Sin hombro y casi sin saque. Con alergia a la red. Usando toneladas de decisión, litros de sudor y kilos de voluntad competitiva. Así, tras dos años de espera, ha vuelto la rusa Maria Sharapova a estar entre las diez mejores del mundo.
Fue una niña emigrante en Estados Unidos que debió dejar atrás a su madre, escucharla hablar en ruso por teléfono para no olvidar el idioma, y luego ver a su padre trabajar de chófer y fontanero para pagarlo todo. Se convirtió en una adolescente impactante, capaz de ganar Wimbledon con 17 años, el gran icono del tenis glamour. Hoy vuelve a la elite de su deporte. El tiempo pasa para todos, pero no igual de rápido: hace casi una década que la rusa venció su primer grande, pero solo tiene 23 años. Lo dijo ella misma: “Todo lo he conseguido con mis manos”.
La rusa tiene un currículo que le asegura un sitio en los anaqueles cuando se acaben las portadas de las revistas: ganadora del Abierto de Australia, del Abierto de Estados Unidos y de Wimbledon, aún puede soñar con completar el Grand Slam. Su carrera, sin embargo, siempre quedará matizada porque la convirtieran en un símbolo del desnortado tenis femenino de principios del siglo XXI, en el que los jerarcas de la competición dieron más peso al márketing y las sonrisas que al grupo de magníficas campeonas que se alineaban en las pistas (Justine Henin, Kim Clijsters, las hermanas Williams, Sharapova…).
Nadie puede saber cuánto tiempo estará Sharapova entre las diez mejores, grupo al que vuelve este lunes. Pocos aficionados recordarán quién compone tan privilegiada lista en el tenis femenino. Los cambios son constantes. Tras el Abierto de Australia y por primera vez en la historia, todas las tenistas fueron de una nacionalidad diferente. Serena Williams, que lleva desde el verano pasado sin jugar, languidece entre las 15 mejores, tantos puntos había acumulado. Y Sharapova, que tampoco está jugando un tenis marciano (¡cómo sufrió para llegar a semifinales de Miami!), vuelve ahora con menos armas que nunca: sus persistentes problemas en un hombro, que la obligaron a pasar por el quirófano, le han forzado a cambiar de técnica de saque. Su movilidad es mejorable. Le duele un tobillo.
Pocas jugadoras, sin embargo, juegan con el ahínco de la rusa. Pocas tienen su deseo competitivo, su ambición y voluntad de mejora. Más allá de los flashes y la técnica, es el epítome de las cualidades psicológicas de los campeones: el brío y la energía en busca de la victoria, por encima de cualquier cosa. Lo dijo en Miami, tras su sufrida victoria de cuartos, ante Dulgheru: “Le eché agallas. A veces, ganar es algo más que jugar bien. Me hice daño en un tobillo. Me he puesto mucho hielo. Me lo han vendado. Estaré bien. Soy dura”. Bienvenida de vuelta.