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Ruido en el metro

Por: | 30 de septiembre de 2013

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Barcelona, decía el locutor Luis Arribas Castro, es un millón de cosas. También un millón de situaciones. Algunas repetidas y repetidas y repetidas. Unas, agradables; molestas, otras. Ejemplo de lo último: los individuos que asaltan el metro provistos de un carrito con altavoz estridente. Entiéndase bien: no es una crítica a una gente que trata de sobrevivir como puede a una de esas situaciones verdaderamente molestas, indignantes: la injusticia social que les niega el derecho al trabajo y, a veces, incluso su reconocimiento como personas. Una situación, dicho sea de paso, que cuenta con la esforzada colaboración de los gobiernos europeo, español, catalán y barceloneses (contando el de la Diputación y el municipal). Abandonados por las instituciones, se ganan la vida como malamente pueden. Si a vivir de la caridad puede llamársele “ganarse la vida” y no es más bien una forma de perderla.

Viene esto a cuento de la queja de T. J. sobre la presencia de este tipo de músicos en el metro. Él mismo señala que no se trata de quejarse de que haya músicos, sino de que toquen con altavoz. A veces, a toda pastilla, para ser oídos desde cualquier parte del vagón e incluso desde los vagones adyacentes. En teoría está prohibido, pero ya se sabe que el cumplimiento de las normas no es la principal preocupación de las autoridades. Hay que añadir que los músicos en cuestión tienen que competir con dureza frente a la megafonía del metro, las más de las veces, insoportable. Suena a un volumen tal que resulta difícil desentrañar el mensaje, si lo hay. Para no hablar de ese raro engendro llamado “MouTV”. ¿Mourinho televisión?

Este diario ha realizado un experimento: cuando atruena el sonido de los altavoces de una estación, apretar el botón que comunica con los responsables de la misma para notificarlo. La respuesta, en varias ocasiones, ha sido siempre la misma: el volumen no se gradúa desde la propia estación, sino desde un control centralizado. Moraleja: a fastidiarse tocan.

Y volviendo a lo de tocar. Es evidente que los músicos del metro (cuando llevan altavoz) molestan a bastantes pasajeros. Sobre todo, a aquellos a quienes les cae el chisme al lado. Es evidente también que, en las más de las ocasiones, la calidad del sonido es lamentable. De todas formas, cabe no descartar que incluso en estos casos haya quien disfrute. Después de todo, hay gente a quien le gusta Julio Iglesias. Pero es también evidente que uno tiene cierto derecho a viajar tranquilo, leyendo o hablando con alguien la lado. Que toquen lo que quieran, pero sin estruendo y luego que quien lo desee les dé la limosna que considere oportuno.

T. J., el lector, insiste en que no se queja tanto de los músicos como de los responsables del metro que no evitan estas situaciones. Un portavoz de TMB lo niega. Dice que, con frecuencia, el propio conductor abre la cabina y les dice que se vayan. Eso, según la misma fuente, sucedió hasta 3.496 veces, lo que supone un aumento del 10% respecto a 2011. Y precisa la portavoz, “Esta actividad se entiende como incluida en las prácticas molestas prohibidas por el reglamento y la ley ferroviaria”, de forma que quien la practica “es desalojado de la red”. Es posible. ¿Para qué dudar de la palabra de los responsables de TMB? Que ninguna persona consultada (al margen de los empleados de TMB) haya presenciado nunca este fenómeno no implica su inexistencia. Se puede creer en él como hay quien cree en la existencia del monstruo del lago Ness. En los músicos con altavoces no hay que creer: se oyen. ¡Vaya si se oyen!

Imagen tomada por Estefanía Bedmar.

Hay 2 Comentarios

A mi me parece bien este "ruido" del metro, porque ES HUMANO. El otro, el que provoca el sistema, ese sí que me parece insoportable, porque ES INHUMANO: cámaras por doquier, presunción de culpabilidad, guardias baratos, perros, vigilancia y control, publicidad, propaganda (son distintas) deshumanización, elevado coste del billete, falta de personal en las estaciones (¿dónde está el Jefe de Estación?), ESO SÍ QUE ES RUIDO, Y DESALMADO (sin alma)

La ciudad es un millón de cosas.
Si es cierto.
Pero el Sr. Luís Arribas Castro hablaba a las amas de casa hacendosas y trabajadoras, mayormente.
No a los descuidos y a todo tipo de despropósitos cívicos, y sociales , porque entonces ya no es una ciudad.
Es la jungla.
Creando una injusticia de descuido desde la propia administración que sostienen los mismos ciudadanos con sus impuestos.
Cuando se va dejando a su ritmo que se enquisten malas formas de convivencia, a costa de intromisiones en la vida y el espacio públicos.
En detrimento de quienes si se comportan correctamente y los sufren, pagando sus tasas.
Y lo peor de todo, es que se acepta como el mal menor, siendo el final de un recorrido de despropósitos ajenos y un relajamiento social compartido.
Sin buscarlo.
Precisamente por las capas sociales más básicas.
Cosa que en otras ciudades, no se consiente.
Y son iguales a nosotros.
Las carencias y las necesidades de unos no se pueden endosar a los demás alegremente.
Pero si se va dando largas a todo, tendremos convertido lo público en un escenario pagado con los impuestos de unos ciudadanos y a la fuerza.
Ofreciendo un espacio público aseado y limpio, para que oportunistas del rio revuelto de la vida vivan a gusto y a costa del sufrimiento de los demás.
Y sin pagar un impuesto.
Algo que no se nos consiente a los ciudadanos y vecinos con domicilio fijo, sin la consabida multa.

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Sobre el autor

Francesc Arroyo

Francesc Arroyo es redactor de El País desde 1981. Ha trabajado en las secciones de Cultura y Catalunya (de la que fue subjefe). En la primera se especializó en el área de pensamiento y literatura. En los últimos años se ha dedicado al urbanismo, transporte y organización territorial.

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