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Sobre el blog

Recoge quejas de los lectores sobre el funcionamiento de la administración y las empresas públicas. El ciudadano que sea mal atendido por una empresa privada, puede optar por otra, pero no puede cambiar de ayuntamiento, administración autonómica o general del Estado. Y las paga.
Los lectores pueden dirigir sus quejas a @elpais.es

Sobre el autor

Francesc Arroyo

Francesc Arroyo es redactor de El País desde 1981. Ha trabajado en las secciones de Cultura y Catalunya (de la que fue subjefe). En la primera se especializó en el área de pensamiento y literatura. En los últimos años se ha dedicado al urbanismo, transporte y organización territorial.

No Funciona

Luces de Navidad

Por: | 19 de diciembre de 2013

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Llega la Navidad y las calles de las ciudades se llenan de luces y guirnaldas. A veces se caen y causan un estropicio, pero todo sea por el buen espíritu que propugna amor y paz y alegría, como trasparenta a las claras la cara del cardenal Rouco Varela, jefe máximo local de los católicos españoles. Una cara de vinagre que, dicho sea de paso, ya tenía antes de que lo miraran mal en Roma. Y eso que le van bien las cosas, a juzgar por los modelitos que porta. Es de suponer que son de alguna marca de ropa y que cobra comisión, que destina a los pobres.

El caso es que la Navidad es eso: paz y amor y buena voluntad. Y comercio, sobre todo, comercio. De modo que los poderes públicos se alían con los comerciantes para conseguir que la gente compre a cualquier hora. Y dicen que una de las cosas que estimula la compra es llenar las calles de luces. Pues se llenan. Es una tradición que tiene sus adeptos y sus detractores. En otras ocasiones, algunos lectores se han quejado de que les pusieran los perifollos en su balcón sin decirles ni siquiera buenos días. En esta ocasión, buena parte de las quejas tienen motivos estéticos: las lucecitas son horrorosas. Mención especial (tres cartas al respecto) las de la calle de Balmes que parecen una serpentina. Otras acaban configurando una especie de techo e incluso hay casos en los que los camiones rozan la cosa lumínica. Pero sobre gustos no hay disputas, dice el viejo refrán, de modo que resulta difícil que todo el mundo considere bonitas o feas las mismas cosas. Así que se diría que no hay caso y que este año no hay motivo para quejarse de la invasión católico-capitalista. Pero no es así.

El lector B. J. llama la atención sobre otro aspecto que, en su opinión, resulta especialmente molesto por motivos varios: el horario de la iluminación. “Hay veces que a medianoche están encendidas”, dice. Y tiene razón. Estos son los horarios, según un portavoz del Ayuntamiento de Barcelona: “Encendemos las luces de Navidad desde el día 22 de noviembre hasta el 6 de enero, ambos incluidos”. Desde el inicio y hasta el 13 de diciembre, se enciende de 18.00 a 23.00 de domingo a jueves y los viernes y sábados hasta las 24.00 horas. Desde el pasado 13 de diciembre y hasta Reyes el horario se amplía: hasta la medianoche de domingo a jueves y hasta la 1.00 los viernes y sábados. Este horario regirá también el día de Navidad. Los días 24 y 31 de diciembre y 5 de enero, se prolongará la iluminación una hora más.

Es decir, hay exceso de luz en las calles durante montones de días. La explicación de que el hecho contribuye a incrementar el consumo es la más generalizada, pero resulta difícil comprender cómo alguien se estimula a comprar pasada la media noche, cuando la inmensa mayoría de las tiendas están cerradas. Eso, sin entrar a discutir si el consumo es el mejor de los bienes, porque luego llegan los poderes públicos y aplican recortes a todo con el argumento de que la población ha estado gastando por encima de su posibilidades.

El lector dice que tiene las lucecitas de marras debajo de la ventana de su habitación y que quiere dormir y que no le gusta bajar del todo la persiana porque por la mañana quiere poder ver la luz del día. ¡Pamplinas! Tiene que saber que, al margen de la alegría de la Navidad, el dios de los católicos hizo que este mundo sea un valle de lágrimas (según una de las plegarias del colectivo), de modo que si todas sus quejas son que le molestan las lucecillas en estos días, poca queja es. Basta con ver las peticiones de los obispos sobre financiación eclesial, restricciones de los derechos de las mujeres al aborto, imposiciones sobre los modelos de convivencia e incluso sobre el uso o desuso de preservativos para que comprenda que le pueden incordiar mucho más y que están en camino de hacerlo. Y es que buena parte de la Iglesia católica no está ni por la luz (salvo por la cosa del comercio) ni mucho menos por los taquígrafos.

Imagen tomada por Carles Ribas.

 

Cuando Mallorca está en Valencia

Por: | 04 de diciembre de 2013

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Si un ciudadano corriente (de los que no tienen cargos de libre designación en empresas públicas, al margen de la eficacia), tuviera que poner nombre a una parada de autobús que, por imaginar, estuviera en la confluencia de la calle de Valencia con la de Pau Claris, ¿cuál escogería? Seguramente la llamaría “Valencia-Pau Claris”. Está claro que ese ciudadano no tiene futuro en la empresa Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB), porque ésta ha decidido bautizar la parada de marras como “Mallorca-Pau Claris”. El resto de paradas de la calle de Valencia se llaman “Valencia” y lo que corresponda, salvo la que se halla a la altura de Sagrada Familia que, con un criterio más que razonable, se llama “Sagrada Familia”.

J. G. H. se dirigió a esta sección para mostrar su sorpresa, convencida de que se trataba de un error de impresión. Eso sí, un error extendido porque figura en todas las paradas de las líneas que circulan por ese punto y en los folletos supuestamente informativos que reparte la compañía y en la web del Ayuntamiento de Barcelona. Pues no, era ella la que estaba en un error. TMB lo hizo a posta y sostiene que decirle a la gente que se encuentra en la calle de Mallorca cuando está en la de Valencia es lo más indicado. ¿Cómo iba a ser de otro modo?

La explicación, o lo que sea, de la empresa, es que se trata de una parada de intercambio con otras líneas, de modo que a todas las paradas del entorno se les da el mismo nombre para que el usuario se aclare. Es decir, la de la calle de Mallorca se llama “Mallorca-Pau Claris”, y la de la calle de Valencia (que es paralela a Mallorca y tiene dirección contraria), también. Y la de la calle de Roger de Llúria (que es paralela a Pau Claris y con sentido del tráfico opuesto), también se llama “Mallorca-Pau Claris”.

La calle de Valencia es muy larga y en la confluencia con Muntaner, por ejemplo, tiene casi tantos intercambios como en la de Pau Claris, pero allí no cambia de denominación. ¿Por qué? Porque allí no paran autobuses de la trama ortogonal (de recorridos más largos y, presuntamente, frecuencias más altas). Es decir, el usuario de los autobuses tiene que saber qué tipo de autobús pilla y que en función de eso los nombres de las paradas pueden no coincidir con los de los lugares donde se hallan. “Se busca que el área de intercambio tenga personalidad propia”, explicó el portavoz de la empresa, sin reparar en que las cosas sólo pueden tener personalidad en sentido muy figurado. Y añade que, al final eso será “tan natural como lo es que la estación de Diagonal de la línea 5 esté bajo la calle de Roselló”.  Claro que esto es así porque permite el intercambio con la estación de Diagonal de la línea 3, que ya se llamaba así cuando se construyó la línea 5. Dar dos nombres a la misma parada sí hubiera sido una innovación. Nadie fue tan lejos, pero a los que mandan ahora en TMB, por lo visto, se les habría ocurrido. De todas, formas, cabe que no hayan sido ellos y que la idea proceda de algún asesor externo como los que sugirieron a Ana Botella sus “relajantes” expresiones.

Es posible que el criterio adoptado en Valencia acabe sirviendo para los barceloneses que utilicen esas líneas regularmente, pero no va a ser fácil de comprender por los millones de turistas que visitan Barcelona cada año. Claro que si a TMB nunca parecen haberle importado muchos los barceloneses, ¿por qué iba a preocuparse por los turistas?

Imagen tomada por Massimiliano Minocri.

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