Barcelona, decía el locutor Luis Arribas Castro, es un millón de cosas. También un millón de situaciones. Algunas repetidas y repetidas y repetidas. Unas, agradables; molestas, otras. Ejemplo de lo último: los individuos que asaltan el metro provistos de un carrito con altavoz estridente. Entiéndase bien: no es una crítica a una gente que trata de sobrevivir como puede a una de esas situaciones verdaderamente molestas, indignantes: la injusticia social que les niega el derecho al trabajo y, a veces, incluso su reconocimiento como personas. Una situación, dicho sea de paso, que cuenta con la esforzada colaboración de los gobiernos europeo, español, catalán y barceloneses (contando el de la Diputación y el municipal). Abandonados por las instituciones, se ganan la vida como malamente pueden. Si a vivir de la caridad puede llamársele “ganarse la vida” y no es más bien una forma de perderla.
Viene esto a cuento de la queja de T. J. sobre la presencia de este tipo de músicos en el metro. Él mismo señala que no se trata de quejarse de que haya músicos, sino de que toquen con altavoz. A veces, a toda pastilla, para ser oídos desde cualquier parte del vagón e incluso desde los vagones adyacentes. En teoría está prohibido, pero ya se sabe que el cumplimiento de las normas no es la principal preocupación de las autoridades. Hay que añadir que los músicos en cuestión tienen que competir con dureza frente a la megafonía del metro, las más de las veces, insoportable. Suena a un volumen tal que resulta difícil desentrañar el mensaje, si lo hay. Para no hablar de ese raro engendro llamado “MouTV”. ¿Mourinho televisión?
Este diario ha realizado un experimento: cuando atruena el sonido de los altavoces de una estación, apretar el botón que comunica con los responsables de la misma para notificarlo. La respuesta, en varias ocasiones, ha sido siempre la misma: el volumen no se gradúa desde la propia estación, sino desde un control centralizado. Moraleja: a fastidiarse tocan.
Y volviendo a lo de tocar. Es evidente que los músicos del metro (cuando llevan altavoz) molestan a bastantes pasajeros. Sobre todo, a aquellos a quienes les cae el chisme al lado. Es evidente también que, en las más de las ocasiones, la calidad del sonido es lamentable. De todas formas, cabe no descartar que incluso en estos casos haya quien disfrute. Después de todo, hay gente a quien le gusta Julio Iglesias. Pero es también evidente que uno tiene cierto derecho a viajar tranquilo, leyendo o hablando con alguien la lado. Que toquen lo que quieran, pero sin estruendo y luego que quien lo desee les dé la limosna que considere oportuno.
T. J., el lector, insiste en que no se queja tanto de los músicos como de los responsables del metro que no evitan estas situaciones. Un portavoz de TMB lo niega. Dice que, con frecuencia, el propio conductor abre la cabina y les dice que se vayan. Eso, según la misma fuente, sucedió hasta 3.496 veces, lo que supone un aumento del 10% respecto a 2011. Y precisa la portavoz, “Esta actividad se entiende como incluida en las prácticas molestas prohibidas por el reglamento y la ley ferroviaria”, de forma que quien la practica “es desalojado de la red”. Es posible. ¿Para qué dudar de la palabra de los responsables de TMB? Que ninguna persona consultada (al margen de los empleados de TMB) haya presenciado nunca este fenómeno no implica su inexistencia. Se puede creer en él como hay quien cree en la existencia del monstruo del lago Ness. En los músicos con altavoces no hay que creer: se oyen. ¡Vaya si se oyen!
Imagen tomada por Estefanía Bedmar.