo en el que el Gobierno central afirmaba que la crisis se superaría con más inversión y se promovieron diversas actuaciones municipales con fondos estatales.

Las bandas se instalaron en 1.500 paradas con una extensión que ronda los 5.000 metros cuadrados. Apenas un par de años después, lo que queda es peor que nada y el actual gobierno municipal ha dado a los distritos orden de arrancarlas en cualquier sitio que estén mal, lo que equivale a decir que en casi todos los puntos.

El diseño de los paradas cuyo resultado ha sido tan lamentable fue de los técnicos municipales, según coinciden en afirmar tanto los portavoces del gobierno municipal que hoy encabeza Xavier Trias, como los representantes del grupo socialista. Ambos explican también el hecho por lo mal que el caucho soporta el sol y los cambios de temperatura. Los socialistas añaden que la falta de mantenimiento tiene algo que ver con el desastroso final. Ni socialistas ni convergentes saben explicar cuál es el plazo de garantía de una obra pública y, menos aún, si esta obra (dos años y un par de meses de vida) está todavía afectada por esa garantía. Algo que hubiera preocupado a cualquier vecino que hubiera hecho obras en su casa, pagando con dinero propio. De modo que la obra se hizo, se pagó y se arrancará, lo que costará otro dinero. Y aquí paz y después gloria. Eso sí, se está estudiando (posiblemente los mismos técnicos), otra solución, aunque las dificultades inversoras no hacen que las personas con movilidad reducida puedan ser optimistas respecto a los plazos. Bastante tendrán con que les quiten el problema y dejen de tropezar con lo que era una buena idea mal concebida y peor realizada.

Imagen tomda por Carles Ribas.

 

El caso de la maleta evanescente

Por: | 11 de enero de 2012

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¿Puede desaparecer una maleta del maletero de un taxi? Puede. ¿Cómo? Eso es más difícil de explicar sin recurrir a la magia. Pero ocurrió y éste es el relato de parte de los hechos. Una mujer desciende de un avión en el aeropuerto de El Prat, recoge su maleta sin mayores contratiempos (lo que ya es decir) y se dirige a la parada de taxis para tomar uno que la lleve a su casa, situada en Barcelona. El taxista es un tipo amable, con el que departe hasta la llegada a la dirección correspondiente. El hombre, de unos 60 años, le extiende un recibo en el que figura el suplemento por la maleta. Total: 27 euros. Una vez pagada la carrera, la mujer desciende a la espera de que el conductor haga lo propio, abra el maletero y le devuelva la maleta. Pues no. Siempre según su versión, apenas puestos los dos pies en tierra, el vehículo arrancó y se perdió en las calles de la ciudad. Ella se quedó pasmada, con el recibo en la mano y sin la maleta en la que estaban, entre otras cosas, las llaves de su casa. Eran las nueve de la noche del jueves 17 de febrero de 2011.

El relato no necesita contar cómo alcanzó a entrar en casa y, tras digerir la sorpresa, llamar a los Mossos d'Esquadra para saber qué se hace en estos casos. La suposición de todos fue la más sencilla: se trataba de un olvido y, en cuanto se diera cuenta, el conductor procedería a entregar la maleta o en su casa o en el servicio de objetos perdidos del Instituto Metropolitano del Taxi. El consejo de los agentes fue esperar y no precipitarse con una denuncia. Esperó. El viernes, el sábado, el domingo. Y nada.

Por el medio, dio la placa al Servicio Catalán del Taxi para que localizara al conductor y le señalara el, hasta ese momento, supuesto olvido. El servicio tenía dos teléfonos del individuo, pero no respondía en ninguno de ellos. De modo que, pasado un tiempo (ella seguía sin la maleta, en la que, entre otras cosas, estaban su gafas de leer) se le envió una carta para que acudiera a las oficinas de la entidad.

El lunes 21, la mujer consideró que la cosa iba en serio y puso una denuncia, como único modo de localizar al taxista. Los mossos acudieron al instituto del taxi y lograron identificar al conductor. Hecho esto, pusieron los hechos en conocimiento del juez sin interrogarle en ningún momento. El juzgado sí lo interrogó y el conductor negó lo hechos. Como ya había dicho al Servicio Catalán del Taxi, en su coche no había ninguna maleta. Nada. Total: palabra contra palabra. El caso era de los que sólo hubiera podido resolver Sherlock Holmes, que no es mosso d'esquadra, ni trabaja para la policía judicial. Además, explica el portavoz del cuerpo policial, aun tratándose de un hurto, el valor de lo desaparecido era inferior a 400 euros. Por lo tanto, según la legislación vigente, no hay delito sino falta.

El juzgado resolvió, visto lo visto y oído lo que pudo oír, que no podía decidir con precisión de parte de quien estaba la verdad y archivó el caso. El Instituto Metropolitano del Taxi, por su parte, habló con el taxista que volvió a negar los hechos y de ahí no pudo pasar. El gerente de la entidad, Eduard Ràmia, se muestra consternado. Deja claro que los hechos son insólitos, que no acostumbra a haber denuncias de este tipo, pero admite que si mañana eso le ocurre a otro cliente, éste no podrá, como le pasó a la víctima de estos hechos, demostrar que entregó una maleta. "Lo habitual", insiste Ràmia, "es que todo salga bien y si el cliente se olvida algo en el coche, normalmente el taxista acude a nuestro propio servicio de objetos perdidos, que nos cuesta 40.000 euros al año, y lo deposita allí".

Bueno, lo cierto es que la inmensa mayoría de taxistas son gente honrada. Seguramente entre los taxistas hay el mismo porcentaje de sinvergüenzas que entre los periodistas o entre los militares sin graduación. Vamos, que en todas partes cuecen habas. Generalizar sería, además de injusto, absurdo. Pero Ràmia no tiene respuesta para la pregunta: ¿Qué ocurre si mañana un taxista decide no devolver otra maleta? A lo sumo admite que si esta práctica se generalizase, se tomarían cartas en el asunto. "Otra cosa", explica, "es si en vez de una maleta hubiera sido un teléfono o un portátil. Es más tentador quedárselo o, también, que el conductor no se dé cuenta y se lo quede el pasajero siguiente". En cualquier caso, pide a todos los ciudadanos que denuncien cualquier práctica irregular de los taxistas.

El portavoz de los Mossos admite que se  reciben no pocas denuncias por robos de maletas. "Algunas, que presentan turistas, son claramente falsas, pero tenemos que aceptarlas. Las ponen para cobrar el seguro una vez vueltos a casa. En este caso, es la aseguradora la que debe instar la investigación si cree que la denuncia es falsa".

Es evidente que éste no es el caso. La mujer era perfectamente barcelonesa. No exageró el valor de la maleta desaparecida y su continente y no ha pretendido cobrarla del seguro. En voz baja, casi como una confidencia, representantes del Instituto del Taxi y de los mossos reconocen que una queja así es muy rara si no se basa en hechos reales. Pero pronto recuperan el tono de voz normalizado y añaden que es imposible decidir quién tiene la razón.

En fin, así son las cosas. Ahora, los viajeros, además de sufrir en las cintas transportadoras de los aeropuertos que devuelven (no siempre) las maletas; tendrán que angustiarse al cederla al taxista. Aunque también puede ser que la maleta se desvaneciera en el trayecto. A veces se dan milagros, que no son sino una alteración incomprensible de las leyes de la naturaleza. De modo que a la maleta le pasó como a aquel que dijo "ahora me veis y luego no me veréis". Y nunca más se supo.

 Imagen tomada por Javier Corso.

El vecino más incómodo: una gasolinera

Por: | 04 de enero de 2012

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M. G. ha leído que en algunos lugares, por ejemplo, la Comunidad de Madrid, donde impera Esperanza Aguirre, se permite la apertura de los comercios sin interrupción las 24 horas de todos los días del año. Anota que entiende la polémica sobre el conflicto de intereses entre la libertad de comercio y el derecho al descanso semanal y sugiere que, en Cataluña, se añade a la discusión no poca hipocresía. Aceptaría, dice, la libertad de horarios, "aunque ése uso de la palabra libertad sea un tanto discutible", pero lo que asegura no entender es por qué unos pueden abrir y otros no pueden hacerlo. En especial, dice, no entiende por qué se critica tanto que abran algunos establecimientos comerciales, regidos a veces por inmigrantes que no parecen nadar en la abundancia ni explotar a nadie (aunque no sólo), mientras que se mira para otra parte ante prácticas consolidadas. Por ejemplo, las gasolineras."¿Por qué una gasolinera puede abrir siempre?", se pregunta.

Cataluña se rige por una ley de 23 de diciembre de 2004 que regula los horarios comerciales, explica un portavoz del Departamento de Empresa y Ocupación, cuyo titular es Francesc Xaiver Mena. Y ahí se acaba la historia. Es legal, nada más que añadir. En esta ley se establecen limitaciones para la mayoría de establecimientos, pero también se reseñan las excepciones. Y el artículo 2. apartado c. de esa ley dice que no se rigen por el horario general los puntos de "venta de combustibles y carburantes". Un portavoz de la asociación de estos comercios explica que las gasolineras son "un servicio público" y que "siempre ha sido así". Lo primero es más que discutible; lo segundo, también.

Que una gasolinera no es un servicio público es tan obvio que no vale la pena comentarlo. Baste decir que la apertura la deciden ellos y no la autoridad. Pueden abrir y cerrar cuando quieran. Pero es que, además, comenta M. G. son "uno de los peores vecinos que se puedan tener". Habla, claro, de gasolineras urbanas, situadas junto a viviendas. "Su usuarios hacen ruidos, no siempre imprescindible; sus productos huelen que apestan y, para colmo, son inflamables". M. G. entendería que el legislador hubiera dispuesto que las gasolineras urbanas ofrecieran un servicio similar al de las farmacias de guardia, pese a que mientras que la enfermedad se presenta muchas veces por sorpresa, no ocurre lo mismo con la falta de combustible de un vehículo. Hoy, la inmensa mayoría lleva un avisador de la situación del depósito. La cosa es tan evidente que la norma de circulación prevé sanciones para el conductor que se quede tirado con el depósito vacío. Si todo el mundo puede prever que necesita gasolina o gasóleo, basta con abrir en las franjas horarias que establece la ley de comercio citada.

La ley de comercio es una cosa bastante llamativa en la que no destaca la claridad. Así, por ejemplo, el artículo 1 apartado b dice que los establecimientos comerciales podrán abrir un máximo de 12 horas diarias. Y en el apartado siguiente afirma: "El tiempo semanal de apertura de los establecimientos comerciales los días laborales es de 72 horas como máximo". La ley no dice si el sábado es laborable o no. Se sobreentiende que sí, porque de lo contrario ambos apartados serían contradictorios entre sí. En una semana de cinco días laborables en los que sólo se pudieran abrir 12 horas cada día, el máximo semanal sería de 60. Esta interpretación viene avalada por la declaración de intenciones (totalmente conservadora) del preámbulo, donde se dice que la ley pretende "preservar el modelo comercial catalán". Cómo si existiera algo así. Como si el comercio de hoy se pareciera al del siglo XIX o, incluso, al de finales del XX. Salvo que lo catalán sea una esencia inmutable que vive en el cielo platónico. Una copia en pequeño de lo español, que es "una unidad de destino en lo universal".

Para colmo de guasa, el legislador tuvo a bien "recordar" que el Parlamento Europeo" tiene una resolución de 12 de diciembre de 1996 que insta a preservar el "descanso dominical" del "personal trabajador asalariado". Se entiende, que salvo el de las gasolineras.

M. G. insiste: "No me refiero a las gasolineras de autopistas o carreteras. Me refiero a las urbanas. Porque está claro que no son lo mismo". Así es. Muchas de las de carretera cierran de noche, olvidando, quizás, que son un servicio público para noctámbulos apasionados del tocino y la velocidad.

Lamentablemente para M. G., la cosa no lleva visos de cambio. El Gobierno dice que es legal; los empresarios del sector, que se ha hecho siempre; el legislador es pura correa de transmisión del Ejecutivo. Y ya casi nadie se acuerda de Descartes que escribió un día: "Aprendí a desconfiar de lo que sólo la costumbre me enseñó".

Imagen tomada por Javier Corso.

 

El País

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