Aquí está, y cuidado, que viene dando zancadas. Juan Martín del Potro empezó el año más allá del número 400 del mundo, tras lesionarse y jugar solo seis partidos en 2010, y en dos meses ya vuelve a estar entre los 100 mejores: es el número 89, tras ganar el domingo el título en Delrey Beach. Es muy probable que hubiera rezos en busca del favor divino. Es seguro que hubo invitaciones a los torneos. Trabajo, por supuesto…y un convencimiento al alcance de muy pocos.
A mediados de 2010, Delpo pasa por la prestigiosa clínica Mayo de Rochester y se trata de una lesión de muñeca. Pocas cosas hay peores para un tenista: esa es la bisagra, el diapasón que marca el dónde y el cómo de los tiros. El eco de su silencio, extendido a todo su equipo, que calla por lo general ante los medios, abre la caja de los truenos en Argentina. El país, que sigue el tenis apasionadamente, ve cómo la vida del jugador, campeón del Abierto de Estados Unidos 2009, tras derrotar a Rafael Nadal y Roger Federer, queda rodeada de interrogantes. La misma gente que aplaudió la instalación de una monumental raqueta de 3,60m en una rotonda de Unquillo cuando David Nalbandian llegó a la final de Wimbledon se empieza a hacer preguntas. Unos dicen que Del Potro valora la posibilidad de consultar con psicólogos y hablan de “pánico escénico”. Otros piensan que los dolores no son tales, que hay algo de la maldición del Gato Gaudio, abrumado por las responsabilidades derivadas del triunfo en su primer grande (Roland Garros 2004: “¡Debo ser el peor campeón de la historia!”, cuentan que dijo cuando entró en el vestuario). Los diarios locales recogen la situación y de Delpo, que antes era seguido en cada torneo por una insaciable legión de periodistas, casi no se sabe nada. Juega seis partidos en todo el año (video: "Tengo que salir adelante yo solo").
Cuando el tandilense reaparece se enfrenta a algo más que una montaña. Escalar el Himalaya, volver a donde estaba, el número cuatro, o más arriba, es el destino. Ya está, y en un tiempo récord, a mitad de camino. Le queda la prueba de enfrentarse a los mejores, que probablemente afronte en Indian Wells o Miami. Muchas cosas faltan para que el Del Potro de 2011 se parezca al de 2009. Lo esencial, sin embargo, se mantiene: los fallos de la final de Delrey Beach fueron al ataque. Los errores se hicieron desde el convencimiento. Para cada punto comprometido hubo un ace o un sacazo. El título es un premio. Para el resto de tenistas, un aviso: hubo periodistas que resumieron su impacto en el circuito diciendo que “provocó el revuelo de un Beatle o un Rolling Stone”. Están Rafael Nadal, Roger Federer, Novak Djokovic y Andy Murray. No hace tanto, Del Potro tenía voz en esa pelea. Hoy lucha por volver a ser el quinto Beatle.