La oposición al gobierno del Ayuntamiento de Barcelona sostiene que el equipo de Xavier Trias no tiene proyecto para Barcelona y el motivo es que ni siquiera tiene una visión global de la ciudad. Eso explicaría que, como se ha visto en las últimas entregas de este mismo blog, haya calles comerciales sin zonas de carga y descarga, por ejemplo. O que se acometan obras sin un criterio de prioridades claro. Las asociaciones de vecinos no han dejado de llamar la atención sobre la reforma de paseo de Gràcia o del tambor de Glòries en una ciudad con graves problemas en los barrios más obreros. Por cierto, aquellos en los que la derecha de CiU obtiene menos votos. ¿Un castigo?
Uno de esos ejemplos de falta de visión global, explica el lector R. T., se puede apreciar en la calle de Galileu. Una vía que empieza en la carretera de Sants y se prolonga hasta casi la Diagonal. Se trata de una calle tradicional del barrio de Sants que, en la época de Joan Clos como alcalde, amplió las aceras, aunque sin grandes excesos. Ni siquiera llegan a los tres metros. Como la calle no es muy ancha, en la calzada sólo ha quedado espacio para dos carriles. Uno para la circulación u otro para aparcamiento y algunas zonas de carga y descarga.
El aparcamiento está regulado de forma tal que el lado en el que está permitido cambia cada tres meses. Más o menos, porque cuando debe cambiar siempre hay alguien que no mueve el coche, de modo que durante los primeros días de ese mes (no uno ni dos, sino hasta media docena, tal es la diligencia de la Guardia Urbana) la circulación se convierte en una especie de eslalon.
Para que se vea la capacidad de previsión del consistorio hay que añadir que la zona de aparcamiento no es la misma en el tramo de la calle que hay entre Sants y la avenida de Madrid que entre esta avenida y la Travesera de Les Corts. Cuando en el primer tramo hay que aparcar en la derecha, en el segundo hay que hacerlo a la izquierda. Y viceversa. Eso se hizo así en su día y así siguen las cosas, según un portavoz municipal.
Es cierto que en el trecho previo a la avenida de Madrid hay unos metros donde, supuestamente, no se puede aparcar en ninguno de los dos lados. Supuestamente. En la práctica es difícil que no haya allí parada una furgoneta, una camioneta o un vehículo privado cuyo conductor considera que sus derechos están por encima de los del resto de las ciudadanos. “¿Estorbo?”, se dirá el hombre, “¿Bueno y qué?” se responderá a sí mismo.
Los que lo tienen peor son los peatones. Las aceras está plagadas de motos. Y no sólo donde no hay aparcamiento previsto para ellas. Donde se ha reservado espacio para ellas, también prefieren las aceras. Se comprende, porque están más cerca del destino que es de suponer que sea alguno de los edificios de la calle.
Uno de los puntos más críticos es el tramo que hay entre la avenida de Madrid y la calle de Caballero. Ahí coincide un concesionario de coches, un taller de automóviles, un taller de motos, una gasolinera y un polideportivo.
El polideportivo es utilizado por no pocas escuelas para que los niños aprendan a nadar. Cómo sólo hay un carril de circulación, los autocares que transportan a los niños se paran en él (el otro está ocupado por las motos) y los niños descienden, pasando entre las motocicletas mientas la calle se convierte en un concierto de bocinazos de los coches que no pueden pasar. El Ayuntamiento de Barcelona no ha previsto ninguna zona para que estos autocares dejen su carga.
No es el único momento en el que la calle se atasca. Ocurre también cuando llega alguna grúa con destino al concesionario de coches o al taller. Tampoco eso se ha previsto. Se ve que el concejal del distrito, Antoni Vives, tiene otro trabajo que pensar en los vecinos. Por ejemplo, competir con varios de sus compañeros de partido por la hipotética sucesión de Xavier Trias. La calle puede atascarse también cuando llega a la gasolinera un camión de gran tonelaje para reponer combustible en los depósitos. A sus conductores les resulta difícil maniobrar en calles estrechas. Tampoco lo ha previsto el señor Vives. Claro, puede pensar que es culpa de los de antes, que tampoco lo hicieron, pero hoy gobierna quien gobierna y si eso sirve para cobrar cada mes (y sin retrasos, no como los proveedores) debería servir también para recibir las críticas que genera la incompetencia.
Luego están los que van (en moto) al gimnasio. Una docena, más o menos, aparca en las aceras, habiendo habitualmente sitio en la calzada. Sobre todo a la hora de comer y por la tarde noche. El distrito sugiere que no se puede tener allí siempre a un agente. Es verdad, pero convendría que el concejal Vives supiera que entre siempre y nunca hay diversos periodos intermedios. ¿Claro, que cómo va a solucionar eso si no ha logrado que estén libres las plazas de minusválidos que hay justo delante del edificio del distrito?
R. T. Insiste: no se queja. Ha asumido que vivir en Barcelona tiene inconvenientes y algunas ventajas. Sólo quiere dejar clara la falta de proyecto global y cómo este gobierno municipal da la impresión de no conocer la ciudad.
A quien pueda interesar, por si la anécdota ilustra lo que el lector quiere decir: se cuenta que cuando Trias empezaba su carrera como alcaldable empezó también a visitar partes de la ciudad que antes no frecuentaba. Por ejemplo, la zona de debajo de la Diagonal. En una de esas visitas vio que se estaba construyendo una vía para el tranvía. Perplejo, preguntó: “¿Un tranvía? ¿A quien se le ha ocurrido?”. Lo cierto es que la idea había sido de su partido, que entonces gobernaba la Generalitat. Construir tranvía es mucho más barato que hacer metro. Bueno, es una forma de hablar, porque la línea 9, esa cuyas obras están paradas, fue licitada por el último gobierno de Jordi Pujol. ¿Cuánto hace de eso? ¡Uuuuuuhhhhh! Que hubiera dicho el entrañable Hermano Lobo. Y ¿cuándo se solucionarán las cosas?. En este caso no cabe la respuesta de la vieja revista satírica que era siempre la misma: “El año que viene si Dios quiere”.
Imagen tomada por Juan Barbosa.
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