“Usted vive en Nueva York. Yo vivo en Siria”.
Esa frase, que le espetó el ministro de Exteriores sirio, Wallid al Muallem, a todo un Secretario General de Naciones Unidas, en el arranque de la cumbre de paz aquí en Montreux, fue la que mejor ilustra, para mí, ese encuentro.
Define claramente a qué ha venido a Suiza el equipo de emisarios de Bachar el Asad: a exigirle a la comunidad internacional que les deje en paz, haciendo lo que hacen, sin más injerencias, aunque esas injerencias quieran detener el torrente de muertes, que en tres años ya son más de 130.000. Nada de hablar de armas químicas, de barriles explosivos, de hambrunas o torturas. Sólo de soberanía y de que le dejen a El Asad y los suyos hacer la guerra en paz.