"Quién sabe si el futuro comenzará hoy en Sevilla, frente a Roddick, ante los 26.600 espectadores que presenciarán el encuentro". Santiago Segurola avisaba así en su crónica de EL PAÍS sobre que aquel día no sería un día cualquiera: el 2 de diciembre de 2004, España anunció que Rafael Nadal, un chico de 18 años, desconocido para el gran público, iba a ser titular en la final de la Copa Davis, ante EEUU. Fue una decisión de riesgo. Fue un éxito rotundo.
"Parece mentira que solo tenga 18 años", decía al día siguiente, en la crónica de aquel enviado especial, Manolo Santana, que hablaba mientras veía cómo Nadal ganaba a Roddick, paso fundamental para que España conquistara la Ensaladera. "Tiene algo, aparte de su habilidad para jugar", comentaba Juan Gisbert, avanzando la magia que vendría. "Si algo le caracteriza es el temperamento. Se recupera muy bien de los momentos difíciles. Es un signo de madurez y fortaleza mental", analizaba con ojo clínico Jose Luis Arilla.
"Son recuerdos bonitos", reflexiona siete años después el campeón de diez torneos grandes en Sevilla. "Es una de esas victorias que recordaré toda la vida", continúa Nadal. "No me ha marcado para mi carrera, porque la de cada uno es independiente, pero es donde la gente me empezó a conecer un poco más", añade. "En su momento fue la victoria más importante de mi carrera, algo importantísimo. Fue muy especial. Por suerte, sigo aquí siete años después y tras conseguir cosas que nunca hubiera soñado y ahora son realidad".