Una de las ciudades más fascinantes y menos conocidas de Uzbekistán es Khiva , un oasis perdido al norte del desierto de Kara Kum, en un ramal secundario de la Ruta de la Seda. Para llegar a Khiva (se pronuncia Jiva) hay que desviarse de la ruta principal en la que están las mayores ciudades el país (Bukhara, Samarcanda, Tashkent) y hacer unos 400 kilómetros hacia el noroeste en busca del valle del río Amu Daria .
Precisamente, este río que desembocaba en el Mar de Aral, fue uno de los exprimidos hasta la extenuación por los soviéticos para crear miles de hectáreas de regadío para el monocultivo intensivo del algodón donde antes solo había desierto. El resultado: el Amu Daria, mermado de su caudal, ya no llega al mar de Aral, se pierden antes en la arena. Y el mar de Aral, privado de éste y otros aportes, prácticamente ha desaparecido, en lo que se considera uno de los mayores desastres ecológico creados por el hombre.
Tenéis un resumen de la desaparición del mar de Aral en esta página web . Y información más detallada de semejante barbaridad en wikipedia .
La restauración del casco histórico de Khiva empezó en época soviética. Y aunque algunos piensan que ha sido excesivo (ya se sabe, el peligro de las ciudades-museo-de-cartón-piedra sin ápice de vida local) a mi me ha impresionado. Caminando por sus callejuelas es fácil imaginar lo que debieron ser aquellas ciudades míticas del desierto. Y si te aislas un poco de los vendedores de souvenir y de los demás turistas (en esta época es fácil, es temporada baja y no hay nadie) casi puedes oír las pisadas de las caravanas de dromedarios que entran por la puerta de Khuna Ark procedentes de Kirguiztán; o el bullicio del Dekhon Bazaar mientras descargan polvorientos fardos de delicadas telas, especias de olores extraños y cofres de maderas nobles repletos de aceites y productos de cosmética.
Pero por otro lado, sus esbeltos minaretes, alicatados de azulejos púrpuras y verdemares; azules turquesa y amarillos tornasolados, llenos de geometrías y relieves de textos sagrados, tienen algo de gaudiano; y su forma de chimenea, más que de alminar, me trae recuerdos de la Barcelona industrial del siglo XIX y del parque Güell.
Deben de ser los espejismos del desierto.
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PD: se me pasó. Pero como se ha encargado de recordarme Igoa, viajesalasantípodas tiene un excelente post publicado sobre lo que ocurrió con el mar de Aral. Queda reparado el error.