31 ago 2009
04 ago 2009
Aquel reportaje sobre los quechuas de Perú se fraguó gracias a un encuentro casual. La casualidad está detrás de muchas buenas historias. Uno de mis amigos llevaba un paquete que su familia enviaba a un misionero murciano que llevaba toda la vida trabajando con comunidades campesinas en las montañas cercanas a Cusco. Se llamaba Quino Meseguer.
Me fui con mi amigo a buscar al misionero y aquel encuentro cambió muchas cosas. Cambió mi percepción sobre el mundo duro y cruel de los desheredados de la tierra, sobre aquellos campesinos quechuas que malviven en una de las tierras más inhóspitas del planeta, a 4000 metros de altitud. Cambió mi percepción sobre algunos miembros de la iglesia católica, como Quino Meseguer, que sí que dan su vida por los demás (y no por una poltrona como Rouco Varela).
Y cambió mi relación con aquel misionero menudo, nervioso, vivaracho y dinámico que más que a rezar a lo que enseñaba a sus niños de Huasampata era a lavarse las manos antes de comer para no coger infecciones, a canalizar el agua potable, a que los maridos no bebieran y no le pegaran sus mujeres, a que los niños estudiaran: al final emparentamos. Resultó que en el grupo de viajeros venía mi hermana; al final del viaje Quino nos entregó otro paquete para llevarlo a su familia en Murcia. Mi hermana fue la encargada de cumplir el mandando. Fue entonces cuando conoció al sobrino de Quino Meseguer, se enamoraron y se casaron.
Moraleja: el destino es así de canalla.
04 ago 2009
Revisando el archivo encontré las fotos que hice en Perú en 1986. Es el reportaje al que más cariñó le tengo porque fue el primero que publiqué. Me fui aquel verano a Perú con unos amigos, muy poco dinero y una enorme cámara Zenza Brónica SQ de negativo 6x6 que había comprado ese invierno empeñando los ahorros de mi vida pasada y venidera. Yo entonces acababa de empezar a trabajar como químico.
A la vuelta, aprovechando un viaje de trabajo a Barcelona, hice un hueco entre compromiso y compromiso y me planté con mis fotos de Perú bajo el brazo en la redacción de la revista Integral, que por aquel entonces estaba en el Passeig Maragall. La única publicación de la que, a través de contactos, había conseguido enterarme del nombre del redactor jefe. A la hora de presentarte por la cara en una redacción es importante, al menos, saber por quién tienes que preguntar. Y hacerlo de manera decidida, como si fueras el mejor fotógrafo del National Geographic, y no un pringao de provincias con ínfulas de reportero.
Me recibió el redactor jefe, Pep Verdú. Le conté mi milonga, le enseñé mis fotos, le dije todas las tonterias que un novato suele decir en un encuentro como ese. Pep se quedó la fotos y me dijo que las estudiarian.
Salí a la calle extasiado. ¡Al menos se las habían quedado! Tan extasiado que dos manzanas después advertí que con los nervios no le había dejado ni mi teléfono ni mi nombre ni ningún contacto. A paso ligero volví a la redacción y pregunté a la señorita de recepción de nuevo por Pep. Pero cuando bajó, fue él el que habló: ¡Hombre, que casualidad! Acabo de enseñarle las fotos al editor gráfico y le ha encantado tu trabajo. Te las vamos a publicar, ¿eres capaz de escribirnos también un texto?
Bajé llorando hasta más allá de la Plaça Real. De pura alegría.
(Desde entoces he seguido trabajando con Pep Verdú en todas las publicaciones por las que ha pasado; ahora está en Altaïr. Pep conoce esta anécdota. Y que mi agradecimiento hacia él será eterno)
04 ago 2009
04 ago 2009
Acompañamos a Quino Meseguer durante varios días por las aldeas quechuas en las que trataba de mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Pueblos de adobe y bostas de llama míseros como la tierra que los rodeaba. Una tierra dura como una costra, ajada como la piel de un anciano, en una altiplanicie barrida por los vientos de los Andes de la que a duras penas se sacaban un par de cosechas de patata . Y unos campesinos de rostro curtido, mirada huidiza y olor a sudor y cansancio cuya vida había mejorado muy poco en los últimos 500 años. Vidas golpeadas por los conquistadres, por sus propios gobernantes, por su propia desidia, por una mala cosecha, por un año de sequía, por Sendero Luminoso, por... por quien quiera que pasara por allí.
Un día hicimos arroz hervido con carne para todos los niños de una escuela. Los sentamos en una mesa alargada y les fuimos sirviendo cuanto quisieron comer. Uno de ellos no dejaba de llorar mientras miraba su escudilla de arroz a medio acabar... me acerqué, pensado que no quería más. "No", me dijo", es que ya no me cabe más. Y no se cuando volveré a comer así".
03 ago 2009
Un blog de viajes para gente viajera en el que tienen cabida todos aquellos destinos, todos aquellos comentarios, todas aquellas valoraciones que no encontrarás en otros medios.
Un espacio abierto a la participación con información diaria y actualizada sobre países y ciudades, alojamientos, transportes, gastronomía, rutas, ideas para ahorrar dinero o para gastárselo en lo mejor en lo que uno puede invertir su tiempo: en viajar. Todo contrastado y analizado en primera persona.
Paco Nadal es viajero-turista antes que periodista y culo inquieto desde que tiene uso de razón. Estudió Ciencias Químicas pero acabó recorriendo el mundo con una cámara y contándolo. Escribe en EL PAÍS sobre viajes y turismo desde el año 1992. Es también escritor y fotógrafo, colabora con la Cadena Ser, además de presentar series documentales en diversas televisiones.
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Un relato trepidante por unos de los destinos menos turísticos y más inseguros del mundo. Un viaje en solitario lleno de emoción y melancolía a lo largo de una región azotada por constantes guerras y conflictos étnicos. Un viaje plagado de sentimientos que consigue conectar al lector con los sufrimientos y las esperanzas de África.
Por: Isidoro Merino
Por: José Carlos Capel
Por: Paco Nadal
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