La Gran Via de Barcelona es una calle larga, teniendo en cuenta que Barcelona es una ciudad más bien pequeña en extensión, en comparación con otras capitales europeas. Una de sus características es que cruza la ciudad de punta a punta: entra por l’Hospitalet y sale por Sant Adrià del Besòs, lo que ha hecho de ella una vía apetecida por el tráfico y entregada al mismo en detrimento del peatón. De hecho, aunque dispone de paseos situados entre las calzadas laterales y la central, su utilización para lo que su nombre sugiere (pasear) es más bien escasa. Y se comprende. Para empezar, el ruido del tráfico dificulta enormemente ir andando con alguien y mantener una charla más o menos amistosa. Para seguir, la zona peatonal presenta un sin fin de obstáculos para las personas. El resultado es que la Gran Vía no satisface a nadie: ni a peatones ni a quienes circulan de modo motorizado. Y los más perjudicados son los repartidores de productos: una vez más, una zona llamada a ser núcleo de actividad comercial, carece de carga y descarga.
Hace unas semanas M. F., transportista, se quejaba de este asunto en la carretera de Sants. En la conversación mantenida con él hizo extensiva la queja a la Gran Vía, especialmente en su tramo central, el situado entre las plazas de Tetúan y España. Con el agravante de que se trata de un tramo recientemente reformado por el Ayuntamiento de Barcelona.
Después de llegar esa queja, el RACC (Real Automóvil Club de Catalunya) ha hecho público el análisis de las consecuencias de la reforma y sugirió no pocos cambios para mitigar los efectos de la chapuza. Un portavoz municipal asegura que los responsables del tráfico en la ciudad (que son también los responsables de no pocos atascos que cada día se forman) están dispuestos a revisar algunas medidas si hay quejas al respecto. Como tantas veces, la población se queja en charlas entre amigos pero luego se olvida de comunicarlo a las autoridades competentes, tal vez por no confiar demasiado en su competencia. M. F. reconoce que no se ha dirigido al ayuntamiento. Y la explicación que da es muy sencilla: “¿Para qué si luego hacen lo que quieren?”. El lector decidirá sobre la racionalidad del escepticismo de M. F.
El informe del RACC, hecho desde la perspectiva del automovilista, reconocía que el aumento de los carriles de autobús para dar paso a la llamada red ortogonal ha supuesto una mejora para el transporte público que, según ese mismo informe, supone el 59% de los movimientos de personas por la Gran Vía. Entre los problemas que apuntaba, además de señalar las dificultades para determinados giros en el tráfico, resaltaba la inexistencia de zonas de carga y descarga. El ayuntamiento dice que hay zonas, pero están situadas en las calles que cruzan la vía en perpendicular. ¡Vale! Seguro que el concejal que se encarga de estos asuntos, Joaquim Forn, ha comprobado más de una vez lo que supone carretear, por ejemplo, una lavadora a lo largo de al menos media manzana del Eixample. O un montón de cajas de alimentos o zapatos o pequeños electrodomésticos. O un colchón. O un paquete de libros.
Es decir, la actividad económica de los autónomos (lo son la mayor parte de los distribuidores) ha quedado abiertamente penalizada. Claro, queda una solución: no hacer caso de las normas y circular por el carril de montaña, reservado al transporte público y parar donde a uno le plazca. El informe del RACC habla abiertamente de indisciplina, pero ¿es indisciplina o resistencia cívica a las medidas absurdas?
Si los que van en coche o furgoneta no están contentos, ¿qué decir de los que van a pie o en bicicleta? La fotografía que acompaña este texto muestra bien a las claras la lucidez de los diseñadores del espacio compartido por peatones y ciclistas. Cada vez que el carril bici topa con una boca de metro (que ya estaban allí cuando se pintaron) describe un trazado que corta radicalmente el poco espacio reservado a los peatones. Bueno, quien quiera puede ver que en realidad esto es una exageración. Hay algunas veces que no ocurre así, como cuando se topa la boca de metro de Rocafort: en ese caso simplemente desaparece.
Coda carnavalesca
El pasado 28 de febrero se celebraron en no pocos colegios barceloneses rúas de carnaval. Una idea excelente: la gente recuperaba el derecho a circular por la calle, los niños podían pasear (eso sí, disfrazados, para que supieran que su derecho era cosa de broma). Fiesta a medida humana. Y no deja de ser maravilloso comprobar que el ayuntamiento que preside Xavier Trias es capaz de convertir una cosa estupenda en un desastre. En algunas zonas de la ciudad, las rúas se ajustaban al tráfico. En otras, no. Así, la que desfiló por la calle de Vallespir, cortando la avenida de Madrid, interrumpió el tráfico durante 27 minutos de reloj. El sábado, en los autobuses, sí había una nota explicativa.
M. F., el mismo transportista que se quejó por la carga y descarga en Sants y en Gran Via se vio atrapado en ese atasco. Y reflexiona: “El Ayuntamiento tiene derecho a cortar el tráfico cuando y donde crea necesario, pero quizás debería asumir que tiene la obligación de avisar a la población, igual que hace, por ejemplo, con las maratones o las cabalgatas de Reyes. Media hora es una eternidad para alguien que se gana la vida racionando el tiempo”. Es probable que tenga razón. Pero los concejales de Sants , Jordi Martí, y de Les Corts, Antoni Vives, deben de dormir muy tranquilos sin preocuparse por estas cosas. Pueden llegar a pensar que si a Oriol Pujol, pese a ser sospechoso (sólo sospechoso) de corrupción se le mantiene despacho en la sede de CDC, por un ejercicio de inutilidad no te puede pasar nada. A mayor honra y gloria de los ciudadanos.
Imagen tomada por Carles Ribas.
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