Muy pocas ciudades pueden presumir de tener todo un mal bautizado por los efectos que tienen sobre quien las visita. Está la muerte de Venecia, un arrebato melancólico en el que todo, incluida la ciudad, parece que se hunde, y el enfermo acaba optando por el suicidio. Hay psiquiatras que han diagnosticado enajenaciones estéticas en los bulevares que París que llevan a la locura transitoria. En Jerusalén el trastorno es de mesianismo.
Los aquejados por el síndrome de Jerusalén se creen dioses o profetas, oráculos y mesías. Se pasean por las calles de la ciudad vieja advirtiendo de la inminencia del juicio final, y ofrecen a quienes les escuchen la clave de la salvación o la condena eterna, dependiendo del caso.