El catolicismo
tiene voluntad absoluta. De verdad absoluta, de religión única (cuando puede) y
de imposición en lo público y lo privado. Caliente aún su presión sobre el
ministro de Educación, José Ignacio Wert,
a la que éste se ha prestado sin disgusto alguno; vigente aún el Concordato que
permite a los sacerdotes cobrar sueldos y no pagar impuestos; las instituciones
se aplican en recordarnos a todos que estas fechas son importantes para los
creyentes en los dogmas católicos adornando las calles con motivos navideños.
La Navidad es, en la liturgia católica, la celebración del nacimiento de un niño hijo, a la vez, de una virgen y de Dios, aunque en realidad se trate de la celebración cristianizada de una festividad pagana para el solsticio de invierno. En cualquier caso, hoy el consumo generalizado rememora el hecho religioso. Nada que decir a que cada cual crea y celebre lo que le venga en gana. Los problemas empiezan cuando la Iglesia católica se empecina en invadir dominios públicos y privados de otros. Por ejemplo, los balcones de las casas de la gente o las paredes de las fachadas. Sin permiso, al menos de los propietarios. Tiene, eso sí, permiso municipal para actuar en algo que no es del municipio. ¡Bingo!
Hace tres años, en diciembre de 2009, el peso de los adornos navideños arrancó de cuajo un balcón situado en la confluencia de las calles de Aribau y Diputació, en Barcelona. No hubo víctimas, pero podía haber habido varias. Como sí hubo una víctima mortal en el accidente sufrido hace unas semanas en la localidad sevillana de Dos Hermanas, donde un balcón se vino abajo y con él una persona que no sobrevivió a la caída.
Ya en 2009 este diario preguntó al consistorio (con un gobierno diferente al actual) si se pedía permiso a los propietarios de las viviendas para colgar de allí lo que fuera. La respuesta fue que no y que no era para tanto. Al año siguiente, un vecino de Sants se levantó por la mañana y vio que de su balcón colgaba un ornamento navideño. Molesto, llamó al Ayuntamiento de Barcelona. Le costó varias llamadas (una de ellas a este diario) y una semana de espera, pero le quitaron el chisme, “La primera respuesta que me dieron”, recuerda M. A. I., “fue que tenían permiso del presidente de la comunidad. Pero se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo, porque ese año el presidente era yo”.
Tras la caída del balcón en Dos Hermanas y antes de que se precipitaran algunos adornos en la misma Barcelona, M. A. I. llamó para saber si el consistorio pedía ya permiso para usar los edificios de otras personas. La respuesta es la siguiente: “Hasta ahora no había un sistema de aviso previo. Como es temporal y vinculado a la Navidad, es un asunto que genera aceptación general. Si algún ciudadano se quejaba a la empresa instaladora o al Ayuntamiento, se daba la instrucción para retirar el anclaje y reubicarlo. Actualmente, el Gobierno municipal ya ha dado los primeros pasos para mejorar la situación y este año se dispone de asistencia técnica para racionalizar los anclajes, reduciendo el impacto en balcones, fachadas y elementos del espacio público. Esa misma empresa está desarrollando un proyecto para definir un anclaje estándar para toda la ciudad y que quede prefijado en las fachadas o elementos del espacio público de modo permanente, previa autorización de los propietarios. Y está previsto que a lo largo del primer semestre de 2013 se desarrolle el sistema y se instale a partir del verano, para tratar de llegar a la Navidad de 2013 con todos los anclajes dispuestos”.
Resumiendo: no se pide permiso y, además, resulta que hasta ahora ni siquiera había asesoramiento técnico. ¡Apasionante respeto por los derechos de los ciudadanos! ¡A saber qué diría el consistorio si un barcelonés le dijera que este año está desarrollando un sistema para pagarle los impuestos el año que viene. Eso sí, mañana se arreglarán las cosas. Como si no se supiera perfectamente que mañana será otra día o, dicho en palabras del clásico, ¡cuán largo me lo fiáis!
Imagen tomada por Carles Ribas.