Cuando me lo contaron, pensé que debía ser una exageración, una anécdota embellecida para demostrar la heroicidad de los manifestantes y los pocos escrúpulos de los soldados. Algo similar a una foto que me habían enseñado ese día en el campamento de los Hermanos Musulmanes, que mostraba un cadáver al que se le había añadido, claramente por ordenador, un dedo apuntando hacia el cielo, símbolo de la unión con dios. Así que cuando me dijeron que Ahmed Samir Assem, de 26 años, había grabado en vídeo su propia muerte no indagué más en la noticia, ocupado en otras cosas.
Mi compañero Ricard González escribió en EL PAÍS una crónica en la que contó las circunstancias de la muerte y algo de la vida de Assem, tras hablar con un buen amigo suyo. “En los dos últimos segundos de grabación, hay un zoom sobre uno de los uniformados, que apunta a la cámara y dispara. Así murió, con la cámara y grabando a su asesino el fotógrafo Ahmed Samir Assem”, escribió Ricard. “De 26 años de edad, Ahmed trabajaba de fotógrafo para el periódico Hurriya-ual adala, vinculado al Partido de la Libertad y la Justicia, el brazo político de la Hermandad, del que era militante”.
Vi la foto de Assem, y no reconocí su cara. Afeitado, pulcramente peinado, con gafas. Al día siguiente volví con unos colegas de profesión a la mezquita de Raba al Adauiya, donde han acampado los islamistas en El Cairo. Nuestro primer contacto con el centro de prensa que hay montado allí había sido con un joven llamado Ahmed, nuevo miembro de los Hermanos Musulmanes, extremadamente amable y dispuesto a hablar de la organización, de su estructura, de sus órganos de gobierno. Me había sorprendido su franqueza y, como estaba trabajando en un reportaje sobre la cofradía, decidí llamarle para volverle a entrevistar.