Para los
ciudadanos, circular por las informaciones que proporcionan las diversas
administraciones se ha convertido en una especie de acertijo. En cada caso hay
que descubrir si lo que te dice el empleado es verdadero o falso. Eso no
significa que sea el empleado quien miente; con frecuencia transmite la
información que sus jefes le han facilitado. Lo que pasa es que esa información
no es válida. Claro que no es de esperar que la cosa mejore en un país donde el
presidente del Gobierno puede decir que “todo es falso, salvo algunas cosas”, y
su segunda es capaz de articular la frase de “simulación en diferido”. Y para
no apuntar siempre al mismo sitio: ahí está el Gobierno catalán anunciando un
simposio sobre la represión de los catalanes por parte de España (la mera
formulación daría para un curso de semiótica), casi al mismo tiempo que
anunciaba que dispone de una máquina lanzachorros para reprimir a los propios
catalanes que se manifiesten si no les gusta el modo y la ocasión. Eso de los
catalanes reprimidos tiene cierta gracia. Es de suponer que para los
organizadores de la cosa, Porcioles
y Samaranch eran de Murcia. Y López Rodó, de Extremadura.
Pero volvamos a la queja de J. G. Tiene que ver con los rótulos que figuran en algunas paradas de los autobuses indicando, es un decir, el tiempo de espera para las líneas que allí paran. J. G. apunta (y este diario lo ha comprobado en diversas ocasiones) que las pantallas, en general, fallan. Dicho de otra manera: mienten. Anuncian que la línea, por citar un caso, 43 pasará en dos minutos y, en realidad, el autobús correspondiente ya ha parado, cargado, descargado y se ha largado. Y así sucesivamente.
TMB, empresa municipal que gestiona el servicio de autobuses barcelonés, reconoce los hechos. ¡Menos mal! Explica que para dar la información que aparece en las pantallas se tiene en cuenta la situación del autobús, el tiempo histórico que se tarda en recorrer la distancia hasta la parada, los semáforos existentes. Y después de computar todo eso, se vacía la información en la pantalla para uso y disfrute el pasajero que espera. Pero, casi siempre hay peros en TMB (menos a la hora de pagar dietas a sus consejeros políticos) hay un problemilla que hace que la información sea aproximada, con una variación de más dos minutos. Es decir, que cuando la pantalla indica “2 minutos” puede querer decir que ya ha pasado. Y si indica “inminente” ha pasado seguro porque en realidad lo que pretende decir (tonto el usuario que no acaba de entenderlo) es que el autobús se halla en el “área de influencia de la parada”. Al usuario le sería esa información de gran utilidad si el “área de influencia” fuera la situada antes de que el autobús llegue a la pantalla, pero si esa área es el tramo siguiente, no sólo no le sirve de nada, es que, además, le confunde, porque puede llegar a pensar que “inminente” significa “llegada inminente”, de modo que opta por esperar, cuando en realidad quiere decir “ya se ha ido”.
Como ha comentado alguna vez algún lector, algunos de estos problemas se solucionarían si los directivos de TMB tuvieran prohibido utilizar cualquier otro medio de transporte. No es el caso. Algunos, incluso van con chófer. Se supone que para dar ejemplo sobre el uso del transporte público en la ciudad.
Que las pantallas dan información falsa parece el modo más adecuado de definir la situación. Como ya se ha dicho, no es la única administración que confunde al personal. Esta misma semana este diario ha podido comprobar otros dos casos que se añaden como muestra del poco respeto que merece la verdad.
Ejemplo número 1: Aeropuerto de Barcelona, terminal 2. Día 10 de junio. En la zona de llegada hay obras y en las paredes de las obras un letrero que indica que, detrás, hay unos lavabos. Los usuarios que hicieron caso a esa información se llevaron un chasco: allí sólo les esperaba una cinta que impedía el acceso y un segundo letrero que indicaba que estaban cerrados. A menos de cinco metros de distancia se daban dos informaciones contradictorias. ¿Y qué? La persona de atención al cliente del aeropuerto reconoció los hechos. Con gran amabilidad (que permitía ver que estaba hasta el gorro de la dirección del aeropuerto) explicó que aquellos lavabos llevaban semanas cerrados por las obras. Ese mismo día, casualidad, había que abrirlos, pero estaban peor que guarros, de modo que seguían cerrados. Eso sí, al ciudadano se le decía lo contrario.
Ejemplo número 2. E. M. P. Llama al servicio de atención al cliente de Correos. Tiene que recibir dinero a través de Western Union de un país que no forma parte de la UE y quiere saber si se lo pueden entregar en un talón para luego llevarlo a un banco. Y en caso afirmativo, si el talón se puede recoger en cualquier sucursal o sólo en algunas. La persona que le atiende le dice que en cualquiera le harán un talón, que no se preocupe. E. M. P. acude a la más cercana a su casa. Pues no, la información de la atención al cliente era también falsa. “La atención al cliente no la da Correos sino una empresa externa”, explican dos empleados de la oficina de Correos, “nos pasa a menudo que dicen una cosa por otra”. ¡Bingo!
Decir una cosa cuando hay que decir otra equivale a mentir, que es una cosa muy fea. Porque está claro que ni TMB ni AENA ni Correos se dedican a gastar bromas. ¿O todo es una broma, eso sí, pesada?
Imagen tomada por Carles Ribas.