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Sobre el blog

Recoge quejas de los lectores sobre el funcionamiento de la administración y las empresas públicas. El ciudadano que sea mal atendido por una empresa privada, puede optar por otra, pero no puede cambiar de ayuntamiento, administración autonómica o general del Estado. Y las paga.
Los lectores pueden dirigir sus quejas a @elpais.es

Sobre el autor

Francesc Arroyo

Francesc Arroyo es redactor de El País desde 1981. Ha trabajado en las secciones de Cultura y Catalunya (de la que fue subjefe). En la primera se especializó en el área de pensamiento y literatura. En los últimos años se ha dedicado al urbanismo, transporte y organización territorial.

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No Funciona

Ruido en el metro

Por: | 30 de septiembre de 2013

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Barcelona, decía el locutor Luis Arribas Castro, es un millón de cosas. También un millón de situaciones. Algunas repetidas y repetidas y repetidas. Unas, agradables; molestas, otras. Ejemplo de lo último: los individuos que asaltan el metro provistos de un carrito con altavoz estridente. Entiéndase bien: no es una crítica a una gente que trata de sobrevivir como puede a una de esas situaciones verdaderamente molestas, indignantes: la injusticia social que les niega el derecho al trabajo y, a veces, incluso su reconocimiento como personas. Una situación, dicho sea de paso, que cuenta con la esforzada colaboración de los gobiernos europeo, español, catalán y barceloneses (contando el de la Diputación y el municipal). Abandonados por las instituciones, se ganan la vida como malamente pueden. Si a vivir de la caridad puede llamársele “ganarse la vida” y no es más bien una forma de perderla.

Viene esto a cuento de la queja de T. J. sobre la presencia de este tipo de músicos en el metro. Él mismo señala que no se trata de quejarse de que haya músicos, sino de que toquen con altavoz. A veces, a toda pastilla, para ser oídos desde cualquier parte del vagón e incluso desde los vagones adyacentes. En teoría está prohibido, pero ya se sabe que el cumplimiento de las normas no es la principal preocupación de las autoridades. Hay que añadir que los músicos en cuestión tienen que competir con dureza frente a la megafonía del metro, las más de las veces, insoportable. Suena a un volumen tal que resulta difícil desentrañar el mensaje, si lo hay. Para no hablar de ese raro engendro llamado “MouTV”. ¿Mourinho televisión?

Este diario ha realizado un experimento: cuando atruena el sonido de los altavoces de una estación, apretar el botón que comunica con los responsables de la misma para notificarlo. La respuesta, en varias ocasiones, ha sido siempre la misma: el volumen no se gradúa desde la propia estación, sino desde un control centralizado. Moraleja: a fastidiarse tocan.

Y volviendo a lo de tocar. Es evidente que los músicos del metro (cuando llevan altavoz) molestan a bastantes pasajeros. Sobre todo, a aquellos a quienes les cae el chisme al lado. Es evidente también que, en las más de las ocasiones, la calidad del sonido es lamentable. De todas formas, cabe no descartar que incluso en estos casos haya quien disfrute. Después de todo, hay gente a quien le gusta Julio Iglesias. Pero es también evidente que uno tiene cierto derecho a viajar tranquilo, leyendo o hablando con alguien la lado. Que toquen lo que quieran, pero sin estruendo y luego que quien lo desee les dé la limosna que considere oportuno.

T. J., el lector, insiste en que no se queja tanto de los músicos como de los responsables del metro que no evitan estas situaciones. Un portavoz de TMB lo niega. Dice que, con frecuencia, el propio conductor abre la cabina y les dice que se vayan. Eso, según la misma fuente, sucedió hasta 3.496 veces, lo que supone un aumento del 10% respecto a 2011. Y precisa la portavoz, “Esta actividad se entiende como incluida en las prácticas molestas prohibidas por el reglamento y la ley ferroviaria”, de forma que quien la practica “es desalojado de la red”. Es posible. ¿Para qué dudar de la palabra de los responsables de TMB? Que ninguna persona consultada (al margen de los empleados de TMB) haya presenciado nunca este fenómeno no implica su inexistencia. Se puede creer en él como hay quien cree en la existencia del monstruo del lago Ness. En los músicos con altavoces no hay que creer: se oyen. ¡Vaya si se oyen!

Imagen tomada por Estefanía Bedmar.

El peatón siempre pierde

Por: | 13 de septiembre de 2013

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Las bicicletas han llegado a Barcelona para quedarse. Puede que un día desparezca el coche de gasolina y es de esperar que lo hagan las motos más ruidosas, sustituidas por otras eléctricas. Pero los vehículos movidos por energía animal van a durar mucho tiempo. Lo que no se entiende es a qué esperan las autoridades para regular la convivencia entre los diferentes tipos de vehículos y los peatones. Cada vez son más las quejas por invasión del espacio peatonal y cada vez es más indiferente la actitud del Ayuntamiento de Barcelona que parece conformarse con hacer declaraciones y promesas vanas.

M. N. envía la siguiente nota: “Escribo este comentario para quejarme del uso que hacen los ciclistas de las ramblas de Fabra i Puig y Onze de Setembre del barrio de Sant Andreu. Un servidor es paseante asiduo de estas dos ramblas y no ha visto en sus suelos señales de prohibición de bicicletas como he visto, por ejemplo, en la Rambla de Catalunya”. Añade que la presencia continuada de terrazas de bares en el paseo hace que el espacio del paseante quede, además, reducido a la mitad. El resultado es un peligro constante para los peatones porque “muchas veces, numerosos ciclistas confunden ambas ramblas con velódromos”.

Un par de paseos por los lugares citados dan, por completo, la razón al lector: aquello es una selva de sillas y ruedas. Como en todas partes hay de todo, algunos ciclistas que se mueven con cierto respeto hacia los demás. Otros, en cambio, lo hacen a una velocidad amenazante. Sobre todo cuando circulan aprovechando el sentido descendente de la calzada, de modo que el acelerón es mucho más fácil.

La zona de la que habla el lector se divide en dos partes, con dos nombres distintos, aunque cualquiera diría que se trata de la misma calle. Un tramo se denomina Fabra i Puig (entre la calle de Concepció Arenal y Gran de Sant Andreu) y desde ahí hasta el final pasa a llamarse Onze de Setembre. El conjunto no supera apenas el kilómetro y medio y acoge una veintena de terrazas. Algunas de ellas, como las situadas cerca de la confluencia con la calle de Santa Coloma, están estratégicamente situadas: una a la derecha, la otra a la izquierda y la tercera nuevamente a la derecha, lo que obliga a los viandantes a moverse zigzagueando. También a los ciclistas, claro. El resultado es un aumento del riesgo de colisión.

El Ayuntamiento de Barcelona, a través de un portavoz oficial, dice ser muy consciente de la situación de desmadre de la calle. “Estamos intentando arreglarlo”, asegura la misma fuente. Los lectores son muy libres de creerlo. La solución pasa por colocar todas las terrazas en el mismo lado, de modo que haya una parte diáfana para la circulación de la gente. Lo de las bicicletas, verdadera queja del lector, está más crudo. Cada vez que el equipo de Xavier Trias dice que va a solucionarlo, la cosa se complica un poco más. Ocurre en toda la ciudad, pero, como señala el lector, se sufre mucho más cuando hay espacio para que los desaprensivos le den a los pedales con toda su fuerza. Además, ya se sabe que los barrios obreros nunca son la prioridad de un gobierno de derechas como es el de CiU en la ciudad de Barcelona. Se diría que se les hace pagar no haber votado a la coalición en tantos años.

La inspección de la zona arroja otra anomalía: es imposible saber si las terrazas ocupan la zona por la que pagan o mucha más. Teóricamente, el espacio reservado debe estar señalado con una línea pintada en blanco sobre el pavimento. En algún caso lo está, en otros, nada. El portavoz municipal sostiene que eso se debe a que Barcelona se halla en una “etapa de transición”. La obligación de pintar todo el perímetro es de la ordenanza antigua. La nueva establecerá que sólo hay que pintar los ángulos que delimitan el perímetro. El hecho es que, la mayoría (allí y en otros puntos de la ciudad) no tienen pintura alguna y ocupan el espacio que les viene en gana. Con una diferencia sobre las bicis: las mesas, de momento, no arrollan a nadie.

El autor de la queja se inspiró en una nota de este blog en la que se señalaba que hay muchas normas que no se cumplen. Las ramblas de Fabra i Puig y Onze de Setembre son un par de muestras de ello. Pero hay una norma que sí se cumple: si falta espacio para todos, lo mejor es reducir el de los peatones. Se quejan menos que los motorizados.

Imagen tomada por Consuelo Bautista.

Experimentos con las basuras

Por: | 04 de septiembre de 2013

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Barcelona
hace experimentos con la recogida de basuras. Y ni siquiera avisa.

La recogida de basuras, incluyendo los materiales reciclables, en Barcelona es cualquier cosa menos racional. Para empezar y a diferencia de países más ricos, aquí se destruye por norma tanto el vidrio como el plástico. Es cierto que se recupera, pero el consumo energético es mucho mayor que el que supone la mera limpieza. En el centro de Europa (e incluso en Cadaquès), donde la gente dicen que es más rica y, a veces, más feliz, los envases se devuelven a los centros comerciales y los ciudadanos recuperan el dinero del depósito. Si no quieren, por ejemplo en esas fiestas ciudadanas multitudinarias donde corre la cerveza y la botella queda abandonada en plena calle, entonces, no es infrecuente ver personas que, con un carrito, se dedican a recoger los envases que luego entregan en un centro comercial a cambio de un vale por su importe, a descontar de la siguiente compra. Además, en ciudades donde la especulación no ha sido consentida hasta el salvajismo de Barcelona, los edificios y bloques disponen de un cierto espacio para basuras, de modo que el abandono de los restos se puede hacer con cierta comodidad y facilidad por parte de los ciudadanos.

Barcelona inventó. Puso contendores de todo tipo (algunos malolientes) en las calles. Ahora mismo hay hasta cinco para residuos diferentes, más los elementos que no van a ninguno de estos contenedores y deben ser llevados a los llamados puntos verdes. ¡Fantástico eufemismo para lo que no deja de ser un escorial, es decir, un lugar para la escoria indeseada! Cinco contendores es un mundo, porque supone que en las casas, más bien pisos con medias de entre 70 y 90 metros cuadrados, hay que tener cinco bolsas para otros tantos materiales. Vale que los cargos políticos tengan pisos más amplios (su sueldo es, en general, mucho más alto que el del común de los trabajadores y parados), pero la mayor parte de la gente no tiene tanto espacio en casa como suponen sus electos.

Y a pesar de todo, la gente se esfuerza en el reciclado.

El caso es que, hasta ahora, los contendores de la calle se distribuían del siguiente modo: papel y cartón, plásticos y vidrio. Tres contendores distintos en un espacio común y verdadero. En otro lugar, normalmente a distancia, se ponían los contenedores para la fracción orgánica y el cajón de sastre justamente llamado “resto”. Todo tenía una cierta lógica: los tres primeros eran para materiales no perecederos y menos pestilentes, lo que permitía una recogida más espaciada. Es un decir. Los otros dos, para la basura más doméstica, también estaban juntos y se supone que eran vaciados en esos camiones que hacen un ruido infinito más o menos cada día. Además, el Ayuntamiento de Barcelona había hecho campañas para informar de cómo iban las cosas. Incluso, durante el mandato (se dice así, aunque ella daba la impresión de mandar más bien poco o nada) de Imma Mayol (ICV) se cambiaron los contendores. Eran tiempos de vacas gordas y nadie reparaba en gastos.

Bueno, pues de nuevo están cambiando las cosas, pero, a diferencia de la época de Mayol, donde la publicidad de las decisiones estaba más garantizada, ahora se hace con silencio y nocturnidad. El ciudadano se topa con los cambios y aprenden por ensayo y error. ¡Lógico! CiU no es una formación partidaria de la transparencia. Basta ver cómo intenta tapar todo lo referente al caso Millet.

Los residentes del barrio de Les Corts han visto como, desde hace unos días, los contenedores de basura orgánica ya no están con los de restos. Se han desplazado junto a los de papel, vidrio y plástico. Como éstos son más escasos, el resultado final es que hay menos. La gente sale de casa a tirar la basura y casi tiene que coger el metro para lograr hacerlo en el contendor adecuado. Eso sí, entre los contendores de restos se ha dejado hueco el espacio que antes ocupaba el de la basura orgánica. Con un poco de suerte, un día de estos declararán el sitio como zona verde.

El Ayuntamiento dice que se trata de un experimento y que los residentes han sido avisados. Este diario se ha paseado por diversas calles de Les Corts y no ha encontrado un solo vecino informado de los hechos. Puede ser que el resultado mejore el desaguisado actual. No es desdeñable. Es muy difícil empeorar las cosas. De todas formas, de momento, la información ha sido peor que la de la época Mayol.  Eso sí, no decir nada es incómodo para la población, pero desde luego es más barato. Después de todo, la gente acaba aprendiendo. Aunque también puede acabar por decidir que ya está bien la guasa y echarlo todo al contendor más cercano.

Imagen tomada por Toni Ferragut.

El País

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