Paco Nadal >> El Viajero

La semana pasada fui a un partido de béisbol. Nunca había asistido como espectador a un partido de béisbol. Así que me presenté en el estadio de Oakland (población vecina a San Francisco, al otro lado de la bahía) con la ilusión de un primerizo dispuesto a sumergirme en la cultura local y a ser uno más. ¡Hala Madrid! (Uf, perdón, eso es en el Bernabéu). ¡Hala Oakland!

Minutos previos: Jugaban los Oakland Athletics y los Boston Red Sox: los atléticos del Oakland contra los calcetas rojas de Boston. Fue una de las primeras cosas que me llamaron la atención; a los equipos de béisbol norteamericanos les pone nombre el hijo menor del entrenador: los gigantes de San Francisco, los rayas de la bahía de Tampa, los oropéndolas de Baltimore, los cerveceros de Milwakee, los astro de Boston o los pilotos de Seattle. ¡Qué tierno!
Minutos previos, pero menos: compro una entrada de gallinero que me cuesta 16 dólares?¡e incluye 6 dólares canjeables por comida y bebida! Una juerga barata. Eso sí, para ver la bola hay que llevar prismáticos.
El estadio de los A?s (acrónimo de los Athletics) se llena solo a la mitad. No me extraña, es martes y hace un frío de espanto. Y eso que es verano.
Minuto 0: Los jugadores saltan al campo y me parecen todos iguales. ¿Por qué unos van de blanco y los otros de gris claro casi blanco?
Minuto casi 0:¡Suena el himno nacional! Y lo que es más sorprendente: ¡la gente se pone de pie y lo canta con la mano en el corazón... sin agredirse los unos a los otros! Alucina, vecina. (Aclaración para los que leen esto fuera de España: el autor es de un país donde los himnos y las banderas llevan siglos siendo usado para matarnos unos a otros en vez de para unirnos).
Minuto 1: Empieza el juego. Hay un montón de marcadores, pero tienen tantos números que no entiendo nada.
Por las gradas veo a unos señores de amarillo vendiendo cosas: pero en vez de quintos de Mahou llevan chocolate caliente y marshmellow. ¡Esto es (norte)América!
Minuto 30: El juego avanza y yo sigo sin entender nada. Estamos en casa de los Athletic (color verde) pero hay casi más gente de los Red Sox (color rojo). Y la gente chilla por igual las jugadas de uno y de otros. ¿Dónde quedo la fidelidad hasta la muerte por los colores que se estila en pueblos latinos?
Minuto 41: El frío arrecia. Pregunto si queda mucho y desde la butaca contigua me dicen que un partido de béisbol dura como poco tres horas. ¡TRES HORAS! ¿Estamos locos o qué?
Minuto 50: Los Red Sox acaban de meterle cuatro carreras seguidas a los A?s, pero como chillan tanto los de verde como los de rojo no me entero si eso es bueno o malo para nuestro intereses (ya me considero ciudadano de la bahía de San Francisco).
Me aburro. El béisbol es un deporte en el que te puedes ir tres cuarto de hora y cuando vuelves lo normal es que no haya pasado nada. Así que me voy a comprar comida con mi vale de 6 dólares.
Compruebo que los quioscos de restauración funcionan de manera diligente. La gente hace cola? ¡sin tratar de colarse! Todo muy limpio y organizado. Y puedes pagar con tarjeta. ¡Esto es (norte)América! Fast food y cerveza a raudales, y a precios asequibles. Medio litro de cerveza fría y espumosa, 5 dólares. Empieza a gustarme esto del béisbol.
Minuto 110: Vuelvo a mi asiento y como me imaginaba, no ha pasado nada: siguen 4 a 0. Mal por los A?s.
No hay nadie que te pida la entrada en la boca de los túneles que comunican con las diversas áreas del estadio. Por morbo y por fidelidad a mis genes latinos, veo si me puedo colar en las gradas de más abajo, en las caras. Me cuelo sin problemas. Al rato de estar allí cómodamente sentado me entra remordimiento y vuelvo a mi gallinero, convencido de que soy el único del estadio que ha intentado colarse. ¡Que jodidamente civilizada puede llegar a ser esta gente!
Veo que nadie fuma. Pregunto y me dicen que aunque sean un espacio abierto solo se puede fumar fuera, en una especie de fumadero de opio cercado. ¡ADORO (norte)AMÉRICA!
Minuto 121: Los de verde rugen. Los A?s han empatado a 4 carreras. Llevamos ya más de dos horas aquí. Me muero de frío.
No veo ni un papel en el suelo. La gente tira los residuos de la cerveza y la comida-basura a las papeleras. ¿Estaré en otro planeta?
Minuto 130: Estoy literalmente helado. El marcador sigue igual. Me acuerdo de la frase de Mark Twain (gracias Tessie por recordarla): ?El invierno que más frío pasé fue aquel verano en San Francisco?. Apunto en mi cuaderno otra de cosecha propia: ?El deporte de invierno en el que más frío pasé fue aquel partido de béisbol en San Francisco a finales de julio?.
Minuto 144: ante la imposibilidad de hacer una hoguera con la butaca, desisto. Y me voy sin esperar a que termine. Abajo, en el campo o como se llame donde juegan al béisbol, sigue sin pasar nada. Al día siguiente, camino de la farmacia para comprar paracetamol contra la pulmonía, me entero de que los Athletics ganaron 5-4 a los calcetas coloradas. ¡Bien por los muchachos!
PD: si vuelvo al béisbol, será con abrigo y bufanda, ¡aunque sea agosto!
Fotos © paco nadal

28 jul 2010

Osos, pumas y campistas en Yosemite

Por: EL PAÍS

Yosemite es uno de esos paisajes soberbios cuya contemplación reconcilia al ser humano consigo mismo. Un valle que los glaciares tallaron en la Sierra Nevada californiana con formas imposibles.

Hay grandes bosques, hermosas cascadas, sequoyas gigantes... pero los dos elementos más característicos del parque, los que hacen que levantes la cámara y dispares hasta la extenuación, son dos gigantescas paredes cortadas a pico por la erosión. El Capitán (así, en español), que con 900 metros a plomo está considerado el acantilado más alto del mundo. Y el Half Dome, un domo gigante de granito cortado en dos con la precisión y la limpieza con que un cuchillo caliente cortaría una barra de mantequilla.
Es verdad que hay mucha gente. Mucha. Pero como decía Glo, Yosemite tiene la extensión de Mallorca y siempre puedes encontrar rincones solitarios. Además, como siempre ocurre en estos sitios, el 90% de los visitantes se limitan a parar en los miradores, tomar su foto y seguir hasta el próximo mirador en alocada carrera.
Hay un montón de senderos bien señalizados, así que apenas que te calces unas botas y te coloques una mochila, te encuentras solo en mitad de la naturaleza más intacta de Norteamérica: Yosemite fue "descubierto" por los descendientes de europeos en 1851. Y declarado zona protegida pocos años después, en 1864.
La zona más atestada suele ser el fondo del valle. Mi consejo es subir en coche -o a pie por la senda de las Cuatro Millas- hasta Glacier Point, el mirador de la zona alta (la foto de arriba). Allí llegan menos turistas y la vista del parque es de las que no se olvidan. Si además te internas en alguno de los senderos que parten de allí... tendrás Yosemite para ti solo.

PD: lo que más me ha impresionado del parque nacional de Yosemite es que en él viven centenares de osos. Además de muchos pumas. Te advierten para que si acampas dejes la comida en cajas de hierro herméticas, si no los osos acudirán a tu tienda a hacerte una visita nocturna y tratar de cenar gratis (yo mismo me topé con uno en la ribera del río al atardecer mientras hacía unas fotos). Y aún así...¡la gente camina y acampa con toda naturalidad en el parque!
Se puede convivir en paz con la naturaleza salvaje.

Lo comparo con el proyecto de reintroducción del oso pardo en el Pirineo. Y me da pena. Trajeron a una veintena de osos eslovenos y varios han muerto o han sido heridos a manos de desaprensivos (por supuesto siempre "fortuitamente" o en "defensa propia"), porque dice mucha gente de esos valles pirenaicos que la presencia de osos afectara al turismo y a otras actividades, como la ganadería o la caza.
Los norteamericanos tendrán muchos defectos, pero en algunos aspectos, le envidio.

27 jul 2010

¿Puede hacernos una foto, por favor?

Por: EL PAÍS









Estoy en Yosemite, uno de los parques nacionales más famosos de los EEUU.

Pero de momento apenas he podido ver nada. Los árboles impiden ver el bosque.
Me refiero a que hay tanta gente (es temporada superalta), tanto coche, tanto autobús, tanto turista... que tienes que hacer cola en los miradores para poder mirar algo.
Así que se me ha ocurrido dar unos pasos atrás y fotografiar a la gente que se fotografía ante la postal más famosa de Yosemite.

Es curiosos observar nuestro comportamiento desde aquí atrás. Me recuerda a una baraja que tuve de pequeño en la que salían todas las razas. Aquí, delante de mi, están posando ahora mismo todas las razas, todos los credos, todos los colores. Y todos hacen lo mismo, ¿será esto la globalización?.
Los turistas son (somos) así: nos gusta hacer lo mismo que hacen otros, necesitamos repetir roles para sentirnos integrados en el grupo... y para dar por bueno el dineral que nos hemos gastado en llegar hasta allí.
Un día podíamos quedar todos y enseñarnos los álbumes de fotos para comprobar que todos tenemos las mismas imágenes en el mismo sitio.
Llegamos, vemos, disparamos unos millones de megapixeles... y nos largamos, dando por capturado el momento. ¿Dónde quedó el disfrute sosegado?
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Y para que nadie se sienta aludido... aquí va mi foto. Yo también hice el turista y me fotografié delante de la postal de Yosemite.
No vaya a ser que me quede fuera del grupo.

PD: mañana cuento más del Parque Nacional de Yosemite, prometido.

26 jul 2010

Se pone el sol sobre Sausalito

Por: EL PAÍS

Un clásico inexcusable si estás en San Francisco es cruzar el Golden Gate Bridge para ir a pasar el día a Sausalito , la localidad costera situada al otro lado de la bahía.

Tras la apertura del puente (1937), Sausalito se convirtió en la zona residencial de San Francisco para la burguesía acomodada, que tiene aquí chalés de ensueño y algunos de no tanto ensueño pero tan pegados al mar y con tales vistas que para mi los quisiera. Una burguesía que además es muy combativa contra todo lo que suponga construcción de torres de apartamentos o bloques de hormigón en el condado, lo que acrecienta su belleza aunque esté densamente habitado.
Para los que venimos de fuera Sausalito es el típico pueblo costero con paseo marítimo, restaurantes de pescado, tiendas de artesanía y vida relajada. Por eso los fines de semana se pone a reventar.
Si queréis un consejo: reservar una mesa para cenar en Scoma's , un elegante restaurante de pescado abocado al mar sobre pilotes de madera (el de la foto de arriba). Pedir que sea de las que dan al mar (tienen otro salón interior), presentaos allí a eso de las 19.30 (cuando ya las hordas se han marchado) y, sin prisas y con una buena botella de vino de California (y una buena compañía), dejar que el atardecer se apodere de vuestras almas a la vez que lo hace de la bahía de San Francisco. Fue lo que hice yo el viernes. Apoteósico.
La mejor cena panorámica sobre esta "adorable ciudad, fresca y gris", que decía George Sterling.
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Otro clásico es ir hasta Sausalito en bicicleta. Se alquilan en Fisherman's Warf, luego cruzas el Golden Gate con ella y sigues por el carril bici que recorre el frente marítimo de Sausalito. Puedes continuar unos kilómetros más hasta Tiburón, otro encantador pueblecito pesquero con la "calle Mayor más pequeña de Norteamérica" y unas vista de San Francisco y el Golden Gate insuperables. Y luego volverte en el último ferry con la bici a cuestas. Si además sale el sol, un día redondo.

23 jul 2010

Coche grande, ande o no ande

Por: EL PAÍS

Los Estados Unidos de América (América, como gustan abreviar por aquí, obviando el resto de lo que queda comprendido entre el Cabo de Hornos y Alaska) es el país del XXL.
Aquí todo es talla gigante: las hamburguesas, las pizzas, las porciones de tacos, los rascacielos y los coches.

Y solo a mi se me ocurre alquilar un Smart en el país del XXL. Lo cogí porque iba solo a Muir Woods, a unos pocos kilómetros del downtown, y además era el más barato (¡hay que mirar por el presupuesto).
Pero lo que no esperaba era convertirme en una atracción de feria. Apenas llevaba hechos los primeros kilómetros cuando me di cuenta de que ir por una autopista (norte)americana con un Smart es como ir en patinete por una europea.
La gente bajaba las ventanillas y aminoraba para verme y hacerme fotos, me saludaban como quien ve a un extraterrestre y sonrían ante la ocurrencia. En los parking los turistas venían a hacerse fotos conmigo y los más atrevidos me preguntaban que cómo se conducía "eso".

-"Pues con un volante y cuatro ruedas", ¿cómo si no?
En el fondo fue divertido. Era un excéntrico talla S en el país del "Jumbo size". Pero me reí un montón. Y quien me veía al volante, también.
PD: para hacer honor a la verdad, en la ciudad de San Francisco se ven muchos coches pequeños, hasta en eso es la más "`progre" y diferente de los USA. Creo que los que me hacían fotos asombrados de mi minúsculo vehículo eran turistas del Medio Oeste que venían a ver el Golden Gate: allí todavía se lleva el carro de 2 toneledas para ir a comprar el pan.

22 jul 2010

El bosque de los palos colorados

Por: EL PAÍS

Una de las cosas más sorprendentes de San Francisco es que está rodeada de naturaleza por casi los cuatro costados. Como dicen sus propios habitantes, ésta es una ciudad de nombre más grande que la propia ciudad. El municipio de SF tiene apenas un millón de habitantes y pese a las cuestas, lo puedes recorrer a pie en una mañana si te lo propones.
Así que apenas que te sales de los límites urbanos, te encuentras con sorpresas como ésta: el Muir Woods, un trocito de bosque autóctono de secuoyas gigantes conservado gracias a los esfuerzos de William Kent, un filántropo que lo compró en 1906, cuando aún no se había inventado el ecologismo, para evitar que fuera talado como pasó con casi todos los bosques de la bahía. Todavía no se había inventado el hormigón ni el turismo de masas.
Muir Woods queda a poco más de media hora del centro urbano. Treinta minutos y pasas del tráfago urbano a una reliquia de otra era. La secuoyas más grandes de Muir tienen unos 80 metros de altura y unos mil años de antigüedad (en Yosemite y el Parque Nacional de las Secuoyas son aún más viejas). Parece que caminas entre pararrayos celestiales o bajo un andamio gigante.
El parque es como todos los parques norteamericanos: tan perfecto que da grima. Sendas inmaculadas por las que puedes ir con tacones, señalización impecable por todos lados, ni un rastro de basura... ¡jodíos yanquis!, qué bien gestionan los espacios naturales.
La zona se llama en realidad Redwood Canyon porque el primero que llegó por aquí fue un misionero español (ya sabéis, esos que llegan a sitios a los que no llegaría ni un Mitshubisi Montero) y al ver árboles tan raros los llamó "palos colorados", por el color de la corteza.

21 jul 2010

San Francisco (si) ama a la bicicleta

Por: EL PAÍS

Muchas gracias a todos los que habéis opinado en el post sobre Madrid y la bicicleta. Estoy de acuerdo con algunas ideas y en desacuerdo con otras, aunque no trato de seguir polemizando.
Pero por sirve de algo al debate, os comentó lo que estoy viendo sobre el tema aquí, en San Francisco.

Si hay una ciudad en el mundo con cuestas es ésta. ¡Dios que cuestas! Subes a Nob Hill y es como si escalaras el Everest. Hay semáforos en los que te paras y te da miedo arrancar porque parece que después te caes al vacío.
Y sin embargo su usa mucho la bicicleta. Las autoridades fomentan su uso, se pueden llevar bicis en el BART (algo así como nuestro sistema de Cercanías), hay bastantes carriles-bici y los conductores están habituados (y educados) a compartir la calzada con los ciclistas.Y luego hay detalles que te dejan muerto de envidia: todos los autobuses y troles del MUNI, el sistema municipal de transportes, llevan delante este artilugio para que los usuarios coloquen sus bicis y puedan combinar ambos medios de transporte. ¡Eso es favorecer la bici como alternativa desde los poderes públicos!

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Existe una asociación que promueve y fomenta el uso de la bici en la ciudad. Se llama San Francisco Bicycle Coalition y esta es su web
De ella he tomado prestada esta foto. Pertenece al Seven Hells Ride , una prueba muy cachonda que se celebra cada año (haciendo un guiño al juego de palabras en inglés entre hell -infierno- y hill -colina-) que consiste en escalar las principales cuestas de la ciudad.
Por si os quedaban dudas de qué desniveles se gasta esta ciudad. ¡Ríete tú del Tourmalet!
. Y aún así, se sigue usando la bicicleta.

20 jul 2010

Breakfast in America

Por: EL PAÍS

Vivo cerca de Union Square, en el barrio de los teatros, de los hoteles y de los restaurantes de San Francisco. Una especie de centro urbano según la concepción europea de "centro urbano", aunque de todos es sabido que una ciudad norteamericana, por definición, no tiene centro.
Por las noche, las calles (Geary, Post, Jones, O'Farrell...) rebosan de ambiente. Hay bares de copas, multitud de restaurantes étnicos, groceries que cierran a medianoche, turistas despistados, beautiful people en restaurantes de diseño, alguna galería de arte trasnochadora, homeless en los portales, borrachos en las esquinas, torrentes momentáneos de gente que sale en tropel de un musical... La antítesis de la América pacata del medio oeste.
Pero a mi el barrio me gusta aún más a primera hora de la mañana. Aunque es puro centro, le cuesta ponerse en marcha y el bullicio y el ruido tardan en apoderarse de unas calles somnolientas y sucias que muestran aún las cicatrices de la batalla nocturna anterior.
Entonces se escenifica otro teatrillo urbano: el del desayuno. Una comida importante a este lado del Atlántico, que no baja de 2.500 calorías de saldo nutricional y 12 dólares de precio por más que te empeñes en buscar y comparar. Solo en Geary Street debe de haber dos docenas de locales que aseguran tener el mejor desayuno de América. Barras y mesas atestadas de urbanitas cargando baterías antes de empezar una nueva jornada.
Aunque el american breakfast cargado de colesterol, salchichas y bacon arrasa, yo me quedo con el más elegante y patricio bagel , el pan redondo con agujero en medio (como un donuts) que sirve para un roto y un descosido. Se toma solo, con sésamo, con ajo, con cebolla, abierto en canal con todo tipo de viandas dentro...
Dicen que nació en la Europa del Este y llegó a América con los primeros emigrantes judíos. El bagel es fácil de comer, se rellena mejor que un croasan, admite todo tipo de compañías, es barato y solo tiene 200 calorías... ¿quién da más?

Mientras media norteamérica desayuno huevos y bacon, la otra media desayuna con bagel. Nunca lo reconoceré delante de un tipo de San Francisco o de Chicago... pero según los entendidos el mejor bagel lo hacen en Nueva York. Aunque no seré yo quien ponga la mano en el fuego....

19 jul 2010

Crónicas de San Francisco

Por: EL PAÍS

Decididamente los lectores de este blog son master en geografía. Como muchos habéis adivinado, acabo de llegar a San Francisco. La ciudad cosmopolita, abierta, soleada, de fuerte herencia hispana, rodeada de mar y condenada a sufrir antes o después un nuevo terremoto, el Big One, de la costa oeste norteamericana.
San Francisco es la ciudad de Keruac y Ginsberg (aunque ninguno nació aquí), de Jack London, de Levi Strauss, del rock piscodélico, de Wells Fargo, de la revista Rolling Stone, de William Randolph Hearts, de la fiebre del oro. Y una desconocida para mi. Así que evitaré caer en los tópicos hasta que vaya descubriéndola. Voy a estar aquí varias semanas, una larga temporada, tiempo habrá de ir contando intimidades de una ciudad que, a priori, se me antoja prometedora.

Lo que si puedo decir es San Francisco tiene un clima envidiable. El aire tórrido que baja de los desiertos del interior de California choca en verano con las brumas húmedas del Pacífico a la entrada de la bahía y crea una niebla casi perenne, el famoso San Francisco fog, que limita las máximas de los termómetros en unos deliciosos 22 grados, incluso en pleno julio. Así da gusto pasar el verano.
Anoche fue a cenar al Pier 39, un antiguo pantalán portuario reconvertido en zona de ocio y restaurantes. No me gustó nada: es todo tan falso como los restaurantes de Port Aventura. Pero desde la terraza en la que cené se disfrutaba un atardecer apoteósico sobre la bahía de San Francisco. Y en medio de la escena, envuelta en brumas, se erguía la isla de Alcatraz.
Lejos de parecer un lugar siniestro, desde esta perspectiva su silueta recordaba a la de un barco mercante. Una nave silenciosa que entraba en la bahía desde mundos lejanos cargada de las mercancías más exóticas. Como la que iba justo detrás de ella
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Dos proas hacia el oeste. Dos naves misteriosas. Una de verdad. Otra de mentira, reconvertida en atracción turística después de haber sido el presidio más cruel y seguro del mundo. Al menos hasta que inventamos a Clint Eastwood.


15 jul 2010

Madrid (no) ama a la bicicleta

Por: EL PAÍS

El sábado pasado publiqué en El Viajero, el suplemento de viajes de este periódico, un recorrido en bicicleta en torno a Madrid aprovechando un carril bici que rodea toda la ciudad, el Anillo Verde Ciclista.
Son 64 kilómetros de ruta urbana bastante bien trazada y señalizada, la mayoría en paralelo a la M-40, que sirven para el ocio de fin de semana, pero que, como desde diversos colectivos han señalado, no palía el eterno problema del binomío "Madrid + bicicleta". Es decir, no sirve para desplazarse al centro, no es una alternativa al bus o al coche ni es útil para convertir de una vez por todas a la bicicleta en un vehículo alternativo de transporte urbano en la capital de España, como pasa en cualquier capital centroeuropea o en otras de por aquí, por ejemplo, Barcelona.
Pero en fin, menos da una piedra. Que Madrid es una ciudad poco enamorada de las bicicletas es un secreto a voces. El alcalde ha sido capaz de hacer un túnel más grande que el de La Mancha para soterrar la M-30 (la autopista de circunvalación de la ciudad), pero no ha sido capaz aún de implantar un sistema de bicicletas de alquiler como ya existe en Barcelona, en Sevilla.. y en tantas otras ciudades españolas.
Como siempre, Madrid "is different"
Podéis ver el artículo completo aquí.
Merece la pena darse una vuelta por la web de Pedalibre, un colectivo que lucha porque la bicicleta sirva también para ir a trabajar, a comprar, al cine...

Os dejo algunas fotos de ese Anillo Verde Ciclista.



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Paco Nadal

Paco Nadal es viajero-turista antes que periodista y culo inquieto desde que tiene uso de razón. Estudió Ciencias Químicas pero acabó recorriendo el mundo con una cámara y contándolo. Escribe en EL PAÍS sobre viajes y turismo desde el año 1992. Es también escritor y fotógrafo, colabora con la Cadena Ser, además de presentar series documentales en diversas televisiones.

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El cuerno del elefante, un viaje a Sudán

El cuerno del elefante, un viaje a Sudán

Un relato trepidante por unos de los destinos menos turísticos y más inseguros del mundo. Un viaje en solitario lleno de emoción y melancolía a lo largo de una región azotada por constantes guerras y conflictos étnicos. Un viaje plagado de sentimientos que consigue conectar al lector con los sufrimientos y las esperanzas de África.

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