“El sentido común es la cosa mejor distribuida del mundo, pues nadie parece apetecer más del que tiene”. Así se expresaba Descartes en el Discurso del método. Hoy se podría parafrasear la afirmación para decir que el saber conducir es la cosa mejor repartida del mundo, pues todos los conductores creen hacerlo la mar de bien o poco menos. El resultado es un cúmulo de imprudencias amparadas bajo el lema de “yo controlo”. Las dos más notables son el consumo de alcohol asociado a la conducción y la velocidad. De lo primero hay una muestra impagable (en lo que tiene de inconsciente) en unas famosas declaraciones de José María Aznar asegurando que a él nadie tenía que decirle cuánto tenía que beber. De lo segundo hizo gala CiU en el pasado jurando que eliminaría los límites de velocidad cuando gobernara. Los eliminó en la teoría, en la práctica, resulta más que complicado ver un indicador con más de 80 por hora en los accesos a Barcelona.
Que la velocidad mata es algo sabido. Pese a todo, reducir la presión sobre el acelerador no está resultando fácil. En la ciudad de Barcelona se han instalado zonas con limitación a 30 kilómetros por hora. Pese a los controles de la Guardia Urbana, son muchos, muchísimos, los conductores que no los respetan. Ni siquiera en puntos donde hay colegios y abundancia de críos. Luego están las limitaciones acompañadas por el aviso de radar. También hay bastantes y no siempre tienen éxito.
En esta sección se reciben con frecuencia quejas sobre multas ya sea por aparcar mal o por exceso de velocidad (las más) u otras infracciones. Normalmente no se tienen en cuenta estas quejas que acusan a la Administración de afán recaudatorio porque hay una manera fácil de evitar ese supuesto afán: no incumpliendo las normas. Nadie está obligado a aparcar mal ni a correr más de la cuenta ni a subirse con el coche o la moto a la acera ni a evitar la inspección técnica del vehículo cuando es obligatoria. Las normas, contra lo que pudiera creer el tal Aznar, no están hechas para una persona sino para la vida en colectividad. El problema no es sólo que alguien que corre se mate, sino que mate o lesione a alguien que no tenía que ver con su osadía.
Es cierto que hay normas arbitrarias, absurdas e injustas y que a veces se aplican con una discrecionalidad irritante. Eso sí se puede discutir, pero no de forma genérica. Un ejemplo: el Eixample barcelonés tiene habilitados los chaflanes para carga y descarga, pero el incremento del comercio en la ciudad los hace claramente insuficientes sin que el consistorio haya dado una respuesta rápida al asunto. El resultado es una caterva de conductores de reparto que aparcan en cualquier lugar. Ellos hacen mal, pero también el consistorio al no buscar una solución adecuada a los tiempos que corren. El resultado es que cuando uno es sancionado se enfada porque se pregunta por qué a él sí y no a los otros mil que también infringen la norma.
Respecto a la velocidad, hay pocos argumentos contra las limitaciones impuestas. Y el menos consistente, el tiempo de recorrido. Hace unos años, un periodista y un directivo de una asociación de automovilistas hicieron una comprobación: cronometrar el trayecto entre el circuito de Montmeló y la entrada a Barcelona. Uno circularía respetando todas las señales y el otro a su aire. El resultado final fueron menos de tres minutos de diferencia.
En Barcelona, el actual consistorio parece consciente del problema que supone la velocidad. Este año se han puesto, sólo en la ronda del Mig, entre avenida de Madrid y plaza de Cerdà (tramo con 30.000 vehículos diarios de media, en cada sentido), más de 16.000 multas y un portavoz del Ayuntamiento sostiene que la velocidad es “una de las prioridades de la Guardia Urbana” con el objetivo de reducir las víctimas de accidentes. Sus intervenciones en este tipo de accidentes el pasado año se incrementaron en un 18% respecto a un año antes. El exceso de velocidad es la segunda causa indirecta de accidentes en la ciudad y no sólo entre el personal motorizado. La proximidad de los vehículos a los peatones hace que el riesgo para éstos sea considerable, además, la gravedad del accidente es directamente proporcional a la velocidad del vehículo.
Pese a todo, la Guardia Urbana tiene difícil su trabajo en un país donde Fernando Alonso es admirado. Y eso que se limita a salir de un sitio para llegar al mismo punto, es decir, hace muy rápido un recorrido perfectamente inútil desde el punto de vista de la movilidad.
Imagen tomada por Massimilano Minocri.