Les Corts Valencianes no son a día de hoy el Parlament más ejemplar que uno pueda imaginarse. Y no lo son por muchas razones. Entre lo poco que trabajan muchos de sus miembros -porque quienes planifican sus sesiones tienen muy claro que es más importante estar en las fiestas populares de farra con los ciudadanos de los distintos pueblos y ciudades del país antes que dedicarse a otros cometidos-, la absoluta inutilidad de las mismas como foro de discusión y debate de cuestiones que tengan un mínimo de relevancia -lo que hace que un día se dediquen a discutir si el valenciano viene del ibero y otro a plantear no sé qué cosas de unos malvados Països Catalans que nos han arruinado o algo así-, los desmayos de parlamentarios porque ven una exposición que recuerda cómo fue el proceso autonómico y las bullas habituales de la política española, que con tanta frecuencia sustituye el debate de verdad por el insulto y la gresca, la verdad es que la institución da un poco de pena. Si sumamos a ello que las leyes, al parecer, se las hacen los promotores inmobiliarios directamente, que los crucifijos aparecen a la que uno se descuida sin venir a cuento y que cuando aprueban una cosa importante, como una reforma del Estatut d'Autonomia, luego en Madrid pasan del asunto cantidad y el propio partido que gobierna en la Comunidad Valenciana decide meter el tema en un cajón, pues la verdad es que no es raro pensar que para tener algo así casi que mejor cerrarlo y eso que nos ahorramos, en la línea de solucionar los problemas de la autonomía valenciana por la vía de cepillárnosla que, por nuestra mala cabeza, cada día gana más adeptos.
Como ocurre con las instituciones que, a la hora de la verdad, y por lamentable que sea decirlo respecto del parlamento que da sentido a la autonomía política recuperada por el País Valenciano, no sirven de casi nada (al menos en su estado y configuración actual), el horror al vacío hace que éste se cubra inevitablemente con shows constantes. El parlamento valenciano es un ejemplo paradigmático y ha sido pródigo en los últimos años a la hora de protagonizar incidentes y esperpentos varios. No tiene sentido hacer un recuento porque, entre otras cosas, son demasiados. Pero sí es importante constatar cómo, frente a esas situaciones de tensión -o de risa-, la reacción de quienes dominan desde hace años les Corts es siempre extremar el celo represor para con los partidos de la oposición. Lo cual deja interesantes enseñanzas. Ya tuvimos aquí ocasión de comentar el muy peculiar reglamento que aprobó hace no mucho la mayoría del PP valenciano con normas sobre decoro indumentario y demás medidas absurdas y decimonónicas que incluían medidas de segregación de personas dentro del parlamento. Normas que, como era de prever y ya apuntamos en su día, se han usado bien poco -o nada-, por ser las mismas una idiotez soberana, pero que ahí están a mano de quienes mandan por si un día les da una volada represora y deciden que alguien de la oposición ha hecho algo inaceptable y hay que castigarlo ejemplarmente.
En esa misma línea, es interesante la movida generada hace ya dos días a cuenta de la expulsión de Mónica Oltra, diputada de Compromís -partido como es sabido de la oposición al gobierno valenciano del PP- que la parlamentaria se negó a acatar, provocando un revuelo no menor y la suspensión del pleno (de hecho, el mismo sigue suspendido a día de hoy, a saber hasta cuándo). Me interesa relativamente poco, en estos momentos, entrar a analizar la batalla por las legitimidades entre quienes dicen que al President de les Corts hay que obedecerle siempre y quienes sostienen que hay una legitimidad de ejercicio que se perdió hace mucho por su parte debido a su manifiesta parcialidad, lo que ampararía desobediencias fente a comportamientos material y manifiestamente injustos (además de que tiene poco sentido abundar en esta cuestión porque ya hay un artículo muy interesante en Información sobre el tema escrito por el profesor de Derecho Constitucional de la Universitat d'Alacant Manuel Alcaraz y respecto del que poco cabe añadir). Pero, sobre todo, me interesa relativamente poco opinar sobre esto porque, a fin de cuentas, no deja de ser una cuestión de valoración muy personal y difícilmente objetivable. Una batalla, en definitiva, política, respecto de la que yo tengo mi opinión (y no me gustan, no tengo problema en decirlo, los juegos de estar en el mundo institucional pero a la vez legitimar insurrecciones selectivas) pero tampoco creo que ésta valga mucho más que la de cualquier otro. Así que no abundo en el tema. Tampoco, en este mismo plano, me interesa demasiadola discusión sobre si esto beneficia políticamente a unos u a otros. Cada cual tendrá su opinión, a unos les puede gustar más cómo actúa Oltra, a otros menos; a unos les puede gustar mucho cómo actúa el President de les Corts, a otros nada. La ventaja es que esa distinta valoración en más o menos un año veremos cómo queda zanjada de la manera en que solucionamos estos temas, afortunadamente, desde hace unas décadas: votando.
Incluso, y aunque es un asunto sin duda relevante a la hora de juzgar el comportamiento de la diputada expulsada -por ejemplo para evaluar la gravedad del hecho en sí y modular proporcionalmete una posible sanción por su negativa a abandonar el pleno-, me interesa poco analizar y evaluar si efectivamente hubo insultos previos de otros diputados que generaran la reacción de Oltra por la que fue llamada al orden o el contenido exacto de esta reacción -que por lo que muestra el vídeo, por cierto, tampoco parece para tanto-. Tampoco me parece esencial analizar, aunque quizás esto sea algo que sí convenga tener en mente, que Oltra es una diputada que ha sido insultada gravemente en esa sede parlamentaria, con zafias menciones a su familia, sin que pasara absolutamente nada en el pleno en cuestión, considerando la mayoría en el poder, al parecer, que este tipo de manifestaciones son absolutamente normales en sede parlamentaria (más allá de unas disculpas a posteriori).
Todas estas vertientes de lo ocurrido puede ser necesario tenerlas en mente para muchas cosas, pero en puridad son innecesarias para evaluar lo que me ha llamado más la atención de todo el incidente por el poco comentario que ha merecido: cómo y por qué se suceden los avisos y se decreta la expulsión de Oltra por parte de la presidencia. Pareciera como si nada hubiera que decir al respecto, como si no fuera analizable y, en su caso, criticable, como si lo que hace la presidencia de la sesión hubiera de ser asumido como bueno o malo en sí mismo -o apartir de esa lucha de legitimidades. y ya está. Pero, antes al contrario, conviene comentar el tema. Porque en el vídeo del incidente se ve la sucesión en apenas 15 segundos de tres llamadas al orden por, aparentemente -al menos las dos primeras-, unos mismos hechos, deviniendo en expulsión las mismas sin que apenas diera tiempo a la diputada apercibida a procesarlas y modular su comportamiento a partir de las mismas -entre las dos primeras y la tercera y definitiva pasan unos diez segundos apenas-. Vaya por delante que yo no soy ningún experto en Derecho parlamentario ni tengo ni idea de cuál es la práctica al uso en estos casos porque normalmente los ciudadanos nos enteramos poco de estos shows parlamentarios (y bien que hacemos, dado que son algo políticamente bastanet prescindible, la verdad). Podría ser que esto fuera lo normal en les Corts valencianes y en el resto de parlamentos occidentales y yo no lo supiera. A saber. Sin embargo, me extrañaría que así fuera, dado que hay elementos que son realmente llamativos en el incidente. Ahora bienm y, en todo caso, si en efecto así fuera, la crítica habría que extenderla a todos los parlamentos que operen de esta misma manera y ya está (les Corts habrían tenido simplemente la mala suerte de que sus modos de funcionar sean más visibles debido a su peculiar función política a medio camino entre el circo y la tragedia, que hace que cada sesión allí rematada de esperpento tenga más trayectoria mediática). Ocurre, sin embargo, que no da la sensación de que éste sea el modo en que se aplica la policía de sesiones como norma general por ahí. Y a este respecto no hace falta saber de Derecho parlamentario sino simplemente echar un vistazo rápido al vídeo del suceso, muy significativo de suyo:
Desde una perspectiva jurídica, y dado que el President de les Corts está ejerciendo competencias sometidas a Derecho de contenido no sólo ordenador de los debates sino que acarrean consecuencias sancionadoras -la expulsión del pleno tiene un contenido sancionador claro y no digamos la posterior suspensión de la condición de diputada que se baraja-, es exigible un exquisito cuidado, una cierta mesura y una incuestionable prudencia a la hora de actuar desde la presidencia en este sentido. Así como sería de desear, ya que estamos, también cierta equidad y que de la misma manera que unos comportamientos merecen reprobación otros estrictamente equivalentes la suscitaran también, pero ya es sabido que en España nuestro benemérito Tribunal Constitucional siempre ha dicho que no es exigible a nuestras autoridades respetar el principio de igualdad cuando sancionan y que por ello no es controlable eso de sancionar a unos y a otros no porque "no hay igualdad invocable cuando se está incurso en el incumplimiento de la ley" o algo así (STC 43/1982 y muchísimas otras más después).. Una doctrina que nunca he entendido muy bien, pero que ahí está, con lo que no vamos a pedir unicornios a quienes mandan en España -y menos todavía a quienes mandan en les Corts- si el TC ampara todo tipo de arbitrariedades selectivas en el ejercicio de las potestades sancionadoras. ¡Con que cumpliera de vez en cuando las sentencias que les condenan por no permitir el trabajo dee los diputados de la oposición ya iríamos que chutaríamos!
Sí sería en todo caso deseable, sin embargo, y al menos, que se cumplieran ciertas reglas que no sólo es que sí que están en todos los principios que regulan estas cosas y que inspiran cómo han de ejercerse estas atribuaciones sino que, además es que son, directamente, de sentido común. A saber:
- Si un apercibimiento tiene que servir para que alguien module su conducta en el futuro éste ha de hacerse de forma que se se pueda tener conocimiento del mismo, pues, si no es así, ¿cómo puede pretenderse que sirva de algo? Por esta razón, si efectivamente alguno de los avisos del Presidente de la cámara no fue audible en medio de la trifulca, la subsiguiente expulsión parece obvio que cojea porque debería haberse hecho previamente un esfuerzo para que quedara claro a Oltra que había sido apercibida. Obviamente, si todo pasa en 15 segundos, pues como que es difícil asegurarte de que el apercibido (varias veces) ha sido efectivamente consciente de haberlo sido. Es por ello un mal uso de libro de esta potestad de ordenación de los plenos no modular el apercibimiento para que pueda cumplir su función. Algo así equivaldría en un campo de fútbol, más o menos, a haber sancionado con tarjeta amarilla a un jugador que se aleja del árbitro enfadado haciendo aspavientos exagerados y críticos tras una decisión arbitral, que el jugador no viera que ha sido sancionado por estar de espaldas al colegiado y siguiera con las quejas y los gestos airados y que, a continuación, el árbitro le sacara una segunda amarilla y lo expulsara. Es obvio que el colegiado no habría actuado leal y correctamente.
- No se puede sancionar dos veces por la misma acción. Si en el vídeo vemos que el president de les Corts apercibe por dos veces en un lapso de apenas 2-3 segundos a la diputada Oltra (no se ve muy bien por qué, pero parece que es por estar manteniendo una conversación airada con otros diputados), ¿no está sancionando dos veces un mismo comportamiento y desvirtuando así totalmente la función de la "llamada al orden" prevista y su orientación moduladora? Volviendo al símil futbolístico, ¿puede un árbitro sacar una amarilla a un jugador que le ha pegado una patada a otro y porque éste se queje un poco más mientras sigue en el suelo sacar a continuación una segunda amarilla por esa misma acción ya pasada y sancionada? O por poner un ejemplo más cercano, en medio de un trifulca entre dos jugadores, y tras sacar tarjeta amarilla a uno de ellos porque están discutiendo, ¿podría dos segundos después sacar la segunda amarilla porque la discusión no se corta en seco o simplemente porque mientras estaba sacando la primera amarilla todavía se oía al jugador chistar? Parece que no, es evidente que hay que dar un mínimo tiempo -que no son sólo dos segundos- de asimilación de la sanción y por eso ningún árbitro se atrevería a actuar así pero cosas así de raras sí pasan, en cambio, en les Corts valencianes: como se ve en el vídeo, no hay tiempo material para que Oltra haga o diga nada y que sea mínimamente procesado entre la primera y la segunda amonestación. En realidad, los dos primeros apercibimientos son, sencillamente, por la misma acción y por ello dudosamente ajustados a lo que prevé la norma.
- Por último, y por mucho que esa legendaria doctrina del Tribunal Constitucional ya comentada sobre la "no igualdad en la ilegalidad" pueda cubrir muchas cosas, ¿en serio permite también amonestar tres veces -hasta llegar a expulsarla- a una diputada que se enzarza con otros parlamentarios en un cruce de reproches más o menos subidos de tono mientras que los demás partícipes en la trifulca no reciben ni un mísero apercibimiento? No sé yo ustedes, pero a mí, si fuera uno de esos diputados del PP, casi me traumatizaría el poco efecto de mis gritos y mis invectivas que de tan inadvertidos que pasan vay resulta que mientras mi compañero de bulla se lleva tres broncas yo acabo impoluto y virginal ¡como si nadie me hubiera hecho el más mínimo caso!
Visionado el vídeo, en definitiva, no parece muy proporcional ni sensato el comportamiento de la presidencia de les Corts valencianes a la hora de decidir esta expulsión express en 15 segundos por unos intercambios verbales tampoco tan anómalos ni insólitos en un parlamento. Podría pensarse que la expulsión es, por ello, contraria a Derecho pues por muy amplias que sean las facultades de apreciación de la presidencia en su política de ordenación y policía de las sesiones éstas no son totales y no pueden darse de bruces contra la realidad constatada. Este modo de operar, eso sí, se antoja, en cambio, si no coherente con las funciones de arbitrio de un buen presidente sí totalmente en consonancia con esas normas represoras que prohíben llevar ciertas camisetas o dicen que la gente que visita el parlamento valenciano debe ser conducida prácticamente cual ganado y ha de evitar el contacto con los parlamentarios no sea que les contagien algo. Es una manifestación más de una manera autoritaria, rígida y muy poco inteligente (así como partidista) de conducir una institución. No es de extrañar, por ello, la triste degradación de un parlamento que, así considerado, ha acabado como ha acabado.
Aunque manifestamente fuera de proporción, sería muy interesante jurídicamente que este incidente acabara en una sanción grave para la parlamentaria y que ello llevara a su recurso en sede judicial y, con ello, a que se obligara a que un tribunal revisara la legitimidad y corrección de la misma. En un país donde desde hace ya demasiados años el poder está desgraciadamente acostumbrado a creer que ninguna regla le vincula, que ninguna norma le obliga, sería muy bueno que se empezara a dejar claro que no, que cuando se ejercen ciertos poderes ello implica tener muchas responsabilidades, lo que obliga a un cierto "decoro", esta vez sí, en el modo de comportarse. Por ejemplo, lo decoroso, y lo legítimo, es que un president de les Corts valencianes haga un esfuerzo por tratar a todos los parlamentarios igual, que sea prudente en su comportamiento y que si reprime o sanciona lo haga con exquisito cuidado y prudencia. No expulsando en 15 segundos de bronca verbal -sin que medien ni insultos ni nada particularmente grave- a una diputada. Más que nada porque a nadie se le escapa que algo así habría sido inconcebible tratándose de otros diputados. Y nadie debería perder de vista que la dignidad y la legitimidad de una institución no depende de lo que una diputada o un diputado puedan hacer en un día de cabreo, en un día en que se equivocan o en un día en que hacen el tonto. Pero sí depende en cambio, y mucho, de cómo quienes la dirigen y son sus responsables la hacen comportarse y aparecer ante los ciudadanos. Veremos qué pasa, pero el tema es, cuando menos, muy instructivo.