Paco Nadal >> El Viajero


El principal núcleo urbano del archipiélago de Lamu, en Kenia, es Lamu Town, la vieja ciudad, un descenso por el túnel del tiempo a una aldea swahili que ha cambiado muy poco desde el siglo pasado. O si me apuras desde al anterior.
En la isla de Lamu solo hay cuatro coches (el del alcalde, dos ambulancias y un camión de basura) y ni un solo metro de asfalto. Por las estrechas calles de este old town de fachada blanca y callejones oscuros hay que pasar casi de lado, con cuidado de que una reata de burros no te arrastre o de no pisar alguno de los miles de gatos que vagabundean sin oficio: los gatos son la reencarnación de los ancestros y se les respeta.
El paseo marítimo -pavimentado solo en el centro, de arena y escombros el resto- es un hervidero de actividad a primera hora de la mañana. Aunque es temprano hace ya un calor húmedo y abotargante, no en vano estamos casi en la línea del ecuador. Me siento extenuado en una terraza a tomar un refresco mientras delante de mi actúa un teatrillo de hormigas atareadas: burros que deambulan solos o bajo el peso de pesados fardos, mujeres tapadas con largos y negros bui-bui (chador) que solo dejan intuir los ojos, obreros que descargan a mano pescado o material de obra de los dhows acostado sobre el fango de la bajamar, niños que juegan en los bajíos, pescadores que calafetean su barcas, docenas de hombres que simplemente miran al infinito: no hay mucho que hacer en Lamu.
No se oye ni un motor ni máquina alguna. En Lamu aún no ha llegado la revolución industrial... y mucho menos la era digital. Y es que aún hoy no es fácil arribar a Lamu: por carretera se necesitan 8 horas infernales desde Mombasa. Y el único enlace aéreo -con Nairobi, vía Malindi- no es barato: unos 250 euros.
Todas las casas están construidas con el mismo material: piedra de coral de los arrecifes fósiles que forman las islas. Una ordenanza obliga a usar este mismo material en reconstrucciones y obra nueva lo que ha permitido que el pueblo no se malogre (y de paso fuera catalogado como Patrimonio de la Humanidad). Un sistema de canalizaciones al aire libre recoge las aguas sucias de las casas y las lleva por los laterales de los callejones hasta el océano.
De todas formas lo que permitió conservar Lamu como un museo de antropología no fue la planificación sino, como suele ocurrir, la pobreza. En la década de los 70, cuando Mombasa se transformó en el gran puerto de Kenia, la actividad comercial de esta pequeña rada entre manglares cayó en picado y el archipiélago de Lamú se sumió en la pobreza extrema. Por eso no evolucionó.
Ahora, ironías de la vida, esas décadas de abandono le han permitido desarrollar otra industria: el turismo. La pesca también vuelve a ser negocio y también por otra ironía, esta vez tétrica: la flota japonesa que llevaba años esquilmando estos bancos de pesca ha dejado de venir por la cercanía de Somalia y sus piratas.
Y los pescadores locales vuelven a regresar por las noches con unos centenares de kilos de pescado con que abastecer el mercado de la plaza principal.
(Unerranteastur tiene razón: hay playas soberbias, como la de Shela. Y mucho más. Mañana continúo).


29 nov 2010

Lamu: la joya secreta de Kenia

Por: EL PAÍS

Desde el lago Victoria he volado hasta el otro extremo de Kenia para descubrir uno de esos lugares secretos que ni te imaginabas que aún existían. Una de esas joyitas para viajeros que no sabes si callártela para ti solo o darle publicidad: el archipiélago de Lamu.
No es que Lamu sea un sitio desconocido ni yo lo acabe de descubrir. ¡Qué más quisiera! El turismo llegó a estas islas del océano Índico, a pocos kilómetros de la costa keniata, hace ya mucho tiempo. Pero quedan tan alejadas de todo y la capacidad hotelera es tan reducida que siguen estando casi vírgenes, al margen de los grandes circuitos de touroperadores.
Uno de los sitios más puros que he visto en mi vida.
Aquí podeís ver un mapa para situaos. Como se ve en él, el archipiélago está formado por tres islas grandes (Lamu, Manda y Pate) más otros montón de islotes deshabitados. Ocupa la esquina nororiental de Kenia, a solo 80 kilómetros de Somalia.
Sus habitantes son descendientes de los comerciantes árabes que desde el siglo XVI colonizaron las costas de Kenia y establecieron en Lamu un gran centro de pesca y comercio, sobre todo de maderas tropicales, pieles de leopardo y león, ébano, marfil? y esclavos.
Lamu llegó a ser uno de los grandes emporios comerciales del Índico hasta la llegada de los británicos.

Aquella cultura swahili de religión musulmana, la arquitectura de casas encaladas y grandes galerías porticadas, los techos de paja, los dhow de vela triangular que surcan silenciosos las aguas cálidas del Índico, las calles sinuosas y estrechas de la aldeas por las que solo caben personas y burros, las kilométricas playas de arenas doradas, los canales de aguas someras y trasparentes, los manglares que rodean las islas?. Todo permanece como entonces.
Y todo suma para hacer de Lamu un lugar único en Kenia.
Como se puede comprobar, estoy maravillado de haber llegado aquí. Me voy a quedar varios días. Os seguiré contando.

Si viajáis por esta zona occidental de Kenia, en torno al lago Victoria, un lugar recomendable para visitar es la reserva forestal de Kakamega , él único vestigio que queda en Kenia del bosque lluvioso tropical que un día cubrió buena parte del África ecuatorial.

Es una mancha pequeña, de unos 240 kilómetros cuadrados, no tan espectacular como por ejemplo la cuenca del río Congo. Pero si nunca has visto una selva tropical está te impactará. Hay senderos señalizados, gran cantidad de aves (hay que madrugar para verlas) y muchos monos, sobre todo grandes y ruidosos colobos blanquinegros que te miran con curiosidad desde la copa de los árboles.
Kakamega está a una hora y media al norte de Kisumu por la pomposamente llamada autopista A1, una infernal carretera que va hacia Uganda y que en realidad es un bache continuo con unos pocos trozos de asfalto.
Sólo llegar allí es una buena aventura.
.

El bosque de Kakamega está bastante domesticado y a su alrededor hay muchos asentamientos. En uno de los poblados encontré una iglesia en la que el reverendo estaba dando una plática. La puerta estaba abierta. Y disparé.

24 nov 2010

Radiografia de un mercado africano

Por: EL PAÍS

Los caminos de Kenia (como los de toda el Africa negra) son un mercado sin fin. En el sitio mas inesperado aparece un tenderete precario hecho con palos y maderos en el que se vende cualquier cosa. Pero cuando hay un cruce de caminos, los tenderetes se agrupan y la actividad se desborda. Es el gran mercado. Es el gran mercado. Me detengo en uno cualquiera de ellos. Me siento sobre una pilastra de cemento y tomo notas en mi cuaderno.
Un mercado africano es...

La paciencia infinita de las mujeres sentadas durante horas con la mirada ausente delante de unos mangos, de unos tomates o de unos pescados secos.


El reparador de ollas y el zapatero que hace sandalias con neumaticos viejos
 
El médico que pasa consulta junto a una vieja camioneta llena de hierbas y remedios caseras.
 
El escriba que redacta una carta a los clientes analfabetos con una vieja máquina de escribir.
Una nube de moscas sobre el pescado fresco que abre la boca agonizante

La sección de carne, con otro millón de moscas revoloteando sobre cabezas de reses que ya te miran, que remedio, con ojos ausentes.
Un olor punzante. El sonido del lingala o del benga que llega amortiguado desde una tienda lejana.


Una niña descalza que mira con ojos temerosos
Un policía soberbio con una porra de madera
 

Adolescentes aburridos encima de sus moto-taxis en espera de clientes

Mujeres con vistosos kitambaa en la cabeza y bolsos de plástico en el brazo

Una nina que duerme en el suelo bajo el tambaliche de palos que usa como mostrador a su madre.
Un niño con harapos y un bidón en la cabeza.

Una joven de rostro dulce que vende kunde y yamo y que no se quita el telefono movil de la oreja.
Un cybercafe en un chamizos de paredes desconchadas donde los jovenes chatean con mundos lejanos
 

Tomates, cebollas, bananas, huevos, carbón, alubias, escobillas de palma, estropajo metálico, jarras de plástico, cuchillos baratos que no cortan, obamblas, omena, yamo, piedra pomez, peines usados, zapatos baratos de plástico que imita piel, tilapias del lago Victoria, especias, kunde para ensaladas?
 Niños, niños, cientos de niños?
Un vocerio continuo y acompasado

Un penacho de humo que se eleva a lo lejos, sobre la canopia de la selva.
 

Un cielo segmentado por cables metálicos como un pentagrama escrito sobre un papel azul.
Color, mucho color
Calor, mucho calor. Humanidad. Un sudor que te deshace.
La vida en estado puro.
(y por supuesto, un teclado sin acentos, como este)

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

He venido a Kenia a ver esa otra Kenia que no sale en los folletos turísticos, pero que existe. Es decir, no voy a ir ni al Masai-Mara ni al Amboseli ni a Mombasa. Desde Nairobi he girado al oeste para volar hasta Kisumu , la tercera ciudad del país, una urbe sin mucho encanto pero muy populosa y vitalista y sobre todo, con un atractivo irresistible para mitómanos (seguimos con los mitos): está a orillas del lago Victoria.
No es un lugar de paisajes tan espectaculares como los parques nacionales del sur, pero es una zona auténtica y nada trillada por el turismo. En los días que llevo aquí no me he cruzado con ningún autocar ni furgoneta de turistas (un hito en Kenia), solo he visto mochileros y jóvenes que trabajan en ONG?s.
Pero la mejor medida de lo virgen que permanece aún esta zona occidental de Kenia es que ayer paré en un mercado y la gente, en vez de gritarme o insultarme cuando trataba de hacer una foto (algo ya habitual por desgracia en casi todos los mercados del mundo en los que ha llegado la avalancha turística) se ponía en cola para que se la hiciera y el mayor problema con el que me topé fue que todos querían posar y no tenía ni tiempo ni tarjeta de memoria en la cámara para hacer semejante colección de retratos. Hacía tiempo que no veía gente tan amable y abierta al visitante como los keniatas de la región de Kisumu. El turismo masivo, una suerte de Atila, no ha llegado aún aquí.
Pero a lo que se viene a Kisumu, a lo que he venido yo, es a cumplir con una peregrinación ritual en busca de una leyenda: las fuentes del Nilo. Uno ha soñado tantas veces con Speke, con Burton, con Livingstone, con Stanley; se ha pasado tantas horas obnubilado mientras leía las aventuras de tantos exploradores que pretendieron desvelar el misterio del nacimiento del Nilo que no puede por menos que emocionarse cuando llega por fin a orillas del mayor accidente geográfico de África. 70.000 kilómetros cuadrados de agua dulce que bañan tres países.
Aunque luego el día esté un poco nublado y el agua color marrón-grisáceo incite poco a la fábula, como me ha pasado a mi. Pero qué demonios, un mito es un mito. Y yo acabo de tachar uno en mi lista de pendientes.
Hay botes que te llevan a navegar por el lago. Se ven algunos hipopótamos (no muchos) y una intensa vida en sus orillas. Niños y niñas que bajan a por agua, pescadores, hombres y mujeres desnudos haciendo su aseo corporal, mujeres y niños lavando ropa, un pastor dando de beber a sus vacas. El Victoria es vida y en sus riberas han florecido grandes pueblos desde mucho antes de que el hombre blanco lo ?descubriera?.
En algunos claros veo árboles-salchicha, un árbol sagrado para los luo que habitan las riberas del lago Victoria. Cuando alguien muere de forma trágica y su cuerpo no puede ser recuperado, la familia entierra frutos del árbol-salchicha (una especie de algarrobas gigantes) y lo lloran como si el cuerpo del ser querido estuviera allí, bajo la tierra.
En el horizonte, las velas latinas de los mashua, los barcos tradicionales del lago, se despliegan como cortinas abombadas por el viento. Traen tilapias, percas del Nilo, carbón de Uganda, maderas de Tanzania?
Graves problemas ecológico acechan al gran lago africano. Pero hoy, en este atardecer maravilloso en Dunga Beach, con una cerveza fría (Tusker, por supuesto) en la mano y el aire fresco de la noche en la cara, que trae aromas de poblados lejanos a la vez que ahuyenta los mosquitos, me sigue pareciendo el lugar mítico, misterioso e insondable de mis lecturas infantiles.
Aquí van tres imágenes del lago Victoria:


Sobre todo si es como ésta. No me extraña que Karen Blixen se quedara colgada de África y de sus kikuyus.

Pues si, el lugar para mitómanos (soy uno de ellos) al que me refería en los alrededores de Nairobi es la casa donde vivió la escritora danesa (de sorprendente parecido con Meryl Streep) autora de Memorias de África (Out of África) y donde tuvo su famosa plantación de café. La casa está en lo que hoy es el barrio residencial de Nairobi, una zona de clima bonancible, calles asfaltadas y cuidadas mansiones rodeadas de césped.. y de guardas de seguridad.
Karen vivió en ella con su marido, el barón Bror Blixen-Finecke, y en ella recibía a su amante, el cazador y aventurero inglés Denys Finch Hatton (de sorprendente parecido con Robert Redford, vaya por Dios) hasta que en 1931, tras la muerte de Denys en un accidente de avioneta y la ruina de su cafetal por los bajos precios del mercado, tuvo que venderla y regresar a a Dinamarca. Allí fue donde empezó a escribir su más famosa obra:
"Yo tenía una granja en África, a los pies de las colinas Ngong..."

Las colinas siguen viéndose desde el cuidado jardín que rodea la hacienda, con su perfil alomado como unos nudillos envueltos en niebla azul. Dentro se conservan muchos muebles originales de Karen, fotografías de ella y su familia durante aquellos años felices, recuerdos de cacerías, de reuniones sociales... Se puede ver el dormitorio original, también algunos de los trajes que Meryl Streep usó en la película y ediciones de Out of África en todas las lenguas.
Hay fotos curiosas, como las que se ve a Blixen con dos sombreros. Era un poco maniática y decía que el sol de África te secaba el cerebro, por eso salía de cacería o de paseo con dos de ellos puestos.

Están también las lámparas de aceite que encendía para comunicarle a Denys Finch Hatton que estaba sola y tenía vía libre para entrar...
En fin, que la casa es una delicia, con toda la calidez y la atmósfera sosegada de una época pasada en la que los blancos que vivían aquí, vivía muy bien. A costa de los de siempre, claro. Lástima que no dejen hacer fotos en el interior, por eso solo os la enseño por fuera.
Si te emocionó Memorias de África tienes que venir por aquí. A Sidney Pollack tenían que hacerle un monumento en Kenia: pocas películas han hecho tanto por la promoción turística de un país como ésta.

El jardín de la casa de Kare Blixen es una orgía de colores. Arriba, la fachada principal. Ambos, jardín y exteriores fueron utilizados en la película; los interiores se recrearon en plató.


Esta es la web oficial de la casa museo de Karen Blixen.

18 nov 2010

Karibu sana, Kenia

Por: EL PAÍS

Pues si, como todos habéis acertado (yo soy pésimo planteando acertijos y vosotros/as sois doctores en geografía) acabo de llegar a Kenia. El país de los grandes parques nacionales, de los safaris, de los masais, de las 42 tribus diferentes, de los matatus y de los dohw swahili. El país más estable de África oriental y el que ha monopolizado el auge del turismo masivo en el continente negro. Un país al que nunca había venido precisamente por eso, porque me parecía muy turístico, pero con el que tenía una deuda pendiente que estoy ahora dispuesto a saldar.
El lugar casi obligado de entrada a Kenia es Nairobi, la capital, donde está el principal aeropuerto internacional. Pero Nairobi no es una ciudad para quedarse. La mayoría de viajeros pasa aquí el tiempo justo de conexión con otros lugares más turísticos.
Y es vedad que la ciudad tiene poco que ver. Sin embargo, es el centro comercial, financiero y cultural del país. Una ciudad moderna, caótica, con unos atascos en hora punta de órdago y con la eterna bipolaridad de las capitales africanas: dowtown de edificios de cristal y acero y extrarradios de chabolas de chapa metálica que se extienden hasta el infinito.
Y una intensa vida nocturna. Acabo de volver del Westland, el barrio de clase media alta emergente donde están los pub y los bares más "cool" y doy fe de que allí a partir de las 11 se monta un ambientazo digno de verse.

Los mismos keniatas dicen que Nairobi es para hacer negocios y Mombasa para divertirse. Mombasa, la capital de la costa, recibe el 60% del turismo extranjero. Para ellos es una especie de paraíso terrenal, donde el maná cae del cielo y la gente es perezosa y tranquila porque no hay que hacer mucho para sacar unos dólares.
En las Tierras Altas sin embargo, el pescador tiene que salir al amanecer para tratar de pescar algo, porque una vez que el sol llegue a su cénit no pescará ni un chirrete. Luego se tiene que ir al mercado y tratar de venderlo y así con suerte, a la tarde, habrá logrado ganar un poco de dinero.
La vida relajada e indolente de Mombasa alimenta el sueño de muchos keniatas por irse a vivir allí. Aunque ahora los dólares no caen de las palmeras, llegan en los bolsillos de los miles de turistas que arriban a la costa keniata cada año.
Aunque quizá he sido muy tajante. Sí hay algo importante que ver en las afueras de Nairobi. Un lugar especial para mitómanos. Voy hacia allá. Mañana os lo cuento.
Karibu sana, Kenia. Bienvenidos a Kenia

El centro de Nairobi, al atardecer

17 nov 2010

Camino de África

Por: EL PAÍS

Cuando leáis esto estaré volando hacia... (uf, qué ganas tenía de volver a escribir esta frase).
Llevo un mes y medio sin salir de viaje, más que por España (que tampoco está nada mal) y ya empezaba a tener mono de jet-lag. No es que me haya hecho sedentario. Simplemente se suspendió un viaje de trabajo que tenía en octubre y he estado en casa más tiempo que el de costumbre. Nada que no se pueda arreglar.
Así que... me piro, vampiro. Me voy a mi querida África, a un país en el que nunca he estado, aunque curiosamente es el primero al que suele ir la gente cuando se inicia en África. Un país que tiene frontera con otros cinco países, que tiene agua continental y agua oceánica a ambos lados y que alcanzó su independencia en 1963.
¿Sabes cuál es?

¿Se puede extraer petróleo en un lugar como éste?


Hace algo más de un año estuve en una isla sorprendente de la que volví fascinado: Providencia. Pertenece a Colombia, aunque está situada en pleno Caribe, más cerca de las costas de Nicaragua que de las colombianas.
Escribí varios post sobre esta especie de paraíso inmaculado que nada tiene que ver con la imagen estereotipada del Caribe lleno de resorts y megacomplejos hoteleros para el turismo.
El edificio más alto de Providencia es la torre de control del minúsculo aeropuerto. Solo hay una carretera, que circunvala la isla. No existe un solo edificio moderno, todo son casas tradicionales afrocaribeñas de planta baja sobre pilotes de madera, con colores alegres y tejados de chapa pintados de rojo o verde. Y sus habitantes (que hablan inglés porque son descendientes de esclavos negros), tienen tan fuerte el sentido de la identidad que se han asociado para que las grandes cadenas hoteleras no se instalen en la pequeña isla y los alojamientos y restaurantes sean gestionados por la población local en construcciones típicas locales.
El mar que rodea Providencia es de una belleza increíble, con aguas limpias y azules, un arrecife de coral de 33 kilómetros....¡y una gran bolsa de petróleo en el subsuelo! Y con esto, empiezan los problemas.
Las aguas continentales de la isla son reclamadas por Nicaragua, que ha concedido permisos de explotación a petroleras norteamericanas que Colombia considera ilegales. Bogotá dice, que de llevarse a cabo esa explotación petrolífera, le pertenece.

Dejé algunos buenos amigos en la isla, como la bióloga María Eugenia Pérez, que me escribe ahora con un grito angustiado. Los habitantes de la isla se oponen con toda firmeza a las prospecciones petrolíferas. Esta es su petición:

"Te escribo para que por favor me ayudes y si es posible me indiques cómo hacer una campaña grande y poderosa, por internet, prensa y todos los medios, para detener el terrible absurdo que está proponiendo el gobierno colombiano de hacer exploración petrolera en las Cayos del Norte, parte del archipiélago de San Andrés y Providencia. Argumentos para esto:
1. Esto forma parte de la Reserva de Biosfera Seaflower , reconocida por UNESCO en el año 2000, que el gobierno pretende ignorar y desconocer. Ademas de ser Areas Marinas protegidas.
2. Es una de las pocas áreas de arrecifes relativamente muy bien conservadas que van quedando en el mundo.
3. Es el territorio ancestral de una minoría etnica y cultural que es el pueblo raizal de las Islas de San Andrés y Providencia, que tiene allí sus áreas tradicionales de pesca, también entregadas por los gobiernos de Colombia al saqueo de la pesca industrial nacional e internacional.
4. En nombre de la soberanía colombiana, se amenaza gravemente un patrimonio nacional y mundial escaso, como son las áreas arrecifales. Todo ello, al parecer, en respuesta a la propuesta igualmente absurda del gobierno nicaraguense de explotar áreas que ni siquiera le pertenecen legalmente. El gran absurdo es que Colombia para implantar su soberania pretende destruir antes de que lo haga Nicaragua."
Somos muchos los que pensamos como vosotros, María Eugenia.

14 nov 2010

¿Eres turista o viajero?

Por: EL PAÍS

Como ya comenté, he pasado el fin de semana en Majaelrayo y Campillo de Ranas (Guadalajara), donde se celebraba el II Certamen de Cine de Viajes. Interesante experiencia, gente volcada con su pequeño festival y más público del que me imaginaba (una sala a rebosar con un centenar de personas y otra veintena en la puerta por falta de espacio era más de lo que esperaba en dos pequeños pueblos serranos en los que no existe ni tienda de comestibles).
Luego, cena con otros ponentes, con la organización y algunos vecinos. Y sale la eterna pregunta en cuanto se juntan media docena de amantes de los viajes:
¿Eres turista o viajero?
Si hay una cuestión absurda, tonta y que me cansa es ésta. ¿Eres turista o viajero?
Por supuesto... SOY TURISTA, A MUCHA HONRA. ¡TODOS SOMOS TURISTAS! A lo largo de mi vida he conocido muy, muy, muy pocos viajeros. Si acaso, Ramón Larramendi en su etapa de explorador ártico. Y pocos más.
Siento decepcionar a alguien (seguro que mi buen amigo Blas aquí me crucifica), pero porque uno se vaya un mes o dos meses en vez de una semana; por mucho que uno decida ir a Asia en vez de a Disneylandia; por mucho que viaje por su cuenta y riesgo, sin necesidad de guías ni touroperadores, por mucho que huya de las Lonely Planet o de los hoteles todo incluido... si tiene una fecha de vuelta programada, si al final del viaje le espera el mismo puesto de trabajo, la misma casa, la misma familia.... no deja de ser un turista. Pero a mucha honra.
Quizá el error es de plantemiento. ¿POR QUÉ HEMOS DE DENOSTAR LA PALABRA TURISTA? ¿Por qué ser turista es malo y ser viajero, mola?

Estoy con Bowles en que el viajero es aquel que no tiene billete de vuelta. Ni le espera nada a la vuelta. Yo por eso sigo siendo un turista.
El debate es incorrecto. Es cierto que hay dos tipos de personas que viajan, pero no se dividen en turistas y en viajeros. Se dividen en los que son comprometidos y los que no.
Hay turistas que pese a tener solo una semana de vacaciones y en un lugar civilizado, pese a pagar un viaje organizado porque no se atreven a ir solos y porque además no hablan otro idioma, se acercan a esos lugares desde la humildad y el respeto, con ganas de conocer, de mezclarse, de aprender y de analizar el por qué de la cosas, con ansia de descubrir y valorar. Para mi son dignos de admiración, aunque sean turistas.
Y luego hay otros que haciendo lo mismo, pasan por el mundo sin enterarse de nada. Viajan solo para confirmar sus prejuicios, para comprar cosas baratas, para corroborar que la torre de la iglesia de su pueblo es más alta y que sus mercados son más limpios. Cuentan los minutos que quedan para volver a sus casas y viajan con gafas de pasta negra, sin ver, sin aprender nada ni ser capaces de valorar que hay muchos mundos y que todos son únicos (y dignos de respeto). Esos, vayan por libre o con agencia y guía con una banderita, me son despreciables. Sean turistas o viajeros.
Y tú, ¿eres turista o viajero?


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Sobre el blog

Un blog de viajes para gente viajera en el que tienen cabida todos aquellos destinos, todos aquellos comentarios, todas aquellas valoraciones que no encontrarás en otros medios.

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Sobre el autor

Paco Nadal

Paco Nadal es viajero-turista antes que periodista y culo inquieto desde que tiene uso de razón. Estudió Ciencias Químicas pero acabó recorriendo el mundo con una cámara y contándolo. Escribe en EL PAÍS sobre viajes y turismo desde el año 1992. Es también escritor y fotógrafo, colabora con la Cadena Ser, además de presentar series documentales en diversas televisiones.

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El cuerno del elefante, un viaje a Sudán

El cuerno del elefante, un viaje a Sudán

Un relato trepidante por unos de los destinos menos turísticos y más inseguros del mundo. Un viaje en solitario lleno de emoción y melancolía a lo largo de una región azotada por constantes guerras y conflictos étnicos. Un viaje plagado de sentimientos que consigue conectar al lector con los sufrimientos y las esperanzas de África.

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