Se me ocurre que podíamos insistir en el arranque de hoy en el tema Sánchez Dragó. Veamos. Hoy saca El Mundo el tema a careta de primera: “El PSOE encabeza la campaña para expulsar a Dragó de Telemadrid”. Y reproduce la defensa de Esperanza Aguirre: “¿Quemamos los libros o los autores?”, que hay que ver el rostro de cemento de nuestra lideresa. El periódico de Pedro J. lleva también un editorial sobre el mismo tema. “El PSOE acusa a Dragó de un delito imaginario”. Ustedes mismos: "El PSOE se sumó ayer a la campaña de algunos medios escritos y audiovisuales contra Femando Sánchez Dragó, que en su último libro describía una supuesta relación sexual con dos adolescentes japonesas de 13 años en 1967. El portavoz socialista en Telemadrid pidió la rescisión de su contrato con la cadena y afirmó que su conducta "es un delito, haya prescrito o no". Sánchez Dragó ya ha explicado que su relato está en un contexto literario y que las chicas tenían más de 13 años. Pero aunque lo que narra fuera la estricta verdad, el Código Penal fija la edad de consentimiento para tener relaciones sexuales en 13 años. Por tanto, el PSOE le está acusando falsamente de un delito que no ha cometido. Y nadie tiene derecho a situar el listón de los comportamientos sexuales más alto de lo que establece la ley. Pero es que, además, los hechos ocurrieron hace 43 años. Estamos de nuevo ante una campaña inquisitorial de la izquierda, que recurre a lo políticamente correcto para demoler a las personas que no comulgan con sus estereotipos. Eso sí que es dañino para la sociedad”. Alguna consideración, que nada, excepto trabajo, cuesta. ¿Verdad que nos importa poco si aquel comportamiento está tipificado o no, por un mes, en el Código Penal? ¿Tan extraño sería que Dragó eligiera, precisamente, esa edad, que nadie vio partidas de nacimiento, porque está fuera del Código Penal? ¿Verdad que hay hechos, estén o no recogidos en leyes punitivas, que todo el mundo entiende que vulneran reglas no escritas de la convivencia? Lo peor de Dragó ya no sabemos qué es, porque ahora ya lo ignoramos todo de aquella peripecia, tras la estrategia de trampa sobre trampa que ha dispuesto el autor, y ni tan siquiera importa si fue hace treinta o cuarenta años. Lo que resulta escandaloso, sea cual sea el grado de gravedad que se dé a la palabra, es la jactancia y el orgullo con que este mismo año, en 2010, ha contado el episodio, que más bien parece una gesta que no la bazofia que es. Eso es lo grave. Que a los más de setenta años, Dragó se siga recreando en contarnos con todo lujo de detalles una escena que la lógica, el sentido común y la decencia hubiera obligado al silenciamiento y no a la suficiencia y el engreimiento como si se hubiera tratado de una heroicidad. Se le afea ahora porque ahora ha sido cuando ha decidido, tan ufano, presumir de ello.
Y hala, otra vez a hablar de ETA.