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Recoge quejas de los lectores sobre el funcionamiento de la administración y las empresas públicas. El ciudadano que sea mal atendido por una empresa privada, puede optar por otra, pero no puede cambiar de ayuntamiento, administración autonómica o general del Estado. Y las paga.
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Sobre el autor

Francesc Arroyo

Francesc Arroyo es redactor de El País desde 1981. Ha trabajado en las secciones de Cultura y Catalunya (de la que fue subjefe). En la primera se especializó en el área de pensamiento y literatura. En los últimos años se ha dedicado al urbanismo, transporte y organización territorial.

No Funciona

No todo suena bien en el Auditori de Barcelona

Por: | 26 de abril de 2013

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La historia de la traducción está llena de ejemplos extraordinarios. En lo bueno y en lo malo. Gracias a excelentes traductores una parte importante de la humanidad ha podido conocer lo que decía otra parte de esa misma humanidad. A veces, sin embargo, los patinazos resultan llamativos. Así, se cuenta que cierta historia de la revolución soviética atribuía no pocas victorias del Ejército rojo al “general Strike” (literalmente “huelga general”). Si alguien tiene ganas puede encontrar en la red traducciones mucho más que extraordinarias. Así, el menú que ofrecía, en castellano, “pan, agua o vino”, convertido al inglés en “bread, waters down or it comes”. La traducción inversa (del inglés al castellano) de un cartel, tampoco tenía desperdicio: “Extreme caution, Watch for ice” (“Máxima precaución. Cuidado con el hielo”) llegó a la lengua de Cervantes como “El reloj extremo del cuidado por el hielo”.

Sin llegar a estos extremos, véase lo que explica J. C. M., lector que se define como “editor y crítico musical”. En su carta explica que, “por accidente” dio con sus ojos en la versión castellana de la página web del Auditori de Barcelona. Así lo define: “Es una de las chapuzas más impresionantes que he visto nunca. No sólo está llena de errores gramaticales y ortográficos, también de concepto y de contenido. Algo imperdonable en un equipamiento cultural que quiere proyectar la imagen de Barcelona y Cataluña” en el mundo.

Para que se entienda bien pone algunos ejemplos: “El nombre de Johannes Brahms lo transforman en Mohanes Bramas. El título La zorrita astuta lo convierten en El pequeño zorro astuto”. No acaban aquí las cosas. Al hablar de Pau Casals y Joan Alavedra se indica que se conocieron “después del franquismo”. Para quien no retenga fechas: Casals murió en octubre de 1973, más de dos años antes de que lo hiciera el dictador Francisco Franco.

Sobre la redacción de los textos cita el siguiente ejemplo: "No deja de sorprendernos todavía la riqueza de un recorrido musical histórico natural que nos trae desde las leyendas de los castillos bohemios hasta la espuma de las aguas de los riachuelos llenos de sirenas imaginarias, así como los mitos fundacionales de la patria (como la historia de la hembra Sárka, un cuento moral sobre la dominación femenina por parte de los machos)". Y añade: “Dejando aparte lo raro que suena que un riachuelo, cuyo mismo nombre indica que es pequeño, esté lleno de sirenas, el paréntesis, con sus machos y hembras, es grotesco y ridículo. Por no decir que la frase es tan larga y está tan mal construida que deja sin aliento”.

El lector se puso en contacto con el Auditori hace un par de semanas, sin éxito excesivo. Este diario lo hizo después de haber recibido la carta de J. C. M. y de haber comprobado que algunas pifias (el nombre de Brahms) habían sido corregidas, pero otras seguían impertérritas. Así la obra de Leoš Janáček seguía con el nombre cambiado y la zorrita se mantenía como un “pequeño zorro”.

El portavoz de la institución explicó que conocían el caso, que el lector tenía razón y que se habían puesto en marcha para subsanar el problema. ¿Causas del problema? La empresa que asumió la traducción de los textos no lo hizo adecuadamente. Dicho sea de paso, tampoco hubo nadie que revisara el trabajo. El Auditori (edificio que se hizo famoso, entre otras cosas, por haber sufrido una plaga de pulgas) no quiso facilitar el nombre de la empresa en cuestión, de modo que no se ha podido recabar su opinión. Lo que sí dijo su portavoz es que se ha rescindido el contrato con la misma. No obstante, el trabajo, por llamarle de algún modo, ha sido pagado íntegramente. ¿Cuánto? Por las tareas de 2013 la firma traductora percibió 144 euros. Por las de 2012, cobró 3.500 euros. Al tratarse de cantidades reducidas, no hubo concurso sino adjudicación directa.

El Auditori se compromete a eliminar todos estos errores, aseguró su portavoz, y algunos otros detectados al proceder a las revisiones. Estaría bien que, además, alguien revisara los trabajos recibidos, a poder ser, antes de pagarlos con dinero público. No es pedir mucho: es lo mismo que haría cualquiera con obras en su casa o, más sencillamente, al ir a comprar la carne. Seguro que, con dinero propio, nadie pagaría la merluza congelada a precio de gambas frescas. 

Imagen tomada por Gianluca Battista.

Cosas de perros

Por: | 10 de abril de 2013

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“Los perros, ni tocarlos”. La frase es de quien fuera alcalde de Barcelona, Joan Clos y la dijo siendo, precisamente, alcalde. Su preocupación era la gente. En su opinión, hay no pocas personas que viven solas y que necesitan la compañía de un perro o de un gato para satisfacer sus necesidades afectivas cotidianas. Algo de razón debía de tener, pero el resultado ha sido una laxitud considerable a la hora de exigir a los propietarios de estas mascotas que cumplan con sus obligaciones cívicas. Esto, contra lo que puedan opinar algunos recalcitrantes defensores de los perros, no significa estar contra los perros, sólo significa estar contra los dueños de perros (o de cocinas de butano) que no cumplan las normas de convivencia que se han dado el conjunto de los ciudadanos. Está bien tener perros o grillos, si se quiere, pero en condiciones para los perros y para los demás ciudadanos (tengan o no perros, porque no tenerlos también es un derecho).

Viene el asunto a cuento de una queja de P. S., ciudadano que no tiene perro pero sí niños, y que vive en las inmediaciones del parque del Escorxador, en Barcelona. El parque en cuestión es el espacio público construido donde hace muchos años estaba el matadero y rematado con una escultura de Joan Miró. Bueno, en realidad, el verdadero remate es un edifico mucho peor que feo destinado a cuartel de bomberos que el consistorio construyó allí hace unos años contra la opinión de casi todos los ciudadanos. Seguramente los concejales de turno no estaban en contra y, aunque muchas veces no lo parezca, los concejales también viven en la ciudad a la que con tanta frecuencia maltratan.

El caso es que el parque, mutilado por el cuartel, es uno de los que dispone de un espacio reservado para perros. ¡Para que luego digan! Son unos 200 metros cuadrados, según explica el propio consistorio. Un espacio que incluye una fuente y una papelera para los excrementos caninos. No es mucho, pero hay quien vive en menos, para no hablar de los desahuciados, que se han quedado sin espacio alguno (gracias a los bancos, con el apoyo activo y pasivo de algunos legisladores). Pues la queja de P. S. es que algunos dueños de perros (no todos, pero bastantes) prefieren que sus perros ocupen el espacio dedicado a las personas que el reservado a los perros.

La humorista Eva Hache afirmaba en un monólogo que ella, cuando iba al parque, dejaba a su hijo en el espacio para perros, porque como éstos no lo usaban, estaba mucho más limpio que el resto del parque. Pues eso pasa en el parque del Escorxador: muy pocos perros en su espacio y muchos en el destinado a la gente.

La queja de P. S. coincide, explica un portavoz municipal, con una campaña del Ayuntamiento de Barcelona para concienciar a los dueños de perros de la necesidad del civismo. Lo cierto es que muchos de ellos ya lo están, conviene no generalizar: el incivismo está porcentualmente tan arraigado entre propietarios de perros como entre los periodistas o la Guardia Urbana. Como dice el refrán “en todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas”.

El consistorio ha iniciado este mismo mes la campaña ciudadana y la mantendrá hasta el verano en el parque de Joan Miró y en otros puntos de la ciudad. El objetivo de la campaña es múltiple e incluye: “sensibilizar a los propietarios sobre la necesidad de adoptar comportamientos cívicos; fomentar hábitos de conducta para mejorar la convivencia con los otros ciudadanos; hacer cumplir las obligaciones legales correspondientes”.

Los principales aspectos a controlar por los policías serán la comprobación de si el perro lleva el chip o tatuaje (el 84% no lo hace, lo que permite, por ejemplo, el abandono impune); la tenencia de razas potencialmente peligrosas; la recogida de las deposiciones (qué fino queda dicho así); y evitar que los perros ocupen el espacio de las personas.

Normalmente, las conductas  no son graves (lo que no quiere decir que no resulten un incordio para los demás), de modo que los guardias se limitan a advertir a los propietarios de que lo que hacen no está bien.  Si no hacen caso o tienen comportamientos de riesgo, los dueños son multados. El pasado año se pusieron 75 denuncias por comportamientos inadecuados. En 2011 fueron 101. De donde se deduce que la gente es más civilizada o que los guardias se dedican a otras cosas. Porque así lo deciden su mandos, claro. Con frecuencia se achaca a los agentes que no intervengan en esto o aquello, pero lo cierto es que la Guardia Urbana (como el resto de fuerzas policiales) tiene una dirección política. Y ahí es donde reside, las más de las veces, el problema. No porque sea un cargo político, sino porque lo hace mal y no importa si es del partido que gobierna. Los militantes poco espabilados también tienen derecho a una nómina pública. 

Imagen tomada por Consuelo Bautista.

El País

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