La humillante derrota de los
conservadores la semana pasada en las elecciones para cubrir el escaño de
Eastleigh ha puesto a David Cameron en el disparadero. Todos los gobiernos
británicos suelen sufrir revolcones en las urnas a media legislatura.
Invariablemente, los votantes suelen propinar espectaculares patadas en el
trasero del Gobierno, en parte porque muchos no quieren tomarse la molestia de
ir a votar y los que sí lo hacen suelen estar más cabreados de lo normal. Eastleigh, sin embargo,
parece algo más que eso.
Los conservadores han sido relegados al tercer puesto, superados no solo por sus socios de coalición y sin duda rivales, los liberales-demócratas, sino por el nacionalista UKIP, el Partido de la Independencia de Reino Unido, que nació para conseguir que el país abandone la Unión Europea y se ha convertido en el gran abanderado contra la inmigración. Los laboristas no pintan nada en Eastleigh y su cuarto puesto es irrelevante. Más relevante es el hecho de que se han quedado con el mismo porcentaje de votos que obtuvieron en esa circunscripción en las generales de 2010. Un aviso serio sobre la escasa ilusión que despiertan como alternativa de Gobierno.
El ala derecha tory y muchos analistas políticos achacan el batacazo a las políticas centristas de David Cameron. Creen que el Partido Conservador debería abrazar sin titubeos el programa populista del UKIP. El primer ministro ha advertido en un artículo en el Sunday Telegraph que no es el momento de dar giros a la derecha. Pero, ¿caso tiene realmente margen para ir más a la derecha?
En los dos temas centrales que explican el éxito del populismo del UKIP, los conservadores hace ya mucho tiempo que han dado ese giro a la derecha. En inmigración, los tories han puesto tantas barreras a la llegada de inmigrantes de países terceros que la industria de la Educación cree que esas medidas están dando una pésima imagen del país y los estudiantes asiáticos están abandonando las universidades británicas en beneficio de las de Australia y Estados Unidos. En su reciente viaje a la India, el primer ministro ha conocido de primera mano el malestar que están provocando esas políticas anti-inmigración.
En el tema europeo, a Cameron le queda ya poca cosa que hacer, a parte de coger la puerta y largarse. Aunque, curiosamente, los dos plantones más sonoros que ha dado hasta ahora a sus socios europeos han sido para defender los intereses de la City. Primero, quedándose al margen del Tratado de Estabilidad. Ahora, renegando del acuerdo de todos los demás socios de limitar por ley los bonus que se otorgan a si mismo los banqueros. Desde luego, esta vez no se puede acusar a Cameron de populista: acabar con la cultura de los bonus era algo tan popular durante la crisis financiera que los conservadores lo incorporaron a su programa electoral, aunque más bien con la boca pequeña.
Otros gestos antieuropeos sí
se enmarcan plenamente en la retórica populista que intenta restar votos al
UKIP. Desde luego, la promesa de un referéndum sobre la permanencia o no en la
UE a lo largo de la próxima legislatura: el verdadero objetivo de esa promesa
no es decidir sobre Europa, sino ganar votos en las elecciones con el señuelo
de la consulta. O el anuncio de que Reino Unido abandonará la política europea
de Interior y Justicia, un gesto para los tabloides que inquieta mucho a los
servicios de seguridad. O el coqueteto con la idea de impedir la llegada de trabajadores de Rumanía y Bulgaria cuando el 1 de enero de 2014 acabe el periodo transitorio que les niega el derecho automático a trabajar en Gran Bretaña.
Las otras exigencias de estos días de la derecha tory tienen menos que ver con la sangría de votos a manos del UKIP y más con la frustración de no poder aplicar un programa de Gobierno a la vieja usanza thacherista. Son voces que reclaman no sólo más mano dura con los inmigrantes y con Europa, hasta el punto de que se plantean en serio derogar la ley que ampara en el derecho británico la Convención Europea de Derechos Humanos, sino que lo mismo reniegan del matrimonio entre personas del mismo sexo que de las energías renovables y lo que quieren es menos gasto público (¡aún menos!) y recortes de impuestos. Este grupo suele achacar todos los males al hecho de que Cameron está sometido al corsé que le imponen los liberales-demócratas para gobernar juntos. Suelen olvidar que todo eso estaba ya en el programa centrista de Cameron. Bueno, el matrimonio gay no estaba en el programa electoral conservador, pero tampoco es una exigencia liberal. Es más bien un intento desesperado de Cameron por seguir pareciendo centrista.
Y olvidan también que si no hay bajadas de impuestos no es porque los liberales no quieren, sino porque el canciller del Exchequer, George Osborne, no puede.Aunque el Gobierno le atribuye a la crisis del euro todos los males del país, la economía británica sufre el mismo declive que la del resto de Europa y tiene tan poco margen de maniobra como las demás. Quizás incluso menos que muchos otros, dado el volumen de deuda pública que ha tenido que emitir como consecuencia, entre otras cosas, de la quiebra del sistema bancario.
Si Cameron está menos constreñido por los liberales de lo que parece y ha consumido ya casi todo el margen de populismo del que dispone, ¿qué está pasando? Probablemente la respuesta es que Gran Bretaña es un caso menos único de lo que parece y el país está expuesto al mismo virus populista y a los movimientos anti-política que se dan en tantos otros países: no es tanto Cameron el que está cuestionado, sino lo que representa.
El sentimiento anti-política tiene probablemente aquí un recorrido histórico bastante más largo que en otros lugares. Algunos analistas auguran un futuro electoral difícil al Partido Conservador porque creen ver una tendencia histórica a la baja que le hace ganar las elecciones cada vez con menos porcentajes y perderlas cada vez con menos votos también. Los resultados de 2010 y su incapacidad para conseguir la mayoría absoluta se inscribiría en esa tendencia.
Sin embargo, ese análisis deja de lado un factor muy importante: no son solo los tories los que bajan, sino los dos grandes partidos. Conservadores y laboristas sumaban cerca del 90% de los votos después de la II Guerra Mundial y su hegemonía se elevó al 96,8% de los votos en las elecciones generales de 1951. Durante los años 60 estaban solo ligeramente por debajo de la barrera del 90%. La división del laborismo y la creación del Partido de los Liberales Demócratas rebajó ese listón en torno al 75% en los años 70 y 80.
La llegada del Nuevo Laborismo, con un programa centrista que borraba la distancia entre derecha e izquierda, significa un agudizamiento del declive de esas dos fuerzas. Suman el 73,9% de los votos en 1997, el 72,4% en 2001, el 67,6% en 2005 y el 65,1% en 2010. Si se incluye el voto liberal, ya que forman de hecho parte del establishment político, se aprecia también un auge del voto destinado al resto de candidatos. Entre 1974 y 1992, ese voto obtuvo una media del 5,5%. En 1997 y 2001 suponían el 9,3% de los sufragios, en 2005 el 10,3% y en 2010 el 11,9%. Todo hace pensar que en las generales de 2015 mejorarán claramente su porcentaje de voto.
¿No es acaso ese un indicio de hartazgo con la clase política dominante y de acercamiento a otras alternativas, algunas de ellas probablemente identificadas con la anti-política? Pero la clase política dominante cuenta con el mejor arma posible contra ese virus: el sistema electoral más injusto del planeta, por mucho que los británicos lo refrendaran en referéndum en 2011 para desairar al líder liberal, Nick Clegg. Ese sistema hace muy difícil que un candidato del UKIP consiga un escaño y literalmente imposible, salvo que haya una revolución, que alcance un peso específico en el parlamento que le permita influir en el Gobierno. Es una manera de evitar que la fiebre de la anti-política ataque al sistema inmunológico de Westminster. Pero es también una manera de esconder las causas y la verdadera magnitud de la enfermedad…
Hay 4 Comentarios
Interesante... Y para entender mejor la trayectoria de un país, nada como conocer su historia, su gente, su idioma... con todo este conocimiento el acercamiento a cualquier cultura diferente a la nuestra es distinto. Hablar y entender inglés es importante, hoy en día indispensable, pero no sólo para poder encontrar trabajo sino para ampliar los horizontes de nuestra mente y entender mejor a quienes lo hablan (http://www.myoxfordenglish.es)
Publicado por: sofiaderomano | 30/12/2013 16:56:32
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Publicado por: Serpico | 06/03/2013 22:00:01
Es muy distinto ser antipolítico porque acusas a los políticos de haber reducido tus derechos que serlo porque, a cuenta de esos derechos, cada vez te quieren hacer más dependiente de ellos. Por lo primero sigues dependiendo de Papá- Estado, por lo segundo quieres reducir la dependencia a lo imprescindible.
Recomiendo este artículo: http://www.otraspoliticas.com/politica/%c2%bfderechos-o-responsabilidades
Publicado por: carmen sanchez | 06/03/2013 18:22:48