Paco Nadal >> El Viajero

Ryanair Os juro que yo no he tenido nada que ver. Y que este humilde blog tampoco es tan influyente. Pero la compañía irlandesa de bajo coste Ryanair acaba de anunciar en su página web que tras una encuesta a más de 1.000 pasajeros ha decidido crear "vuelos libres de niños" en ciertas rutas a partir de octubre. ¡Increíble! ¿Tendrá algo que ver que hoy es el día de los Inocentes en el Reino Unido?

Parece ser que el resultado de esa encuesta revela que un 36% de los pasajeros había tenido experiencias desagradables en vuelos por los ruidos y molestias de menores y que uno de cada cinco veía con buenos ojos restringir el número de niños en los vuelos. Además, esos pasajeros (los que preferían no viajar con niños) culpaban de las molestias en un 50% a los papas de los niños. 

Prometo que no he hablado con mister O'Leary del tema. Que el anuncio me ha pillado tan de sorpresa como al que más. Y tampoco creo que haya que llegar a esos extremos: me conformaba con una sección especial (y cómoda) para ellos. Pero veo que mister O' Leary, el singular dirigente de la compañía, va siempre más lejos. Claro, que igual es otro de sus globos-sonda.

¡Dios mío: los niños de todo el mundo me van a odiar después de esto!

¡Y con la caña que les he dado yo siempre a los de Ryanair! 

 

Celular en el avión Más de 240 comentarios en el blog, 146 en Facebook y casi 1.200 "Me gusta" en la entrada de ayer sobre aviones y niños delata que el debate es cierto y necesario.

Gracias a todos los que habéis opinado, tanto a favor como en contra, sobre la posibilidad de crear zonas especiales para familias con niños en los vuelos transoceánicos (a esa minoría que solo sabe debatir insultando, qué le vamos a decir; es el peaje a pagar por las nuevas y anónimas tecnologías. Y a los exagerados que dicen que se empieza hablando de esto y se termina marginando a comunistas, negros y judíos... ¡en fin!.. sin palabras). 

Alguien me pido mi opinión, que me mojara. Aquí va:

Sí, creo que sería buena idea crear zonas especiales para familias con niños. Pero...¿por qué los malintencionados de siempre piensan que se trataría de crear guetos o de encadenarlos en la bodega? Mi opinión es que habría que crear zonas especiales... pero más confortables y cómodas, darles los mejores asientos en la primera fila; crear las condiciones necesarias de relax y comodidad para que los más pequeños viajen durmiendo o entretenidos. Crear tarifas especiales para que los menores de 2 años puedan tener derecho a un asiento (hasta ahora pagan solo el 10% de la tarifa, pero tienen que ir en los brazos de sus padres; una tortura para ambos); facilitar más cunas (hay compañías que ya lo hacen) que puedan ser colocadas en esas zonas del avión... existen mil opciones, pero la peor es ignorar que hay pasajeros especiales con necesidades especiales. Saldrían ganando los niños, los padres y el resto de pasajeros.

Si ya hemos logrado que la tecnología permita hablar por el teléfono móvil (llamado celular en el resto del mundo) a 10.000 metros de altura y sobre el océano (¡que Dios nos pille confesados!), ¿por qué no hacer que la tecnología se acuerde de que hay pasajeros especiales con necesidades especiales?


Pasajero-obeso-en-avion En EEUU está abierto el mismo debate pero con las personas obesas. En un país donde el 64,5 % de los adultos padece obesidad o sobrepeso y donde ya hay compañías que obligan a personas muy gordas a comprar dos asientos si quieren viajar (algo discriminatorio e ilegal en España), hablar de estas cosas y buscarle solución no es una frivolidad, es una necesidad. Porque si pesas 140 kilos, necesitas asiento y medio. Pero tienes tanto derecho a viajar como cualquier otro. El mismo que tu compañero de asiento a no quedar arrinconado. Aquí tenéis un interesante artículo de El Viajero sobre cómo tratan este problema las diferentes compañías aéreas.

La sociedad cambia, la forma de hacer turismo, también. Cada vez se viaja más con niños, cada vez hay más personas con sobrepeso... y los asientos de los aviones son cada vez más pequeños e incómodos. ¿Algo habrá que hacer?

PD:  ya que ha salido el tema de la inminente posibilidad de hablar por teléfono móvil (celular) desde los aviones. ¿Os imagináis las 12 horas de un Madrid-Lima con un ejecutivo agresivo a un lado comprando y vendiendo acciones durante todo el vuelo y un maleducado al otro, chillándole al aparato: "¿Maruja?, que estamos sobrevolando el Triángulo de las Bermudas, ves poniendo las croquetas". ¿Maruja?, soy yo otra vez, que si el domingo comemos en casa de tu madre o en la de la mía".

¡¡Horror!! Casi prefiero al bebé llorando.

 

Niños en el avión

Foto © Photaki

Diez horas oyendo llorar a un niño son demasiadas horas. Si encima el niño no es tuyo y va sentado en el asiento de al lado en un vuelo transoceánico, el gota a gota de la tortura china queda en un mero cosquilleos comparado con esto.

¿Debería de hacer zonas separadas para quienes viajan con niños pequeños en un avión?

Este post lo tenía escrito desde hace meses y guardado en el cajón de borradores. Lo escribí a raíz de una encuesta publicada en el diario The Economist sobre cuáles era las actitudes de los compañeros de vuelo que más incordian a los viajeros de negocios, las que más les tocaban las narices.

Según el estudio, al 68% de los encuestados lo que más le molestaba era que el compañero se apropiara del brazo común del asiento. Para otro 32% eran los que se levantaban de su sitio antes de que se apagara la señal de desabrocharse el cinturón de seguridad. Y un 3% declaraba que lo que más le tocaba las narices era que alguién le leyera el libro o el periódico por encima del hombro.

A mi no me preguntaron, pero de haberlo hecho hubiera añadido: los niños que no paran de llorar en un vuelo transoceánico.

Pero mira por donde en el reciente viaje a Bahamas ocurrieron dos cosas que me animaron a desempolvarlo y publicarlo:

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28 mar 2011

Niemeyer pone a Avilés en el mapa

Por: Paco Nadal

Avilés 1

Plaza de España, centro del casco histórico de Avilés


El sábado se inauguró el nuevo Centro Cultural Internacional Óscar Niemeyer, el soberbio complejo multiusos que el arquitecto brasileño proyectó para la ciudad asturiana de Avilés. Unas 14.000 personas asistieron al concierto que Wody Allen y su New Orleans Jazz Band dieron como acto inaugural del centro.

Aquí tenéis fotos del nuevo centro cultural

Todavía no he podido verlo (iré en breve; prometo crónica), pero sin duda “el Niemeyer” colocará a Avilés en la onda de las ciudades de vanguardia con arquitecto de postín. Los arquitectos de renombre son los nuevos emblemas del poderío urbano, como antes lo fueron las catedrales.

Pero en el caso de Avilés, no era necesario esperar a la inauguración de un edificio-icono para montar en torno a él la reconversión urbana que alejara los fantamas grises del sambenito industrial y la transformara en ciudad turística. Avilés ya lo era, aunque muchos la tengan por una ciudad industrial y con poco encanto.

Era la imagen que yo también tenía de ella, lo reconozco. De hecho la rodean las mayores empresas siderúrgicas de Asturias. Pero una tarde de verano de hace ya varios años llegué andando a Avilés por la senda del Camino de Santiago del Norte (que pasa por la ciudad) y lo que descubrí con sorpresa fue uno de los cascos históricos más interesantes de Asturias. Los clichés por desgracia son manchas difíciles de limpiar.

Recuerdo que entré por la calle Rivero, toda llena de soportales, y cuando desemboqué en la plaza de España, el centro neurálgico del viejo Avilés, lo que vi fue el escenario más alejado posible de una ciudad gris y siderúrgica. La plaza es un recinto barroco casi perfecto, un túnel del tiempo al que se asoman el Ayuntamiento y otros edificios palaciegos.

Avilés 2

Palacio de Camposagrado

Hacía calor aquella tarde, aunque un calor luminoso y poco hiriente, un calor del norte. Y medio Avilés parecía estar en aquella plaza porticada, celebrando el regalo de aquel estío. Una ciudad monumental y llena de vida.

Desde la plaza salían calles peatonales llenas de bares y ambiente, como la famosa calle de La Galiana o la misma calle Rivero. Y más allá había otras plazas igual de festivas: la plaza del Mercado, con su planta rectangular, totalmente rodeada de balcones y galerías de madera; la plaza del Carbayu, centro del antiguo barrio marinero de Sabugo, uno de los mejores espacios urbanos para disfrutar del buen tiempo en la terraza de un bar.

Y había muchas fachadas nobiliarias, palacios por doquier: la casa García Pumarino, el palacio del marqués de Ferrera, la casa Valdecarzana y, sobre todo, el palacio de Camposagrado, con la mejor portada barroca de Asturias.

¿Quién dijo que Avilés era una fría y anodina ciudad industrial?

Avilés 3

Calle de La Galiana. Todas las fotos © paco nadal

26 mar 2011

Más fotos de Bahamas

Por: Paco Nadal

De Bahamas me ha impresionado sobre todo la luz. Una luz cálida y vibrante que incitaba al optimismo (era temporada seca, quizá de ahí esos tonos y esos cielos limpios). Y la increíble variedad de colores del mar. Aquí van algunas otras fotos que no salieron publicadas en los post anteriores:

Árbol solitario

El árbol solitario de la isla de Eleuthera.

 

Barco hundido

Unas aguas tracioneras. Bajos arenoso y arrecifes circundan las islas y dificultan la navegación.

 

Manta rayas 2
Una manta-raya, el top-ten de los avistamientos bajo el agua.

 

Balneario Smal Hope

El balneario del Small Hope Hotel & Dive Center, en Andros.

 

Pescados en Eleuthera

Muelle de pescadores de Eleuthera.

 

Yo en la proa

En la proa del barco.

 

Aguas de Bimini

El mar, en Bimini. Puro cristal.

 

Familia en Bimini

En las islas pequeñas, la amabilidad de la gente es sensacional. Familia al completo en Bimini.

 

Tiburones Small Hope

Un cardumen de tiburones de arrecife devora el cebo con el que son atraídos en aguas de Andros.

Todas las fotos © paco nadal

 

 

24 mar 2011

Buceando en los agujeros azules

Por: Paco Nadal

Blue Hole 1
Una de las razones que me ha traído a Andros, la isla más grande de Bahamas, es que aquí están algunos de los blue hole más famosos del mundo: los agujeros azules. Cavernas excavadas por la disolución de la caliza o por acción de fallas tectónicas hace millones de años y que más tarde, cuando el nivel del mar subió, quedaron sumergidas como cuevas submarinas.

Cuando sobrevuelas Andros, los blue hole se ven desde el aire como ventanas redondas (ojos de buey, dirían los marinos) que conectan con un oscuro y tétrico mundo subterráneo. La misma sensación que te da al acercarte a ellos y preparar el equipo para sumergirte: ¿qué coño hago yo aquí, si ahí abajo todo es tenebroso?


Blue Hole 3
Hay blue holes cuya boca de acceso está en tierra. Como The Guardian, uno de los más famosos de Andros y el primero en el que nos sumergimos: un sistema cavernario con más de 700 metros de galerías topografiadas y 150 metros de profundidad. Confieso que he practicado mucho la espeleología y mucho también el buceo, pero nunca los había practicado juntos: el espeleobuceo me ha parecido siempre la actividad de exploración más peligrosa del mundo.

 

Blue Hole 4
Así que cuando me sumergí en el agua verde y viscosa (¿por qué le llaman entonces blue hole?) de The Guardian, acompañado por dos instructores del centro de buceo del Small Hope Hotel, confieso que el corazón se me desbocaba. Nada más tirarte al agua tienes la sensación de no ver nada: y es que no ves. La primera capa es una mezcla de agua dulce y salobre y partículas en suspensión con visibilidad nula. En esas condiciones bajas a unos 12 metros de profundidad y te internas por una diaclasa poco más ancha que tú, que desciende sin pausa. El acojono es mayúsculo, creedme. Sigues la luz del de delante, pero la turbidez del agua es tal que si te separas un metro... lo pierdes. Y también pierdes el cabo guía si no andas con cuidado.

Así pasan 10 interminables minutos, hasta que por fin la turbidez desaparace y te ves flotando en un líquido oscuro pero transparente, en el techo de una gigantesca sala subterránea con las paredes llenas de estalactitas. El fondo de la sala ni se intuye. Estás a unos 200 metros de la boca y a 45 metros de profundidad. Sabes que no puedes perder los nervios, que tienes que salir por donde has entrado y que el autocontrol es la clave para salir vivo de esa.

Y en vez de ponerte nervioso, te invade una paz infinita. Te sientes ingrávido y feliz en ese útero de piedra, perdido allí en el interior de la tierra, en uno de los medios más hostiles que puedas imaginar. Pero la adrenalina que descargas te coloca en un nirvana espiritual.

 

Blue Hole 5
Hay también blue holes cuya boca de acceso está en el fondo del mar. Como el Big Blue Hole, frente a la costa Este de Andros, que hicimos más tarde y al que corresponden las fotos azules. Este sí que era "blue" gracias a las corrientes marinas. También es más sencillo que el Guardian, sobre todo en torno a la gran boca de acceso y las primeras galerías.

El espeleobuceo son palabras mayores y no se lo aconsejaría a nadie que no tuviera una buena preparación y una templanza a fuerza de bombas. Pero lo bueno de estos blue holes de Bahamas (como en los cenotes mexicanos o de Belice) es que siempre que vayas acompañado de un guía experto (como Antonio Romero, mi guía mexicano del Small Hope, que recomiendo vivamente), puedes acceder solo a los primeros metros de galerías y disfrutar de un gran espectáculo de colores y contrastes submarinos y de una experiencia adrenalínica en el límite del "no va más".

Blue hole 2

Fotos © paco nadal / antonio alpañez

 

Vuelo con Jeff

Un territorio formado por 700 islas tiene a la fuerza que ser singular. Como singulares son los medios de transporte para moverse entre una y otra. Para viajar entre las islas que compone el archipiélago de las Bahamas puedes elegir entre un barco-correo (lentos pero baratos), ferrys rápidos (rápidos pero más caros), compañías aéreas dignas de llamarse tal y cuyos aviones pasarían la ITV y compañías minúsculas cuyo staff cabría en un taxi y que unen islas pequeñas y contiguas con avionetas de juguete.

Pero para salir de Bimini y trasladarme a la siguiente isla prevista en mi programa, Andros, no utilicé ninguno de ellos. Simplemente me dijeron que esperara en una esquina de la pista sdel aeropuerto de Bimini: el dueño del Small Hope Hotel de Andros mandaría a recogerme a mi y a mi compañero de fatigas viajeras, Antonio Alpañez… ¡a su avioneta privada! Eso si que es un servicio personalizado, ¡pardiez!

Yo espera ver llegar un avioneta de lujo pilotada por un subalterno con uniforme de un rico y atildado dueño de complejo hotelero. Pero no. Quien apareció con una hora y media de retraso fue un tipo destartalado y de cara simpática, guayabera azul y pinta de haberse puesto el Trópico por montera . Un tío feliz, a todas luces. Se presentó como Jeff Birch, dueño del Small Hope Hotel, de Andros. Y la avioneta, en vez de un jet a reacción, era un nostálgico trasto que no pasaría cualquier inspección y en el que no parecía funcionar ninguna aguja, ningún marcador, ningún indicador de niveles (luego vi que funcionaban las que tenían que funcionar, por supuesto). La buena noticia es que al menos tenía alas.

Jeff llegaba tarde porque venía de hacer la compra semanal y el escaso espacio disponible en la carlinga estaba lleno de bolsas del Super con melones, lechugas, pizzas semicongeladas, berenjenas, papel de impresora, comida para el perro y no se cuantos ítems más.

“Vaya”, exclamo al ver nuestros sietebultos y 70 kilos de peso, “se me olvidó que erais un equipo de TV“. Creedme: ni un maestro del Tetris hubiera sido capaz de encajar semejante cantidad de bultos en tan exiguo espacio.

Pero Jeff no era un tipo que se desanimara con facilidad. Ni que perdiera su sonrisa contagiosa. Dejamos media compra en Bimini (“Luego vengo a por ella”, le dijo al perplejo guarda del aeropuerto) y enlatados como sardinas emprendimos un memorable viaje de 45 minutos sobrevolando el Gran Banco de las Bahamas desde Bimini, la isla de Hemimgway, hasta Andros, la isla más grande y más deshabitada de las Bahamas. Un pezado de atolón donde solo hay arena, manglares, palmeras y pinos y “blue holes”. Tres cuartos de hora de divertido vuelo sobre un paisaje de ensueño, encogidos para dejar espacio a las bolsas del Super, con un tipo medio loco que irradiaba felicidad por los cuatro costados. Y en la avioneta más destartalada que he visto en mi vida.

Este es el documento que acredita que lo digo, es verdad (ánimo, solo dura dos minutos):

 



Bimini 1

La vista desde mi habitación en Bimini, en el hotel Big Game Club. Fotos © paco nadal

Mala noticia para el gremio de la restauración y el fetichismo: uno de los lugares donde se emborrachaba Hemingway ha desaparecido. Por fortuna para los mitómanos quedan otros miles repartidos por el mundo (algunos cientos de ellos, sospechosamente, en Madrid). El hígado de don Ernest aguantaban lo que no está escrito.

El lugar la que me refiero es el Angler Hotel de Bimini, una isla minúscula del archipiélago de las Bahamas, a la que el premio Nobel solía venir a pescar y a escribir y desde la que ahora escribo yo esta crónica, que sin duda no merecerá ningún Nobel.

Bimini es un sitio especial: lo componen dos pequeñas islas tan llanas como la palma de la mano y varios cayos. Binimi Sur tiene forma rectangular y apenas está habitada, más allá de un par de hoteles, el aeropuerto y un centro de investigación marina. En Bimini Norte la única zona habitable es una manga de arena de 11 kilómetros de largo por apenas 365 metros de ancho donde se alza el único pueblo digno de llamarse así, Alice Town, que en realidad es una única calle tipo Far West rodeada de arena y manglares.

Hemingway se enamoró de Bimini durante una estancia en 1935 y repitió los dos años siguientes. Aquí escribió parte de “Tener y no tener”. Según mi guía se alojaba en el Angler Hotel, donde los domingos montaba memorables veladas de boxeo y alcohol. También según mi guía, el Angler Hotel es una visita imprescindible si estás en Bimini. Así que pregunto por él a un paisano con gorro de lana de rastafari y me señala unas ruinas. “Ese ‘era’ el Angler hotel, mister. Ardió en el 2006 con uno de los dueños dentro. Una tragedia”. Por lo que compruebo, del venerable edificio solo queda en pie la chimenea entre un amasijo de cascotes. Decididamente, las guías de papel se actualizan muy poco.

Bimini 2

Nunca he visto un agua tan transparente como ésta

Pero con Hemingway o sin él, Bimini me está encantado. Como siempre pasa en estos archipiélagos, la capital es un jaleo cosmopolita y frío tomado por los estándares del turismo internacional. Pero en cuanto te alejas de ella y te vas a una isla pequeña y remota, la percepción de la vida cambia.

A diferencia de Nassau, la capital de Bahamas, en Bimini todo es pausado y sencillo. No podía ser de otra forma en un pedazo de arena con esas dimensiones (recuerdo: 11 kilómetro de largo por 365 metros de ancho) en medio de una nada donde nunca pasa nada. La gente es amable, las puertas de las casas se dejan abiertas, cuando te quieres mover de un sitio a otro te pones al pie de la única carretera y el primero que pasa con un carrito de golf (el vehículo más usado en la isla) te lleva sin necesidad siquiera de sacar el dedo, en los bares la gente bebe ron y cerveza Kalik y reza los domingos engalanados como para una boda en alguna de las 11 iglesias de 5 diferentes religiones que hay para poco más de 2.000 almas.

Pero lo que más me gusta de Bimini es que la luz tiene una calidez especial y el agua del mar es el agua de mar más clara y transparente que he visto en mi vida. Una combinación, luz y colores marinos, embriagante. Puedes pasar horas sentado en el extremo de la manga de arena de Bimini Norte, justo en el canal que da paso a la rada y que la separa de Bimini Sur, extasiado con la gama infinita de verdes y azules que se combinan en el océano según sube o baja la marea.

Al atardecer te puedes quedar en un hotel de turistas norteamericanos haciendo lo mismo que hacen los norteamericanos en cualquier lugar del mundo (el norteamericano) o te puedes ir al Joe's Bar o al chiringuito playero de Stuart a mezclarte con la gente local, a tomarte una ensalada de conch (el molusco base de la dieta bahameña) o de langosta con una Kalik Gold (mi cerveza local favorita) o a bailar con los bahameños mientras el sol se pone sobre un cristal transparente llamado también mar del Caribe.

  Bimini 3

El chiringuito de Joe se parece al del anuncio de "me estás estresando". Pero hace una ensalada

de langosta por 12 dólares que te mueres.

18 mar 2011

Bahamas: la playa de la Pantera Rosa

Por: Paco Nadal

Eleuthera 3

Ayer estuve en Eleuthera, otra de la islas de Bahamas, famosa en este caso por dos razones. Una, por su curiosa y alargada forma: un pasillo de arena de 177 kilómetros de largo por apenas tres de ancho, fragmentado en varias islas por canales de aguas tan transparentes como el cristal.

Dos: por su famosa playa de arena rosa, una de las más raras que he visto en mi vida. La playa tiene 5 kilómetros de largo y está en Harbour Island, uno de los islotes en el extremo norte de Eleuthera. El color se debe a unos organismos microscópicos llamado foraminiferos, cuyo caparazón es de un color rosa brillante. Cuando mueren y son arrastrados, el oleaje se encarga de triturarlos y convertirlos en colorante natural de la arena.

Cuando el sol del Caribe luce con fuerza, el tono rosáceo de la playa junto con el verde de las aguas someras y la gama de azules, desde el celeste al marino, de las zonas más profundas, forman una orgía de colores como para quedarse horas extasiado contemplándolo.

En Harbour Island casi todas las casas son de planta baja, hechas en madera y datan como poco del siglo XIX. Y la gente se mueve con carritos de golf. Un lugar donde resulta difícil estresarse.

A Eleuthera se llega desde Nassau en barco (tres horas). O en avioneta (20 minutos). Por cierto que los  20 minutos de vuelta fueron los más adrenalínicos de mi vida, en una avioneta vetusta pilotada por un tipo gordo y sudoroso que entraba y salía de la cabina por la ventanilla. ¡Si llega a aparecer Indiana Jones de copiloto, no me hubiera sorprendido!  

Os dejo más fotos de Eleuthera (Bahamas):

Eleuthera 4

Eleuthera 1

Eleuthera 2

Eleuthera 5




 

16 mar 2011

¡Dejad que los tiburones se acerquen a mi!

Por: Paco Nadal

Dejad a los tiburones
No hay mancha más difícil de lavar que la de la mala imagen. A uno le cuelgan un sambenito... y la fama le precede de por vida. Que se lo pregunten si no a los tiburones. Va un tal Steven Spielberg, rueda una película de éxito llena de exageraciones e incorrecciones... y los pobres escualos pasan a formar parte del catálogo de mayores asesinos del planeta ad eternum.

Hay pocas cosas que me exciten más que bucear con tiburones. Viajo por el mundo para encontrarme con ellos. Y ahora tengo la suerte de estar grabando una serie documental que dedica buena parte de sus contenidos a eso, a bucear entre los temibles asesinos de la peli de Spielberg. Y por más que me los tropiezo no consigo encontrarles esa mala fama.

Hoy he buceado entre decenas de ellos. Más de 40 llegué a contar. Tiburones de arrecife, de unos dos metros y medio de longitud, de ojos fríos y acuosos, silueta aerodinámica, movimientos suaves y majestuosos. Un animal bello y elegante. Una sofisticada máquina que lleva 450 millones de años como rey absoluto de los océanos.

Lo he hecho en New Provindence, una de las islas de Bahamas, en la que esta Nassau, la capital. La reunión de colmillos no era casual, llevábamos una caja con grandes trozos de pescado para atraerlos y poder filmarlos con mayor garantía de éxito. Los documentales de animales salvajes tienen siempre algo de tramoya, de trampa y cartón. No es que se maltrate a los animales ni se les priva de su libertad, pero te tienes que inventar pequeños trucos para que posen para ti, para que ocurra algo de acción delante de la cámara.

 

Personalmente siempre había estado en contra del feeding, la práctica de alimentar a los tiburones para poder verlos más de cerca. Pero aquí en Bahamas es una técnica habitual. El centro de buceo Stuart Cove's, en New Providence, lo ofrece como inmersión habitual para buceadores con cierto nivel. Si te gusta bucear es altamente recomendable.

Incluso un experto mundial en tiburones, el biólogo estadounidense Samuel Gruber, que dirige una estación marina de estudio y conservación de escualos aquí en Bahamas, no solo no desaprueba el feeding, sino que defiende que es bueno porque ayuda a desterrar de una vez por todas esa imagen de fríos asesinos con los que les etiquetó el film "Tiburón".

En mi caso, la imagen estaba desterrada desde hace tiempo. Pero después de estar rodeado de esta nube de aletas y colmillos, con decenas de tiburones pasándome a centímetros del cuerpo, algunos incluso me golpeaban con la nariz para obtener más información acerca de ese objeto extraño... puedo decir que...¡adoro a estos (supuestos) asesinos! 

PD: ¡NO DEJÉIS DE VER EL VÍDEO QUE HE COLGADO. DURA POCO Y ES ESPECTACULAR!

DSC01555

Fotos y vídeo © paco nadal y antonio alpañez

El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

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Un blog de viajes para gente viajera en el que tienen cabida todos aquellos destinos, todos aquellos comentarios, todas aquellas valoraciones que no encontrarás en otros medios.

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Sobre el autor

Paco Nadal

Paco Nadal es viajero-turista antes que periodista y culo inquieto desde que tiene uso de razón. Estudió Ciencias Químicas pero acabó recorriendo el mundo con una cámara y contándolo. Escribe en EL PAÍS sobre viajes y turismo desde el año 1992. Es también escritor y fotógrafo, colabora con la Cadena Ser, además de presentar series documentales en diversas televisiones.

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El cuerno del elefante, un viaje a Sudán

El cuerno del elefante, un viaje a Sudán

Un relato trepidante por unos de los destinos menos turísticos y más inseguros del mundo. Un viaje en solitario lleno de emoción y melancolía a lo largo de una región azotada por constantes guerras y conflictos étnicos. Un viaje plagado de sentimientos que consigue conectar al lector con los sufrimientos y las esperanzas de África.

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