Llega la Navidad y las calles de las ciudades se llenan de luces y guirnaldas. A veces se caen y causan un estropicio, pero todo sea por el buen espíritu que propugna amor y paz y alegría, como trasparenta a las claras la cara del cardenal Rouco Varela, jefe máximo local de los católicos españoles. Una cara de vinagre que, dicho sea de paso, ya tenía antes de que lo miraran mal en Roma. Y eso que le van bien las cosas, a juzgar por los modelitos que porta. Es de suponer que son de alguna marca de ropa y que cobra comisión, que destina a los pobres.
El caso es que la Navidad es eso: paz y amor y buena voluntad. Y comercio, sobre todo, comercio. De modo que los poderes públicos se alían con los comerciantes para conseguir que la gente compre a cualquier hora. Y dicen que una de las cosas que estimula la compra es llenar las calles de luces. Pues se llenan. Es una tradición que tiene sus adeptos y sus detractores. En otras ocasiones, algunos lectores se han quejado de que les pusieran los perifollos en su balcón sin decirles ni siquiera buenos días. En esta ocasión, buena parte de las quejas tienen motivos estéticos: las lucecitas son horrorosas. Mención especial (tres cartas al respecto) las de la calle de Balmes que parecen una serpentina. Otras acaban configurando una especie de techo e incluso hay casos en los que los camiones rozan la cosa lumínica. Pero sobre gustos no hay disputas, dice el viejo refrán, de modo que resulta difícil que todo el mundo considere bonitas o feas las mismas cosas. Así que se diría que no hay caso y que este año no hay motivo para quejarse de la invasión católico-capitalista. Pero no es así.
El lector B. J. llama la atención sobre otro aspecto que, en su opinión, resulta especialmente molesto por motivos varios: el horario de la iluminación. “Hay veces que a medianoche están encendidas”, dice. Y tiene razón. Estos son los horarios, según un portavoz del Ayuntamiento de Barcelona: “Encendemos las luces de Navidad desde el día 22 de noviembre hasta el 6 de enero, ambos incluidos”. Desde el inicio y hasta el 13 de diciembre, se enciende de 18.00 a 23.00 de domingo a jueves y los viernes y sábados hasta las 24.00 horas. Desde el pasado 13 de diciembre y hasta Reyes el horario se amplía: hasta la medianoche de domingo a jueves y hasta la 1.00 los viernes y sábados. Este horario regirá también el día de Navidad. Los días 24 y 31 de diciembre y 5 de enero, se prolongará la iluminación una hora más.
Es decir, hay exceso de luz en las calles durante montones de días. La explicación de que el hecho contribuye a incrementar el consumo es la más generalizada, pero resulta difícil comprender cómo alguien se estimula a comprar pasada la media noche, cuando la inmensa mayoría de las tiendas están cerradas. Eso, sin entrar a discutir si el consumo es el mejor de los bienes, porque luego llegan los poderes públicos y aplican recortes a todo con el argumento de que la población ha estado gastando por encima de su posibilidades.
El lector dice que tiene las lucecitas de marras debajo de la ventana de su habitación y que quiere dormir y que no le gusta bajar del todo la persiana porque por la mañana quiere poder ver la luz del día. ¡Pamplinas! Tiene que saber que, al margen de la alegría de la Navidad, el dios de los católicos hizo que este mundo sea un valle de lágrimas (según una de las plegarias del colectivo), de modo que si todas sus quejas son que le molestan las lucecillas en estos días, poca queja es. Basta con ver las peticiones de los obispos sobre financiación eclesial, restricciones de los derechos de las mujeres al aborto, imposiciones sobre los modelos de convivencia e incluso sobre el uso o desuso de preservativos para que comprenda que le pueden incordiar mucho más y que están en camino de hacerlo. Y es que buena parte de la Iglesia católica no está ni por la luz (salvo por la cosa del comercio) ni mucho menos por los taquígrafos.
Imagen tomada por Carles Ribas.