El racismo ha acaparado gran parte del debate político y ciudadano en este cambio de año británico. Y lo ha hecho desde varios flancos. Uno, rozando la tragicomedia: la liga inglesa de fútbol. Otro, en forma de esperanza: la condena, por fin, de los asesinos –o al menos de dos de los asesinos– de Stephen Lawrence, un crimen racista que ocurrió en 1993 y puso al descubierto el “racismo institucional” de Scotland Yard. Quizás sea el tercer frente el más triste de todos, aunque sus connotaciones racistas no están firmemente establecidas: la ejecución sin causa aparente de Anuj Bidve, un joven indio que vino en septiembre a Inglaterra a estudiar un curso de postgrado en microelectrónica y pasaba las navidades en Manchester con un grupo de amigos. Le dispararon en la cabeza por no dar la hora. ¿O por tener la piel demasiado oscura?