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Si los malos son banales... puede haber muchos (sobre Eichmann in Jerusalem, de Hannah Arendt)

Por: | 08 de septiembre de 2013

31xH1leJTJL._Este verano se ha estrenado en toda Europa una película alemana sobre Hannah Arendt, que confirma que a día de hoy cualquier objeto aparentemente sesudo y supuestamente abstruso, como es en este caso una trama que se centra en parte de la vida de una filósofa y su obra, acaba siendo mucho más entretenido, además de interesante, que las producciones comerciales hollywoodienses al uso, que tanto he defendido en el pasado como pasatiempo, pero que ahora ni siquiera son divertidas desde que se han llenado de excesos, persecuciones eternas y batallitas que parecen una coreografía de ballet pero con pistolas y así se han acabado convirtiendo en un tostonazo. Es cierto que la película en cuestión, al versar sobre la redacción y posterior controversia en torno a la narración que hace Arendt del juicio a Adolf Eichmann, un nazi de las SS encargado del transporte de judíos antes y durante la Segunda Guerra Mundial, primero hacia la deportación y luego hacia el extermino, cuenta con el comodín de tratar de nazis, que es un tema sin duda más bien popular. Pero, aún así, la esencia de la historia, de la reflexión en torno al libro Eichmann in Jerusalem tiene poco de tema fácil: es una historia sobre lo que Eichmann hizo o dejó de hacer, tratando de dejar constancia de lo que fue su proceso (y en parte de rectificarlo, ciñéndolo lo más posible a sus actos, y no a todo lo ocurrido, en contra de lo que fue el juicio real), a fin de delimitar hasta qué punto fue culpable o no (o, más bien, en qué grado lo fue) y, sobre todo, descontada efectivamente tal culpabilidad, a tratar de entender cómo se llega a poder realizar determinados actos. En este sentido en cuando Arendt, tras analizar los actos y psicología de Eichmann concluye que es un sujeto en el fondo muy poco interesante, más bien estúpido, poco dado a pensar por sí mismo, y acuña la famosa expresión de "la banalidad del mal" (el libro se subtitula "A report on the Banality of Evil") que se refiere, a partir de este momento, no ya únicamente a Eichmann sino que, de alguna manera, como se puede detectar a lo largo de toda la obra, aspira a cartografiar ciertas coordenadas de la abyección humana y, sobre todo, a entender cuál es la ruta que puede conducir a un individuo no particularmente malvado ni monstruoso a convertirse en un horrendo criminal de masas.

La película ha sido un éxito de crítica en general. A casi todo el mundo que conozco le ha gustado mucho. Sin embargo, a mí, habiéndome entretenido y habiéndome gustado también, me ha parecido por debajo de las expectativas (quizás, sencillamente, éstas eran muy altas). Básicamente porque me da la sensación de que está tratada de manera que la reflexión sobre la maldad genérica, que es lo realmente interesante que se deduce de toda la exposición de Arendt sobre Eichmann, queda muy difuminada y reducida en la película al supuesto intento de la filósofa de entender al criminal y de explicarlo, de contar al mundo sus acciones y culpas, de un modo diferente a la interpretación dominante. Que las cuestiones más de fondo, más genéricas, están más insinuadas, meramente esbozadas, que tratadas. Que la película restringe mucho lo que era la pretensión de Arendt, que desde un primer momento es más genérica que concreta. Aunque, quizás, ¿quien sabe? esto es un mérito de la película antes que un defecto, pues obliga al espectador a abirse paso menos guiado en esas consideraciones.

En esta misma línea, hay un segundo elemento tratado también, es verdad, en el film, la reacción de la comunidad judía e intelectual, muy virulentamente hostil con el tratamiento que hace Arendt del tema, que también me parece que desaprovecha parte de la historia. En la película esta parte se presenta esencialmente como la lucha de una persona obstinada y obsesionada con descubrir y exponer la verdad, una verdad que ella ve y otros no, frente a un mundo muy hostil que le recrimina que se aleje del consenso y que por esta razón la rechaza de muchas formas pero la suprema paradoja es que al hacerlo, en última instancia (y eso es algo que creo que la película no resalta lo suficiente) está dando la razón a una de las tesis, cuando no la tesis esencial de la obra de Arendt sobre la maldad humana en su forma más habitual, (esa maldad que es, recordemos, muy banal): es el miedo a estar fuera del rebaño, a alejarse de la norma, de lo que los demás esperan de nosotros, a pensar por nosotros mismos, a convertirnos en actores morales... lo que nos puede hacer con más facilidad caer en hacer las cosas mal, en hacer daño a los demás y, muy especialmente, en ser fáciles instrumentos del mecanismo esencial para que los regímenes totalitarios, deshumanizando a la gente al acostumbrarla a relevarla de esa enojosa necesidad de pensar, puedan lograr que mucha gente, incluyendo personas aparentemente "normales" puedan cometer los crímenes más abyectos.

Una connotación ésta mucho más interesante aunque ciertamente perturbadora, porque conduce a pensar en cómo de sencillo es que muchos, que tantos, puedan (¿podamos?) acabar siendo como Eichmann (guardando las distancias si se quiere, pero el problema moral no deja de ser el mismo)... y que de hecho lo seamos quizás muchas veces, en esencia (muchas más veces de lo que creemos, en nuestra cotidianidad, por mucho que, obviamente, respecto de asuntos menos esenciales y por ello con consecuencias afortunadamente menos terribles). Por eso, creo, desagrada todavía tanto hoy el libro de Arendt a mucha gente (bueno, por eso, entre los que se aproximan a él con espíritu abierto y pensante, luego están los que siguen en la manada de la banalidad, en este caso, supuestamente biempensante). El tratamiento que hace Arendt de esta cuestión es lo más interesante de su libro y, la verdad, no tengo muy claro que en la película (o, al menos, tal y como yo vi la película) este tema luzca mucho, máxime por perder la ocasión de explicar las reacciones al mismo desde ese punto de vista. Para demstrar cómo ese germen de la gran maldad, justamente por banal, se aplica y funciona también en casi todo, en cosas menos importantes, en la banal persecución del que ha osado alejarse de la explicación no sólo dominante sino biempensante (y perdón por la reiteración). A mí esta derivada es a la hora de la verdad la que más me interesa. Por muchas razones, que supongo que tienen que ver con que tengo la suerte de no tener que enfrentarme a un régimen totalitario y, por esta razón, el mal se me presenta, social e individualmente, en su forma más banal y aparentemente inocua.

La primera de estas razones por centrar aquí mi interés es porque ello obliga a entender (o a tratar de entender) a casi todos los seres humanos, incluso a los que puedan haber cometido los actos más atroces, desde otra perspectiva. No desde la alteridad, sino a partir de un reconocimiento de que ciertas caídas (¿incluso las más horribles?, pues sí, eso acaba diciendo el libro) están al alcance de casi todos y que no llegar a ciertas simas en el comportamiento personal (cuando se dan las circunstancias que lo propician) tiene que ver con un intento y esfuerzo consciente de individualización. Lejos de lo que muchos critican a Arendt, esto no supone "desresponsabilizar" a nadie ni "justificar" a quienes acaban dejándose despeñar. Antes al contrario, la "desresponsabilización" se deduce, más bien, de presuponer que hay seres humanos buenos, malos, abyectos y mediopensionistas, que cada cual está en una categoría (la de los "buenos" se tiende a asignar a uno mismo, por razones obvias) y que en cambio los que entran en la categoría de "malos" han de ser tratados como algo totalmente distinto a nosotros porque ahí no podríamos entrar nunca. En este blog en alguna otra ocasión he hablado de esta cuestión, justamente a cuenta de Arendt y esta idea, reflejando las habituales lamentables confusiones que al amparo de una supuesta excelencia ética suelen producirse en estos debates. Está visto que no es una idea del agrado de todos afirmarlo, pero a mí no me parece en esencia tan diferente el comportamiento de la población alemana durante el nazismo (desde el punto de vista de sus razones para hacer lo que hicieron y su culpabilidad por "adaptarse" a la situación tratando de salir lo mejor parados posible) al de la población española y sus elites al final de la dictadura montando una transición como la que se monta (y, por favor, esto no es decir que quienes hicieron eso "son como Eichmann", como es obvio, sino simplemente que el mecanismo ético que funciona en uno y otro caso, para bien o para mal, no es diferente en su esencia). Como, al igual que ya he dicho antes, tampoco veo mucha diferencia en las dinámicas que dan origen al mismo y muchos comportamientos que eran la base que llevaba a estigmatizar el libro de Arendt. O los discursos y acciones que eran, por irnos a un tema más español y reciente, muy complacientes hace una década con el modelo económico y social de pelotazo imperante en el país... de igual manera que ahora exigen chivos expiatorios con atronadora pose de indignación moral. Porque, y eso es importante, esta gente que nada acríticamente a favor de corriente y además se pone al frente del pelotón de fusilamiento cuando toca lo hacen convencidos siempre, en todo caso, de su personal irreprochabilidad absoluta desde un punto de vista ético. ¡Faltaría más!

El libro de Arendt, pero no tanto la película (porque, ya digo, creo que no ahonda tanto en esta cuestión), es por ello en el fondo, no puede sino serlo, muy perturbador. Porque si el mal es tan banal, si depende de las circunstancias tanto, de no pensar, de dejarse llevar... el mal es también "fácil" y, además, resulta muy sencillo que haya muchos malos. Obviamente, como ella explica en este y en otros libros (Arendt tiene un también un tratado muy reconocido sobre los orígenes del totalitarismo), que haya muchos malos haciendo cosas realmente abyectas es mucho más difícil que simplemente esto de dejarse ir, requiere de más circunstancias y de un caldo de cultivo más complejo y poderoso. Pero la clave es que el requisito humano en las personas para que pueda pasar es atrozmente sencillo y poco exigente, lo que haga posible que pueda pasar... como de hecho ya ha pasado (no sólo una vez, además). Todo depende de que esa despersonalización por miedo, interés, por comodidad, se extienda más (o menos) de la cuenta y logre (o no) alcanzar ciertas esferas y niveles. Este es un pensamiento, claro, muy poco agradable. Pero Arendt lo desarrolla muy bien en el libro. Cuando habla, por ejemplo, de la población alemana y su actitud respecto de las atrocidades nazis... o cuando lleva la argumentación al extremo al explicar los mecanismos de la colaboración que los dirigentes judíos, aquí y allá, prestaron a los nazis en la liquidación de tantas personas de su propio pueblo.

Este tema, obviamente, aparece en la película pues es quizás lo que más polémica suscitó en su día (el hecho de que Arendt "osara culpabilizar a las víctimas", que es como se solía articular el reproche), pero de nuevo no tengo claro que se logre reflejar lo que creo que en el libro sí es claro: Arendt pone las acciones de los diversos Judienrat en ese contexto de despersonalización no tanto porque le interese demasiado señalarlos con el dedo sino simplemente como una prueba más, como la prueba máxima, de cómo de fácil es el contagio, de cómo de banal es la extensión de la enfermedad (en sus motivos, en las pocas barreras que encuentra, etc.). Y de nuevo, obviamente, esta constatación de un hecho no supone quitar responsabilidades ni personales ni colectivas a nadie. Al contrario. Por eso, de hecho, Arendt se adentra en los casos de resistencia, personal (de contados alemanes y también de algunos dirigentes judíos) y como pueblo (los casos de Italia o Francia pero sobre todo el danés o el sueco en Europa occidental y el notable caso Búlgaro en Europa oriental), para indagar en qué razones, en cambio, podían explicar que a veces los procesos de despersonalización no lograran relajar y hacer desaparecer ciertos límites. La discusión es apasionente y muy complicada en sus matices. Pero de lo que no se puede acusar a Arendt en ningún caso es ser simplista o cobarde. Y menos aún de tener "autoodio" o "culpabilizar a las víctimas". Quien así razona no entiende nada y desvía por ello la discusión hacia un tema menor y absurdo y por esta razón menos interesante que la discusión de fondo. 

En todo caso, la película sí muestra a las claras una cosa (su misma existencia y orientación, de hecho, es la que lo hace): Hannah Arendt ha ganado sin duda la justa intelectual que desató con su libro. Es decir, a día de hoy, más allá de gentes interesadas en limitar su exposición a Eichmann y los nazis (o lo suficientemente obcecadas para no entender nada), parece claro que cualquier persona con interés en estas cuestiones comparte la idea central del libro: cómo de fácil y de escalofriante es que, sin perder en ningún caso la responsabilidad por ello, las personas inmersas en contextos de despersonalización y de tratamiento potente por parte de la masa, puedan llegar a hacer cosas horrendas sin ser monstruos sanguinarios ni psicópatas desatados. A día de hoy, de hecho, cuando se lee casi cualquier análisis sobre el libro de Arendt, como mucho, se le reprochan sus "excesos verbales", su mordacidad juzgada en ocasiones como excesiva y fuera de contexto, pero se suele reconocer siempre que sacó a la luz y se atrevió a exponer una gran verdad sobre la naturaleza humana... y la naturaleza del mal. Es una victoria en toda regla.

No obstante, a mí me parece que hay que empezar a reivindicar también, y en eso la película creo que también podría haber sacado más partido a la figura de la filósofa, la mala leche de Arendt como ejemplo paradigmático de esa manera de pensar y esa capacidad para buscar la verdad, cueste lo que cueste, que no sólo preconizaba sino que ejemplificaba. El libro es por momentos muy divertido justamente cuando afloran en algunos de sus pasajes esa inteligente mala baba. Los finales de capítulo, en ocasiones, destilan una hiriente mordacidad para con el comportamiento de los alemanes o de los propios judíos. Algo que, lejos de ser criticable, tiene mucho que ver con la necesidad, justamente, de afrontar con valentía intelectual la búsqueda de la verdad. O, al menos, de la verdad desde la coherencia personal ante los razonaientos y los hechos. Cuando Arendt se cachondea (y resalta el notable fenómeno de que nadie lo mencione siquiera) de que en el proceso a Eichmann en Jerusalén le pretendan endilgar responsabilidades porque las leyes de Nüremberg no permitieran a los judíos casarse con alemanes de sangre... en un país que en esos momentos impedía el matrimonio de hebreos con gentiles y que se negaba incluso a reconocer jurídicamente a los hijos de esas uniones, lo que está haciendo no es ser "ofensiva". Al revés, está ayudando a que quede claro que hay ciertas cosas que de tan evidentemente impresentables dan risa y que es por ello si cabe más llamativo el ominoso silencio con la que se las acoge por lo general. Estas denuncias, lejos de no tener que ser realizadas (también, por ejemplo, cuando pone como único ejemplo internacional comparado de la legitimidad de secuestrar en otro país a una persona y traértela a tu país para hacerle un juicio supuestamente "legal" el caso de... un comunista alemán raptado en Suiza por la Gestapo en 1934), al contrario, deben serlo. Y deben serlo, si es posible, de la forma más hiriente posible. Eso Arendt lo hacía fenomenal y no me parece en absoluto criticable, como digo, sino todo lo contrario. Además, ¡qué caramba!, así es mucho más divertido. ¡Quienes acusan a Arendt de no cortarse se lo tienen que hacer mirar!

Es más, y por acabar con una nota algo más jurídica esta entrada de inicio de curso, da la sensación, incluso, de que Hannah Arendt cuando escribió el libro sobre Eichmannn, antes que dejarse ir... se reprimió a la hora de analizar lo mucho que se podría decir sobre la legitimidad, juridicidad y legalidad de todo el proceso a Echmann. Y es una pena. Por ejemplo, incluso aunque no puede evitar poner el arriba mencionado ejemplo del secuestro de la Gestapo y explicar todas las impresentables condiciones de la manera en que Eichmann es llevado a los tribunales de Israel (o el anómalo hecho, mencionado también en la película, de que Alemania nunca pidiera la extradición de Eichmann o protestara por su ejecución, habiendo abolido como había abolido Alemania la pena de muerte ya), no cuestiona seriamente en ningún momento la corrección y necesidad última del proceso, ni la absoluta culpabilidad de Eichmann también desde un punto de vista jurídico o el hecho mismo de que se le aplique la pena capital. Alaba también reiteradamente la profesionalidad de los jueces que conducen el proceso, a pesar de reconocerlos incapaces de llevar el juicio a lo que éste habría de ser (un análisis de los actos de Eichmann y nada más) y de criticar que en el fondo sea un espectáculo publicitario del gobierno de Ben-Gurion, pero esta tendencia suya a ser estricta, de agradecer, luego no se compadece bien con ciertos juicios finales sobre la corrección de algunas acciones manifiestamente fuera de mesura... por blanda. De alguna manera, Arendt, y es una pena, da la sensación de "cortarse" por miedo a pisar demasiados callos. Lo que no deja de ser una pérdida, porque el libro es tanto mejor, y tanto más interesante y también divertido, cuantos más callos pisa.

Callos que, personalmente, me parece que son una manera excelente de detectar, por cómo se quejan los que los tienen y gustan de hacer exhibición de ellos, a los sujetos más peligrosa e inquietantemente semejantes a Eichmann y más fácilmente encuadrables en esa banalidad que, dependiendo de las circunstancias, les puede llevar a un mal nimio o moderado... pero de los que yo querría estar lo más lejos posible como un día vinieran de verdad mal dadas y hubiera que confiar en su rectitud y humanidad. En cambio, la verdad, no da la sensación de que de personas como Arendt (o su marido de la época, por ejemplo) uno debiera temer nada. Porque esa voluntad de buscar la verdad, de pensar, de tomar ellos mismos sus decisiones y responsabilizarse por ellas los hace, francamente, mucho más de fiar.

Hay 1 Comentarios

Muy buena columna sobre un tema que nos vendría bien tener presente ahora. Tomaría un poco del tema para destacar el hecho de que predomine en quienes critican la situación actual del país la victimización del ciudadano y el exculparle por lo que está pasando aquí... es algo que a veces me parece tan infantil, en fin. Aun no he visto la pelicula, pero espero que aun este en los cines. Saludos.

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Sobre el blog

Una mirada al mundo y a la actualidad a través del Derecho público. Este blog no es sino el reflejo de los anteojos de un jurista y su uso para filtrar obsesiones, con mejor o peor fortuna. Aspira a hacer más comprensible la realidad aportando un prisma muchas veces poco visible, casi opaco. En todo caso, no aspira a convencer a nadie sino a dar razones. Porque se trata, sobre todo, de incitar a pensar desde otros puntos de vista.

Sobre el autor

Andrés Boix Palop

(València, 1976) es Profesor de Derecho administrativo en la Universitat de València y ha estudiado o investigado, en diversos momentos en Universidades francesas y alemanas (París, Múnich, Fráncfort). Al margen de sus trabajos sobre cuestiones de Derecho público escribe regularmente sobre temas de actualidad que tengan que ver con esa parcela del ordenamiento, no sea que en contra de lo que históricamente han considerado los juristas españoles, haya alguien ahí fuera a quien puedan interesar estas reflexiones a caballo entre lo jurídico, lo noticioso y las obsesiones personales de su autor.

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