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Sobre el blog

Recoge quejas de los lectores sobre el funcionamiento de la administración y las empresas públicas. El ciudadano que sea mal atendido por una empresa privada, puede optar por otra, pero no puede cambiar de ayuntamiento, administración autonómica o general del Estado. Y las paga.
Los lectores pueden dirigir sus quejas a @elpais.es

Sobre el autor

Francesc Arroyo

Francesc Arroyo es redactor de El País desde 1981. Ha trabajado en las secciones de Cultura y Catalunya (de la que fue subjefe). En la primera se especializó en el área de pensamiento y literatura. En los últimos años se ha dedicado al urbanismo, transporte y organización territorial.

No Funciona

La ciencia aplicada a las señales de carretera

Por: | 09 de octubre de 2013

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Las tierras del Ebro, en el sur de Cataluña, viven castigadas. Son los terremotos provocados por la planta Castor, en el límite geográfico de Cataluña y la Comunidad Valenciana y que afectan a las dos. Pero es más. Tiene varias centrales nucleares y las cruza una autopista (de peaje) y una vía de tren prehistórica. El llamado “corredor mediterráneo” es un desastre. Los viajeros tardan más en recorrer los 350 kilómetros que hay entre Barcelona y Valencia que los 600 que separan Barcelona y Madrid. Viajar por la Nacional 340 es un suplicio, eso sí, plagado de buenas intenciones del Ministerio de Fomento que, a falta de mejorar la vía, se ha dedicado a sembrarla de paneles en los que se indica que éste o aquél tramo presenta alto riesgo de accidentes. Menos da una piedra y peor es una pedrada, pero no parece una solución idónea. Como la autopista es de pago, los camiones utilizan la carretera nacional repetidamente, lo que explica esos tramos accidentados. Además, la N-340 cruza poblaciones (por ejemplo La Aldea, hasta hace apenas una semana) por su mismo centro, con el riesgo que para sus habitantes suponen la contaminación y el ruido, así como la prolongación del trayecto para los conductores de los 17.000 vehículos que la utilizaban diariamente de media. Y lo que es más notable: nada indica que Fomento tenga gran interés en desdoblar la 340 por completo y el Gobierno catalán tampoco se mata en la defensa de esta obra, ocupado como está con otros asuntos que considera más urgentes.

La última vez que CiU se acordó de las tierras del Ebro fue para salvar los correbous de todo tipo y laya.

La desidia de ministerios y consejerías para con las tierras del Ebro llega hasta la chapuza. La lectora P. E. Envía dos fotografías de la Nacional 340 a su paso por el kilómetro 1080. Si el viajero va en dirección sur, podrá ver las dos señales que se reproducen en las fotografías poco antes de la salida de Amposta sur. En la primera, el cartel indica claramente que se producirá un estrechamiento a la izquierda. Es decir, de los dos carriles que hay, desparecerá el de la izquierda. Esto invita al conductor a ponerse a la derecha, si estaba efectuando un adelantamiento. Pero el asunto es que, a menos de 150 metros, y antes, por supuesto, de que haya desaparecido carril alguno, se halla la siguiente señal (segunda fotografía). El lector podrá apreciar que dice exactamente lo contrario, de modo que invita al conductor a una maniobra radicalmente distinta. ¿Cómo no va a haber tramos de alta accidentalidad?

Lo más grotesco del caso es que las señales llevan allí, dice la lectora, años. Es de suponer que las hayan visto decenas de patrullas de Mossos y de la Guardia Civil. ¿No se han dado cuenta? Hace unos años, un dirigente del ministerio del ramo salió para explicar que las señales de las carreteras están puestas en los lugares correspondientes utilizando un criterio “científico”. Eso sí, ni dijo qué tipo de ciencia se empleaba ni a qué época correspondían sus conocimientos. Visto lo de la Nacional 340, sin embargo, cabe pensar que es el mismo criterio científico que permite acertar una quiniela: se ponen a boleo.

Ruido en el metro

Por: | 30 de septiembre de 2013

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Barcelona, decía el locutor Luis Arribas Castro, es un millón de cosas. También un millón de situaciones. Algunas repetidas y repetidas y repetidas. Unas, agradables; molestas, otras. Ejemplo de lo último: los individuos que asaltan el metro provistos de un carrito con altavoz estridente. Entiéndase bien: no es una crítica a una gente que trata de sobrevivir como puede a una de esas situaciones verdaderamente molestas, indignantes: la injusticia social que les niega el derecho al trabajo y, a veces, incluso su reconocimiento como personas. Una situación, dicho sea de paso, que cuenta con la esforzada colaboración de los gobiernos europeo, español, catalán y barceloneses (contando el de la Diputación y el municipal). Abandonados por las instituciones, se ganan la vida como malamente pueden. Si a vivir de la caridad puede llamársele “ganarse la vida” y no es más bien una forma de perderla.

Viene esto a cuento de la queja de T. J. sobre la presencia de este tipo de músicos en el metro. Él mismo señala que no se trata de quejarse de que haya músicos, sino de que toquen con altavoz. A veces, a toda pastilla, para ser oídos desde cualquier parte del vagón e incluso desde los vagones adyacentes. En teoría está prohibido, pero ya se sabe que el cumplimiento de las normas no es la principal preocupación de las autoridades. Hay que añadir que los músicos en cuestión tienen que competir con dureza frente a la megafonía del metro, las más de las veces, insoportable. Suena a un volumen tal que resulta difícil desentrañar el mensaje, si lo hay. Para no hablar de ese raro engendro llamado “MouTV”. ¿Mourinho televisión?

Este diario ha realizado un experimento: cuando atruena el sonido de los altavoces de una estación, apretar el botón que comunica con los responsables de la misma para notificarlo. La respuesta, en varias ocasiones, ha sido siempre la misma: el volumen no se gradúa desde la propia estación, sino desde un control centralizado. Moraleja: a fastidiarse tocan.

Y volviendo a lo de tocar. Es evidente que los músicos del metro (cuando llevan altavoz) molestan a bastantes pasajeros. Sobre todo, a aquellos a quienes les cae el chisme al lado. Es evidente también que, en las más de las ocasiones, la calidad del sonido es lamentable. De todas formas, cabe no descartar que incluso en estos casos haya quien disfrute. Después de todo, hay gente a quien le gusta Julio Iglesias. Pero es también evidente que uno tiene cierto derecho a viajar tranquilo, leyendo o hablando con alguien la lado. Que toquen lo que quieran, pero sin estruendo y luego que quien lo desee les dé la limosna que considere oportuno.

T. J., el lector, insiste en que no se queja tanto de los músicos como de los responsables del metro que no evitan estas situaciones. Un portavoz de TMB lo niega. Dice que, con frecuencia, el propio conductor abre la cabina y les dice que se vayan. Eso, según la misma fuente, sucedió hasta 3.496 veces, lo que supone un aumento del 10% respecto a 2011. Y precisa la portavoz, “Esta actividad se entiende como incluida en las prácticas molestas prohibidas por el reglamento y la ley ferroviaria”, de forma que quien la practica “es desalojado de la red”. Es posible. ¿Para qué dudar de la palabra de los responsables de TMB? Que ninguna persona consultada (al margen de los empleados de TMB) haya presenciado nunca este fenómeno no implica su inexistencia. Se puede creer en él como hay quien cree en la existencia del monstruo del lago Ness. En los músicos con altavoces no hay que creer: se oyen. ¡Vaya si se oyen!

Imagen tomada por Estefanía Bedmar.

El peatón siempre pierde

Por: | 13 de septiembre de 2013

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Las bicicletas han llegado a Barcelona para quedarse. Puede que un día desparezca el coche de gasolina y es de esperar que lo hagan las motos más ruidosas, sustituidas por otras eléctricas. Pero los vehículos movidos por energía animal van a durar mucho tiempo. Lo que no se entiende es a qué esperan las autoridades para regular la convivencia entre los diferentes tipos de vehículos y los peatones. Cada vez son más las quejas por invasión del espacio peatonal y cada vez es más indiferente la actitud del Ayuntamiento de Barcelona que parece conformarse con hacer declaraciones y promesas vanas.

M. N. envía la siguiente nota: “Escribo este comentario para quejarme del uso que hacen los ciclistas de las ramblas de Fabra i Puig y Onze de Setembre del barrio de Sant Andreu. Un servidor es paseante asiduo de estas dos ramblas y no ha visto en sus suelos señales de prohibición de bicicletas como he visto, por ejemplo, en la Rambla de Catalunya”. Añade que la presencia continuada de terrazas de bares en el paseo hace que el espacio del paseante quede, además, reducido a la mitad. El resultado es un peligro constante para los peatones porque “muchas veces, numerosos ciclistas confunden ambas ramblas con velódromos”.

Un par de paseos por los lugares citados dan, por completo, la razón al lector: aquello es una selva de sillas y ruedas. Como en todas partes hay de todo, algunos ciclistas que se mueven con cierto respeto hacia los demás. Otros, en cambio, lo hacen a una velocidad amenazante. Sobre todo cuando circulan aprovechando el sentido descendente de la calzada, de modo que el acelerón es mucho más fácil.

La zona de la que habla el lector se divide en dos partes, con dos nombres distintos, aunque cualquiera diría que se trata de la misma calle. Un tramo se denomina Fabra i Puig (entre la calle de Concepció Arenal y Gran de Sant Andreu) y desde ahí hasta el final pasa a llamarse Onze de Setembre. El conjunto no supera apenas el kilómetro y medio y acoge una veintena de terrazas. Algunas de ellas, como las situadas cerca de la confluencia con la calle de Santa Coloma, están estratégicamente situadas: una a la derecha, la otra a la izquierda y la tercera nuevamente a la derecha, lo que obliga a los viandantes a moverse zigzagueando. También a los ciclistas, claro. El resultado es un aumento del riesgo de colisión.

El Ayuntamiento de Barcelona, a través de un portavoz oficial, dice ser muy consciente de la situación de desmadre de la calle. “Estamos intentando arreglarlo”, asegura la misma fuente. Los lectores son muy libres de creerlo. La solución pasa por colocar todas las terrazas en el mismo lado, de modo que haya una parte diáfana para la circulación de la gente. Lo de las bicicletas, verdadera queja del lector, está más crudo. Cada vez que el equipo de Xavier Trias dice que va a solucionarlo, la cosa se complica un poco más. Ocurre en toda la ciudad, pero, como señala el lector, se sufre mucho más cuando hay espacio para que los desaprensivos le den a los pedales con toda su fuerza. Además, ya se sabe que los barrios obreros nunca son la prioridad de un gobierno de derechas como es el de CiU en la ciudad de Barcelona. Se diría que se les hace pagar no haber votado a la coalición en tantos años.

La inspección de la zona arroja otra anomalía: es imposible saber si las terrazas ocupan la zona por la que pagan o mucha más. Teóricamente, el espacio reservado debe estar señalado con una línea pintada en blanco sobre el pavimento. En algún caso lo está, en otros, nada. El portavoz municipal sostiene que eso se debe a que Barcelona se halla en una “etapa de transición”. La obligación de pintar todo el perímetro es de la ordenanza antigua. La nueva establecerá que sólo hay que pintar los ángulos que delimitan el perímetro. El hecho es que, la mayoría (allí y en otros puntos de la ciudad) no tienen pintura alguna y ocupan el espacio que les viene en gana. Con una diferencia sobre las bicis: las mesas, de momento, no arrollan a nadie.

El autor de la queja se inspiró en una nota de este blog en la que se señalaba que hay muchas normas que no se cumplen. Las ramblas de Fabra i Puig y Onze de Setembre son un par de muestras de ello. Pero hay una norma que sí se cumple: si falta espacio para todos, lo mejor es reducir el de los peatones. Se quejan menos que los motorizados.

Imagen tomada por Consuelo Bautista.

Experimentos con las basuras

Por: | 04 de septiembre de 2013

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Barcelona
hace experimentos con la recogida de basuras. Y ni siquiera avisa.

La recogida de basuras, incluyendo los materiales reciclables, en Barcelona es cualquier cosa menos racional. Para empezar y a diferencia de países más ricos, aquí se destruye por norma tanto el vidrio como el plástico. Es cierto que se recupera, pero el consumo energético es mucho mayor que el que supone la mera limpieza. En el centro de Europa (e incluso en Cadaquès), donde la gente dicen que es más rica y, a veces, más feliz, los envases se devuelven a los centros comerciales y los ciudadanos recuperan el dinero del depósito. Si no quieren, por ejemplo en esas fiestas ciudadanas multitudinarias donde corre la cerveza y la botella queda abandonada en plena calle, entonces, no es infrecuente ver personas que, con un carrito, se dedican a recoger los envases que luego entregan en un centro comercial a cambio de un vale por su importe, a descontar de la siguiente compra. Además, en ciudades donde la especulación no ha sido consentida hasta el salvajismo de Barcelona, los edificios y bloques disponen de un cierto espacio para basuras, de modo que el abandono de los restos se puede hacer con cierta comodidad y facilidad por parte de los ciudadanos.

Barcelona inventó. Puso contendores de todo tipo (algunos malolientes) en las calles. Ahora mismo hay hasta cinco para residuos diferentes, más los elementos que no van a ninguno de estos contenedores y deben ser llevados a los llamados puntos verdes. ¡Fantástico eufemismo para lo que no deja de ser un escorial, es decir, un lugar para la escoria indeseada! Cinco contendores es un mundo, porque supone que en las casas, más bien pisos con medias de entre 70 y 90 metros cuadrados, hay que tener cinco bolsas para otros tantos materiales. Vale que los cargos políticos tengan pisos más amplios (su sueldo es, en general, mucho más alto que el del común de los trabajadores y parados), pero la mayor parte de la gente no tiene tanto espacio en casa como suponen sus electos.

Y a pesar de todo, la gente se esfuerza en el reciclado.

El caso es que, hasta ahora, los contendores de la calle se distribuían del siguiente modo: papel y cartón, plásticos y vidrio. Tres contendores distintos en un espacio común y verdadero. En otro lugar, normalmente a distancia, se ponían los contenedores para la fracción orgánica y el cajón de sastre justamente llamado “resto”. Todo tenía una cierta lógica: los tres primeros eran para materiales no perecederos y menos pestilentes, lo que permitía una recogida más espaciada. Es un decir. Los otros dos, para la basura más doméstica, también estaban juntos y se supone que eran vaciados en esos camiones que hacen un ruido infinito más o menos cada día. Además, el Ayuntamiento de Barcelona había hecho campañas para informar de cómo iban las cosas. Incluso, durante el mandato (se dice así, aunque ella daba la impresión de mandar más bien poco o nada) de Imma Mayol (ICV) se cambiaron los contendores. Eran tiempos de vacas gordas y nadie reparaba en gastos.

Bueno, pues de nuevo están cambiando las cosas, pero, a diferencia de la época de Mayol, donde la publicidad de las decisiones estaba más garantizada, ahora se hace con silencio y nocturnidad. El ciudadano se topa con los cambios y aprenden por ensayo y error. ¡Lógico! CiU no es una formación partidaria de la transparencia. Basta ver cómo intenta tapar todo lo referente al caso Millet.

Los residentes del barrio de Les Corts han visto como, desde hace unos días, los contenedores de basura orgánica ya no están con los de restos. Se han desplazado junto a los de papel, vidrio y plástico. Como éstos son más escasos, el resultado final es que hay menos. La gente sale de casa a tirar la basura y casi tiene que coger el metro para lograr hacerlo en el contendor adecuado. Eso sí, entre los contendores de restos se ha dejado hueco el espacio que antes ocupaba el de la basura orgánica. Con un poco de suerte, un día de estos declararán el sitio como zona verde.

El Ayuntamiento dice que se trata de un experimento y que los residentes han sido avisados. Este diario se ha paseado por diversas calles de Les Corts y no ha encontrado un solo vecino informado de los hechos. Puede ser que el resultado mejore el desaguisado actual. No es desdeñable. Es muy difícil empeorar las cosas. De todas formas, de momento, la información ha sido peor que la de la época Mayol.  Eso sí, no decir nada es incómodo para la población, pero desde luego es más barato. Después de todo, la gente acaba aprendiendo. Aunque también puede acabar por decidir que ya está bien la guasa y echarlo todo al contendor más cercano.

Imagen tomada por Toni Ferragut.

Leyes para cumplir a plazos

Por: | 01 de julio de 2013

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El político que de verdad ha triunfado es Francisco Álvarez-Cascos. Suya es la tesis según la cual si se consigue el titular anunciando una obra ya no es necesario llevarla a cabo. El efecto propagandístico está logrado. En la misma línea, muchos políticos actuales (¿es Cascos actual o un anacronismo? ¿contemporáneo o, como decía Ortega, sólo coetáneo?), anuncian una reforma legal cada vez que detectan un problema. Consiguen el titular y, hagan o no la ley, lo demás no importa. Hay una variante catalana que puede bien representar el alcalde de Girona, Carles Puigdemont. Hace unos meses decidió que se multaría a los menores que fumaran o bebieran en la ciudad. ¿Multas puesta en casi un año?: Una. Se tuvo el titular que anunciaba la resolución del problema. Con eso basta.

Que quede claro: por “detectan un problema” hay que entender, cada vez que los medios de comunicación airean la existencia de un problema. Puede parecer lo mismo pero es muy diferente.

Viene esto a cuento de la queja que tres lectores han hecho de forma conjunta. Explican que, en las playas del delta del Ebro y más específicamente en la Barra del Trabucador, hay un día sí y otro también, decenas y decenas de caravanas y tiendas de campaña instaladas, como si fuera un camping, pero con la particularidad de que no lo es y, además, está específicamente prohibido acampar y pernoctar en zonas protegidas como ésta.

La verdad es que los lectores tienen sólo parte de razón. En la nota que enviaron señalaban que lo normal era encontrar allí un centenar de tiendas o coches-caravana. El día que este diario acudió a verificar la información, como medida previa a preguntar a las administraciones interesadas, no había un centenar: se superaban ampliamente el medio millar. A lo largo de más de cinco kilómetros, aquello era una mezcla entre camping y aparcamiento.

Nada que objetar a la vida sana, dicen los comunicantes, pero allí la vida sana era variopinta. Desde los que no respetaban el silencio, imponiendo a su alrededor algo que seguramente creían música y era, en realidad, puro ruido atronador, hasta quienes habían organizado barbacoas, pasando por un amplio abandono de botellas de todo tipo, latas, vasos de plástico, zapatos viejos, preservativos y residuos orgánicos de origen animal. Porque, claro, los campistas, tienen las mismas necesidades fisiológicas que el resto del personal. No se puede decir que la situación sea tan guarra como en las playas de Barcelona en noche de verbena, pero es que la permisividad de Barcelona resulta difícil de superar. Se diría que el Ayuntamiento ha decidido abdicar de su obligación de mantener limpios los espacios públicos o que le importa un bledo la acumulación de porquería. ¡Todo sea por la fiesta!

Eso sí, a la entrada de la Barra del Trabucador (una franja de tierra de varios kilómetros, con mar a banda y banda) había unos estupendos y bien conservados letreros anunciando que allí estaba prohibido acampar, ya fuera con caravana o con tienda de campaña.

Al buscar respuesta a tan extraña situación, las administraciones son taxativas. En efecto, los lectores tienen razón. Las cosas son como ellos las describen. Un escándalo. El problema es que hay tantas administraciones implicadas que ninguna se siente obligada a intervenir.

La explicación que da Medio Natural es una maravilla: “En los últimos años se ha observado y evidenciado un aumento considerable de la acampada y la pernoctación ilegal en las playas del Delta”, un hecho, sigue el portavoz, que “ha creado malestar y cierta tensión en las administraciones y en el sector turístico profesional”. Cosa seria: el sector turístico pierde pernoctaciones, porque quienes duermen en la playa no pagan camping ni noche de hotel. Las administraciones, bueno, las administraciones son las administraciones de modo que se han puesto a arreglarlo.

Primera providencia: crear una comisión. La forman “los ayuntamientos del Delta con línea de costa (L’Ampolla, Amposta, Deltebre, Sant Jaume d’Enveja y Sant Carles de la Ràpita), la Dirección General de Ordenación del Territorio y Urbanismo, el Servicio Provincial de Costas de Tarragona, el Departamento de Interior, el Departamento de Agricultura, Ganadería, Pesca, Alimentación y Medio Natural, la Asociación de Empresas y Actividades Turísticas del Delta del Ebro y el Parque Natural del Delta del Ebro”. Está claro: son tantos que el principal problema es encontrar fechas coincidentes.

Pero han conseguido decidir algo: “editar un folleto informativo” en el que se informa a los ciudadanos de lo mismo que pone en los carteles ya citados: que está prohibido acampar. De modo que algo se ha ganado, una imprenta podrá tener puestos de trabajo. Luego, a las administraciones les encanta esto de “luego”, se acometerá la segunda fase: “Las fuerzas de seguridad (Seprona, Mossos d’Esquadra, Agentes Rurales y Policía Municipal) aplicarán la ley”.

¡Hay que ver! ¡Cómo se lo piensan! Los lectores que se quejaron apostillan: “Ah, pero eso de cumplir la ley ¿admite dilaciones?”. Se ve que sí. De modo que pronto se podrá afirmar: “Robe hoy y ya le aplicaremos la ley dentro de 10 años”. ¡Qué va, eso no va a pasar nunca! A los 10 años los delitos han prescrito y ya no se aplica.

Atentos, las sanciones pueden llegar hasta los 6.000 euros. Pero para cuando las pongan, con la inflación, serán pura calderilla.

Tanto miente, miente tanto

Por: | 17 de junio de 2013

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Para los ciudadanos, circular por las informaciones que proporcionan las diversas administraciones se ha convertido en una especie de acertijo. En cada caso hay que descubrir si lo que te dice el empleado es verdadero o falso. Eso no significa que sea el empleado quien miente; con frecuencia transmite la información que sus jefes le han facilitado. Lo que pasa es que esa información no es válida. Claro que no es de esperar que la cosa mejore en un país donde el presidente del Gobierno puede decir que “todo es falso, salvo algunas cosas”, y su segunda es capaz de articular la frase de “simulación en diferido”. Y para no apuntar siempre al mismo sitio: ahí está el Gobierno catalán anunciando un simposio sobre la represión de los catalanes por parte de España (la mera formulación daría para un curso de semiótica), casi al mismo tiempo que anunciaba que dispone de una máquina lanzachorros para reprimir a los propios catalanes que se manifiesten si no les gusta el modo y la ocasión. Eso de los catalanes reprimidos tiene cierta gracia. Es de suponer que para los organizadores de la cosa, Porcioles y Samaranch eran de Murcia. Y López Rodó, de Extremadura.

Pero volvamos a la queja de J. G. Tiene que ver con los rótulos que figuran en algunas paradas de los autobuses indicando, es un decir, el tiempo de espera para las líneas que allí paran. J. G. apunta (y este diario lo ha comprobado en diversas ocasiones) que las pantallas, en general, fallan. Dicho de otra manera: mienten. Anuncian que la línea, por citar un caso, 43 pasará en dos minutos y, en realidad, el autobús correspondiente ya ha parado, cargado, descargado y se ha largado. Y así sucesivamente.

TMB, empresa municipal que gestiona el servicio de autobuses barcelonés, reconoce los hechos. ¡Menos mal! Explica que para dar la información que aparece en las pantallas se tiene en cuenta la situación del autobús, el tiempo histórico que se tarda en recorrer la distancia hasta la parada, los semáforos existentes. Y después de computar todo eso, se vacía la información en la pantalla para uso y disfrute el pasajero que espera. Pero, casi siempre hay peros en TMB (menos a la hora de pagar dietas a sus consejeros políticos) hay un problemilla que hace que la información sea aproximada, con una variación de más dos minutos. Es decir, que cuando la pantalla indica “2 minutos” puede querer decir que ya ha pasado. Y si indica “inminente” ha pasado seguro porque en realidad lo que pretende decir (tonto el usuario que no acaba de entenderlo) es que el autobús se halla en el “área de influencia de la parada”. Al usuario le sería esa información de gran utilidad si el “área de influencia” fuera la situada antes de que el autobús llegue a la pantalla, pero si esa área es el tramo siguiente, no sólo no le sirve de nada, es que, además, le confunde, porque puede llegar a pensar que “inminente” significa “llegada inminente”, de modo que opta por esperar, cuando en realidad quiere decir “ya se ha ido”.

Como ha comentado alguna vez algún lector, algunos de estos problemas se solucionarían si los directivos de TMB tuvieran prohibido utilizar cualquier otro medio de transporte. No es el caso. Algunos, incluso van con chófer. Se supone que para dar ejemplo sobre el uso del transporte público en la ciudad.

Que las pantallas dan información falsa parece el modo más adecuado de definir la situación. Como ya se ha dicho, no es la única administración que confunde al personal. Esta misma semana este diario ha podido comprobar otros dos casos que se añaden como muestra del poco respeto que merece la verdad.

Ejemplo número 1: Aeropuerto de Barcelona, terminal 2. Día 10 de junio. En la zona de llegada hay obras y en las paredes de las obras un letrero que indica que, detrás, hay unos lavabos. Los usuarios que hicieron caso a esa información se llevaron un chasco: allí sólo les esperaba una cinta que impedía el acceso y un segundo letrero que indicaba que estaban cerrados. A menos de cinco metros de distancia se daban dos informaciones contradictorias. ¿Y qué? La persona de atención al cliente del aeropuerto reconoció los hechos. Con gran amabilidad (que permitía ver que estaba hasta el gorro de la dirección del aeropuerto) explicó que aquellos lavabos llevaban semanas cerrados por las obras. Ese mismo día, casualidad, había que abrirlos, pero estaban peor que guarros, de modo que seguían cerrados. Eso sí, al ciudadano se le decía lo contrario.

Ejemplo número 2. E. M. P. Llama al servicio de atención al cliente de Correos. Tiene que recibir dinero a través de Western Union de un país que no forma parte de la UE y quiere saber si se lo pueden entregar en un talón para luego llevarlo a un banco. Y en caso afirmativo, si el talón se puede recoger en cualquier sucursal o sólo en algunas. La persona que le atiende le dice que en cualquiera le harán un talón, que no se preocupe. E. M. P. acude a la más cercana a su casa. Pues no, la información de la atención al cliente era también falsa. “La atención al cliente no la da Correos sino una empresa externa”, explican dos empleados de la oficina de Correos, “nos pasa a menudo que dicen una cosa por otra”. ¡Bingo!

Decir una cosa cuando hay que decir otra equivale a mentir, que es una cosa muy fea. Porque está claro que ni TMB ni AENA ni Correos se dedican a gastar bromas. ¿O todo es una broma, eso sí, pesada?

Imagen tomada por Carles Ribas.

TMB: todo para el público, pero sin el público

Por: | 29 de mayo de 2013

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TMB
(Transports Metropolitans de Barcelona) es la empresa municipal que hace esperar a los usuarios en las paradas de autobús. El metro, salvo en determinadas horas, funciona mejor. Las quejas sobre el funcionamiento del transporte público barcelonés se amontonan, de ahí que se agrupen aquí tres. Dos proceden del mismo lector O. H., y la tercera de una lectora, P. P. Las dos primeras hacen referencia al servicio (es un decir) de autobuses. La tercera al metro. Como dice el Evangelio que los últimos serán los primeros, vaya la queja del metro en primer lugar. (Paréntesis: hay más para otros días. Hoy, con tres, parece suficiente).

En el metro, a veces, hace frío. Por supuesto, hace frío en verano, cuando la cosa del aire acondicionado no parece muy regulada y, salvo que el vagón esté lleno, es mejor pillarse un buen jersey si uno va a utilizar ese transporte. E incluso un  paraguas, porque por las junturas no es infrecuente que salga agua que cae sobre lo que esté debajo, sea hombre, mujer o asiento libre. Pero es que el aire funciona también en invierno. P. P. señala que tomó el metro a finales de abril, sobre media mañana de un sábado y que hacía un frío pelón. Como no recordaba qué día había tomado el metro, se verificó la cosa: el viaje en cuestión se realizó el 4 de mayo, sábado y ligeramente soleado, en la línea 3, unidad R-3305 (la primera que pasó). Eran las 11.00. Que el aire acondicionado echaba chorros de frialdad a los no excesivos usuarios resultaba evidente. Muy evidente. La lectora tenía razón: el metro lleva aire frío incluso cuando no hace frío en Barcelona.

La empresa explica que el metro lleva el aire frío durante todo el año, en parte para ventilar los convoyes. Los trenes nuevos tienen climatizador; los antiguos, en cambio, sólo aire acondicionado. Puede ser que los usuarios tengan la sensación de frío cuando apenas hay gente. No así cuando los vagones van llenos de personal. ¡Y pensar que hace años que se inventaron los termostatos! De todas formas, y como dice la lectora, “esta es una queja de ricos, pero incluso los ricos acostumbran a ahorrar en aire acondicionado cuando no hace falta”. No está claro que los directivos de TMB sean ricos, pero sí que el dinero que administran no es suyo y que usan poco el metro.

Las quejas del O. H. Se refieren a la situación del transporte público en el paseo Joan de Borbó y frente al hotel de la vela. En el primer caso, el puerto de Barcelona está realizando una serie de obras que afectan a las paradas de autobús, de modo que varias de ellas han sido provisionalmente desplazadas. Hay una parte del paseo donde comparten la parada las líneas 17, 36, 39, 45, 59, 64 y D20. En las marquesinas donde antes paraban (y a las que no se puede llegar debido a las vallas instaladas por las obras) hay indicadores de origen destino y recorrido. Pero en las provisionales lo único que se ha puesto es un poste con los número de las líneas, prescindiendo del resto de la información. O. H. insiste en dos cosas que, según parece, no han siquiera imaginado los directivos de TMB: primero, los barceloneses no tienen por qué saber el recorrido de todas las líneas de autobús; segundo: es una zona de alta densidad turística y es difícil que los turistas tengan la información que no es exigible a los barceloneses. Resultado: si uno se pone en la parada, salvo que sea un usuario habitual, no sabe qué línea es la que le llevará a donde sea que vaya porque la información está en un lugar vallado al que no hay acceso. Cierto que la nueva parada es provisional y no se pueden pedir maravillas (a TMB no se le pueden pedir en general, menos en estas circunstancias), pero hay paradas de poste que tienen un cilindro en el que figura el recorrido, el origen y el destino. ¿Tan difícil era poner esos cilindros con la información? Pues sí, porque por más que se explicó esto a los responsables de TMB la respuesta fue machaconamente igual: la información es suficiente, las paradas están bien señalizadas. Vale. A eso se le llama voluntad de servicio y, por seguir en tono evangélico, pensar en el prójimo.

La tercera queja (segunda del lector O. H) hace referencia a las tres paradas que hay frente al hotel de la vela (paseo de la Escullera). Allí tienen principio y final las líneas 17, 39 y 64. Dos, en el lado del hotel; la tercera, en la acera opuesta. Las tres realizan un trayecto parcialmente coincidente, de modo que algunos usuarios pueden usar cualquiera de ellas. Pero no, porque mientras se cruza la calle para ver a qué hora sale un autobús, éste puede haberse ido. Esto no ocurriría, dice el lector, si las tres líneas pararan una a continuación de la otra como ocurre en la Diagonal o en la Gran Via.

La respuesta de TMB es la siguiente: en las paradas de origen y final se necesita el espacio suficiente para dos autobuses , porque puede ocurrir que llegue uno antes de que haya partido el anterior (a eso se le llama buena planificación). Hay que añadir unos 11 metros más entre parada y parada para permitir la maniobra del segundo autobús o, en su caso, un vehículo de reparaciones. Dadas todas estas características, resulta que no hay espacio suficiente para tres líneas en la misma acera. No lo añadieron, pero podrían haberlo hecho: “Disculpen las molestias”.

Imagen tomada por Marcel.lí Sàenz.

Historias de la Diagonal

Por: | 21 de mayo de 2013

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Hay zonas de la ciudad que tienen mala suerte. Una de ellas es la Avenida de la Diagonal. Nacida para ser una de las grandes vías de Barcelona, se podría decir de ella lo que Clarín de Vetusta: que duerme la siesta. Larga siesta de años. En el tramo central, los proyectos de reforma no acaban de cuajar, pero se repiten. El último, de la mano de Xavier Trias. El penúltimo fue uno de los clavos del ataúd político de Jordi Hereu, que quedó más que tocado tras perder el referéndum. Lo más grotesco es que Carles Martí, la persona que encabezó aquel referéndum y acabó defenestrado (es un decir) se perfila ahora como futuro candidato a la alcaldía por el PSC. Así es la vida: un buen puesto en el partido es mucho mejor que ser conocido y aceptado por la ciudadanía.

En su zona más transitada, las aceras son estrechas y los paseos están sempiternamente ocupados por motos aparcadas y carriles para bicicletas que obstaculizan el paso de los ciudadanos que bajan del autobús. Un gran triunfo de la chapuza que, en esta ocasión, tiene padre que la reivindica (porque sigue pensando que ese desastre es una maravilla): el republicano Jordi Portabella, a quien algunos compañeros de partido llaman “el bien pagao”, porque es el militante de ERC con más ingresos. Se comprende que no quiera dejar el cargo en el que lleva lustros.

Pero la queja que remite R. M. C. No es respecto a ese tramo sino sobre lo que ocurre en el trecho situado entre Francesc Macià y la Zona Universitaria. Un tramo mucho más ancho que tiene, en la acera de montaña, un amplio espacio de uso ciudadano y en la parte de mar una maravillosa zona verde a la que los ciudadanos no pueden acceder porque es de uso exclusivo del tranvía. El descubrimiento de que la zona de entrevías puede ser declarada zona verde es, sin duda, una de las grandes aportaciones de Barcelona al urbanismo universal.

Tranvía al margen, R. M. C. anota otras cosas: para empezar, las paradas del tranvía no coinciden con las de los autobuses (contra lo que aconsejaría una política de movilidad que favoreciese el intercambio de modos de transporte). Pero lo más grave, escribe, es que donde hay amplias aceras el ayuntamiento se ha dedicado a pintar espacios para aparcar las motos y, además, consiente que aparquen otras más donde no está pintado. Este hecho se produce, muy especialmente, en dos puntos: la acera de la Illa y la que va desde la calle de Gandesa a la de Joan Güell.

El consistorio dice que sí, que se ha enterado del asunto y que está pensando en arreglarlo. Bueno es saber que en el Ayuntamiento de Barcelona hay alguien que piensa. De momento, sin embargo, la cosa es un desastre a ojos vista. Una zona de amplio movimiento peatonal, por la densidad comercial que tiene, ve como mal conviven peatones y motos en la misma acera. Algunos motoristas cumplen las ordenanzas y circulan por la acera con la moto de la mano, pero son muchos más los que recorren la distancia (que muchas veces no es corta) a toda velocidad y sorteando al personal y a otras motos. Convendría que, si hay que ampliar el espacio para las motos, se amplíe de una vez, de modo que los motoristas concienzudos que cumplen las normas puedan aprovecharse de un espacio que ahora se les niega. Es cierto que esto supondrá que los peatones tendrán menos acera, pero nadie había imaginado nunca que este gobierno municipal ande pensando en los peatones. Lo de que Trias sería “el alcalde de las personas” no dejaba de ser un lema electoral y ya se sabe que las promesas electorales no hay que cumplirlas. Y no pasa nada. Ahí está el Gobierno central como muestra.

Vengan pues los recortes (en este caso de aceras) y puedan aparcar en ellas quienes quieran. Más aún, puede incluso habilitarse un tramo para carreras entre motoristas aficionados a la velocidad. Los peatones, ya que no pasear, podrán al menos disfrutar gratuitamente del espectáculo e incluso gozar del deporte de riesgo que supone cruzar la zona de acera que va de las paradas de autobús a las tiendas sorteando los vehículos de motor de equilibrio precario.

Posdatas:

Obras: El pasado febrero se publicó la queja de un lector sobre un tramo de la autovía C-32 que llevaba ocho años en obras. El portavoz del Ministerio de Fomento dijo entonces que el asunto se solucionaría en marzo. No ha sido en marzo sino a caballo de abril y mayo, pero está solucionado. Quede constancia. 

Carril guadiana: Quien quiera ver una imagen entretenida del ordenamiento ciudadano de Barcelona puede hacerlo en el tramo de Gran Via situado entre paseo de Gràcia y Pau Claris. De la boca de la línea de metro sale un carril para bicicletas que muere unos metros después ante una máquina expendedora de billetes de transporte público. El ciclista se come la bicicleta durante unos metros pero puede volver a utilizarla pasada la parada del autobús. 

Imagen tomada por Consuelo Bautista.

No todo suena bien en el Auditori de Barcelona

Por: | 26 de abril de 2013

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La historia de la traducción está llena de ejemplos extraordinarios. En lo bueno y en lo malo. Gracias a excelentes traductores una parte importante de la humanidad ha podido conocer lo que decía otra parte de esa misma humanidad. A veces, sin embargo, los patinazos resultan llamativos. Así, se cuenta que cierta historia de la revolución soviética atribuía no pocas victorias del Ejército rojo al “general Strike” (literalmente “huelga general”). Si alguien tiene ganas puede encontrar en la red traducciones mucho más que extraordinarias. Así, el menú que ofrecía, en castellano, “pan, agua o vino”, convertido al inglés en “bread, waters down or it comes”. La traducción inversa (del inglés al castellano) de un cartel, tampoco tenía desperdicio: “Extreme caution, Watch for ice” (“Máxima precaución. Cuidado con el hielo”) llegó a la lengua de Cervantes como “El reloj extremo del cuidado por el hielo”.

Sin llegar a estos extremos, véase lo que explica J. C. M., lector que se define como “editor y crítico musical”. En su carta explica que, “por accidente” dio con sus ojos en la versión castellana de la página web del Auditori de Barcelona. Así lo define: “Es una de las chapuzas más impresionantes que he visto nunca. No sólo está llena de errores gramaticales y ortográficos, también de concepto y de contenido. Algo imperdonable en un equipamiento cultural que quiere proyectar la imagen de Barcelona y Cataluña” en el mundo.

Para que se entienda bien pone algunos ejemplos: “El nombre de Johannes Brahms lo transforman en Mohanes Bramas. El título La zorrita astuta lo convierten en El pequeño zorro astuto”. No acaban aquí las cosas. Al hablar de Pau Casals y Joan Alavedra se indica que se conocieron “después del franquismo”. Para quien no retenga fechas: Casals murió en octubre de 1973, más de dos años antes de que lo hiciera el dictador Francisco Franco.

Sobre la redacción de los textos cita el siguiente ejemplo: "No deja de sorprendernos todavía la riqueza de un recorrido musical histórico natural que nos trae desde las leyendas de los castillos bohemios hasta la espuma de las aguas de los riachuelos llenos de sirenas imaginarias, así como los mitos fundacionales de la patria (como la historia de la hembra Sárka, un cuento moral sobre la dominación femenina por parte de los machos)". Y añade: “Dejando aparte lo raro que suena que un riachuelo, cuyo mismo nombre indica que es pequeño, esté lleno de sirenas, el paréntesis, con sus machos y hembras, es grotesco y ridículo. Por no decir que la frase es tan larga y está tan mal construida que deja sin aliento”.

El lector se puso en contacto con el Auditori hace un par de semanas, sin éxito excesivo. Este diario lo hizo después de haber recibido la carta de J. C. M. y de haber comprobado que algunas pifias (el nombre de Brahms) habían sido corregidas, pero otras seguían impertérritas. Así la obra de Leoš Janáček seguía con el nombre cambiado y la zorrita se mantenía como un “pequeño zorro”.

El portavoz de la institución explicó que conocían el caso, que el lector tenía razón y que se habían puesto en marcha para subsanar el problema. ¿Causas del problema? La empresa que asumió la traducción de los textos no lo hizo adecuadamente. Dicho sea de paso, tampoco hubo nadie que revisara el trabajo. El Auditori (edificio que se hizo famoso, entre otras cosas, por haber sufrido una plaga de pulgas) no quiso facilitar el nombre de la empresa en cuestión, de modo que no se ha podido recabar su opinión. Lo que sí dijo su portavoz es que se ha rescindido el contrato con la misma. No obstante, el trabajo, por llamarle de algún modo, ha sido pagado íntegramente. ¿Cuánto? Por las tareas de 2013 la firma traductora percibió 144 euros. Por las de 2012, cobró 3.500 euros. Al tratarse de cantidades reducidas, no hubo concurso sino adjudicación directa.

El Auditori se compromete a eliminar todos estos errores, aseguró su portavoz, y algunos otros detectados al proceder a las revisiones. Estaría bien que, además, alguien revisara los trabajos recibidos, a poder ser, antes de pagarlos con dinero público. No es pedir mucho: es lo mismo que haría cualquiera con obras en su casa o, más sencillamente, al ir a comprar la carne. Seguro que, con dinero propio, nadie pagaría la merluza congelada a precio de gambas frescas. 

Imagen tomada por Gianluca Battista.

Cosas de perros

Por: | 10 de abril de 2013

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“Los perros, ni tocarlos”. La frase es de quien fuera alcalde de Barcelona, Joan Clos y la dijo siendo, precisamente, alcalde. Su preocupación era la gente. En su opinión, hay no pocas personas que viven solas y que necesitan la compañía de un perro o de un gato para satisfacer sus necesidades afectivas cotidianas. Algo de razón debía de tener, pero el resultado ha sido una laxitud considerable a la hora de exigir a los propietarios de estas mascotas que cumplan con sus obligaciones cívicas. Esto, contra lo que puedan opinar algunos recalcitrantes defensores de los perros, no significa estar contra los perros, sólo significa estar contra los dueños de perros (o de cocinas de butano) que no cumplan las normas de convivencia que se han dado el conjunto de los ciudadanos. Está bien tener perros o grillos, si se quiere, pero en condiciones para los perros y para los demás ciudadanos (tengan o no perros, porque no tenerlos también es un derecho).

Viene el asunto a cuento de una queja de P. S., ciudadano que no tiene perro pero sí niños, y que vive en las inmediaciones del parque del Escorxador, en Barcelona. El parque en cuestión es el espacio público construido donde hace muchos años estaba el matadero y rematado con una escultura de Joan Miró. Bueno, en realidad, el verdadero remate es un edifico mucho peor que feo destinado a cuartel de bomberos que el consistorio construyó allí hace unos años contra la opinión de casi todos los ciudadanos. Seguramente los concejales de turno no estaban en contra y, aunque muchas veces no lo parezca, los concejales también viven en la ciudad a la que con tanta frecuencia maltratan.

El caso es que el parque, mutilado por el cuartel, es uno de los que dispone de un espacio reservado para perros. ¡Para que luego digan! Son unos 200 metros cuadrados, según explica el propio consistorio. Un espacio que incluye una fuente y una papelera para los excrementos caninos. No es mucho, pero hay quien vive en menos, para no hablar de los desahuciados, que se han quedado sin espacio alguno (gracias a los bancos, con el apoyo activo y pasivo de algunos legisladores). Pues la queja de P. S. es que algunos dueños de perros (no todos, pero bastantes) prefieren que sus perros ocupen el espacio dedicado a las personas que el reservado a los perros.

La humorista Eva Hache afirmaba en un monólogo que ella, cuando iba al parque, dejaba a su hijo en el espacio para perros, porque como éstos no lo usaban, estaba mucho más limpio que el resto del parque. Pues eso pasa en el parque del Escorxador: muy pocos perros en su espacio y muchos en el destinado a la gente.

La queja de P. S. coincide, explica un portavoz municipal, con una campaña del Ayuntamiento de Barcelona para concienciar a los dueños de perros de la necesidad del civismo. Lo cierto es que muchos de ellos ya lo están, conviene no generalizar: el incivismo está porcentualmente tan arraigado entre propietarios de perros como entre los periodistas o la Guardia Urbana. Como dice el refrán “en todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas”.

El consistorio ha iniciado este mismo mes la campaña ciudadana y la mantendrá hasta el verano en el parque de Joan Miró y en otros puntos de la ciudad. El objetivo de la campaña es múltiple e incluye: “sensibilizar a los propietarios sobre la necesidad de adoptar comportamientos cívicos; fomentar hábitos de conducta para mejorar la convivencia con los otros ciudadanos; hacer cumplir las obligaciones legales correspondientes”.

Los principales aspectos a controlar por los policías serán la comprobación de si el perro lleva el chip o tatuaje (el 84% no lo hace, lo que permite, por ejemplo, el abandono impune); la tenencia de razas potencialmente peligrosas; la recogida de las deposiciones (qué fino queda dicho así); y evitar que los perros ocupen el espacio de las personas.

Normalmente, las conductas  no son graves (lo que no quiere decir que no resulten un incordio para los demás), de modo que los guardias se limitan a advertir a los propietarios de que lo que hacen no está bien.  Si no hacen caso o tienen comportamientos de riesgo, los dueños son multados. El pasado año se pusieron 75 denuncias por comportamientos inadecuados. En 2011 fueron 101. De donde se deduce que la gente es más civilizada o que los guardias se dedican a otras cosas. Porque así lo deciden su mandos, claro. Con frecuencia se achaca a los agentes que no intervengan en esto o aquello, pero lo cierto es que la Guardia Urbana (como el resto de fuerzas policiales) tiene una dirección política. Y ahí es donde reside, las más de las veces, el problema. No porque sea un cargo político, sino porque lo hace mal y no importa si es del partido que gobierna. Los militantes poco espabilados también tienen derecho a una nómina pública. 

Imagen tomada por Consuelo Bautista.

El País

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