David Alandete

Sobre el autor

(Valencia, 1978) es corresponsal de El País en Oriente Próximo desde 2013. Previamente, durante seis años, trabajó en la delegación del diario en Washington. Fue corresponsal en el Departamento de Estado y en el Pentágono, y cubrió la guerra de Afganistán, los juicios en Guantánamo y las campañas presidenciales republicanas de 2008 y 2012. En 2006 recibió una beca Fulbright para periodistas, y se especializó en Relaciones Internacionales y el Conflicto Árabe-Israelí. En este blog atenderá también a las consultas, dudas y quejas de los lectores. Pueden contactar con el autor a través de Twitter o Eskup.

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Ahmed, uno más

Por: | 18 de julio de 2013

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Ahmed en una foto de Facebook

Cuando me lo contaron, pensé que debía ser una exageración, una anécdota embellecida para demostrar la heroicidad de los manifestantes y los pocos escrúpulos de los soldados. Algo similar a una foto que me habían enseñado ese día en el campamento de los Hermanos Musulmanes, que mostraba un cadáver al que se le había añadido, claramente por ordenador, un dedo apuntando hacia el cielo, símbolo de la unión con dios. Así que cuando me dijeron que Ahmed Samir Assem, de 26 años, había grabado en vídeo su propia muerte no indagué más en la noticia, ocupado en otras cosas.

Mi compañero Ricard González escribió en EL PAÍS una crónica en la que contó las circunstancias de la muerte y algo de la vida de Assem, tras hablar con un buen amigo suyo. “En los dos últimos segundos de grabación, hay un zoom sobre uno de los uniformados, que apunta a la cámara y dispara. Así murió, con la cámara y grabando a su asesino el fotógrafo Ahmed Samir Assem”, escribió Ricard. “De 26 años de edad, Ahmed trabajaba de fotógrafo para el periódico Hurriya-ual adala, vinculado al Partido de la Libertad y la Justicia, el brazo político de la Hermandad, del que era militante”.

Vi la foto de Assem, y no reconocí su cara. Afeitado, pulcramente peinado, con gafas. Al día siguiente volví con unos colegas de profesión a la mezquita de Raba al Adauiya, donde han acampado los islamistas en El Cairo. Nuestro primer contacto con el centro de prensa que hay montado allí había sido con un joven llamado Ahmed, nuevo miembro de los Hermanos Musulmanes, extremadamente amable y dispuesto a hablar de la organización, de su estructura, de sus órganos de gobierno. Me había sorprendido su franqueza y, como estaba trabajando en un reportaje sobre la cofradía, decidí llamarle para volverle a entrevistar.

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Golpe con cuenta atrás

Por: | 09 de julio de 2013

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Ataque con gas lacrimógeno / Foto: AFP

El otro día, a nuestro lado, mataron a un hombre. Fue un disparo en la cabeza, según supimos luego. Entre el humo, la gente huyendo y la confusión y el miedo, sólo vimos su cuerpo caer, desplomado al suelo. El Ejército había lanzado botes de un gas lacrimógeno como yo no había inhalado nunca. Lo que provocaba no era irritación, sino una intensa quemazón en los ojos, la nariz, la boca y, por alguna extraña razón, la nuca. En aquel momento los dos colegas de profesión con los que me encontraba y yo temíamos ahogarnos de asfixia. Lo mismo sentían los cientos de personas que nos rodeaban, que huían, vencidas las ganas de manifestarse contra la detención de Mohamed Morsi en el cuartel de la Guardia Republicana, donde nos hallábamos.

Uno piensa ahora en lo del gas lacrimógeno y se da cuenta de la nimiedad que es, a pesar de que las fuerzas armadas egipcias empleen un tipo químico prohibido en muchas partes del mundo. Sobre todo porque en aquella concentración murieron al menos tres personas, según un portavoz de los Hermanos Musulmanes. A un compañero de la BBC le alcanzaron perdigonazos en la cabeza y la pierna. Nosotros nos refugiamos en un soportal y luego huimos por un lateral, avanzando como pudimos por un jardín reseco, mientras oíamos el ruido de los botes de gas lacrimógeno cayendo como un bombardeo en el suelo, y el gas alzándose sobre cientos de cabezas.

De fondo sonaban algunos tiros, yo pensé, equivocadamente, que al aire. Luego este vídeo que difundieron los Hermanos Musulmanes nos mostró lo que vimos de mala forma, desde otra perspectiva. Fue un tiro, al parecer, en la cabeza.

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Recuerdos y olvidos de Tahrir

Por: | 02 de julio de 2013

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Helicópteros militares sobrevuelan Tahrir / Foto: Reuters

Esta es una revolución que se está fraguando con banderas nacionales, vuvuzelas, tarjetas rojas, láseres y fuegos artificiales. Parece, a pie de calle, más una fiesta que una revuelta. Cuando cae el sol, decenas de miles de opositores acuden a Tahrir y la plaza estalla en gritos y cánticos. El más común, y más empleado, es el de “erhan”, “vete” en árabe. La práctica más repetida es sacar con una mano una tarjeta roja al aire, dirigida simbólicamente a Mohamed Morsi, a quien estos opositores le envían el mensaje de que se le ha acabado el juego y es hora de marcharse.

Sobre las cabezas se ve avanzar, al ritmo de los cánticos y la música, muñecos con forma de borrego. Es un insulto, dirigido a Morsi y los Hermanos Musulmanes. “Son literalmente borregos, que siguen al que les lleva sin pensar en ello”, me decía ayer Sami, manifestante de 26 años acampado en Tahrir, que levantaba su peluche al aire mientras mientras fingía darle de comer una mazorca. Un artista esculpe figuras de escayola en una de las tiendas de campaña en la plaza. Hay borregos, claro. Y hay también una efigie del presidente con cuernos y cara de demonio.

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El País

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