Como al resto de los mortales, cuando oigo la palabra Aqaba automáticamente me acuerdo de Lawrence de Arabia y sus beduinos. He llegado a esta ciudad jordana como lo hizo él, a través del desierto del Wadi Rum, pero espero que sus habitantes tenga al final mejor concepto de mi que del enigmático Lawrence.
Porque mientras para los lectores de "Los siete pilares de la sabiduría" y los espectadores de la épica e inverosímil película de David Lean (Lawrence de Arabia), el bueno de Thomas Edward Lawrence fue un héroe que luchó por los desfavorecidos, para los del bando que supuestamente ayudó, los árabes, es un jodido traidor y un espía al servicio del imperio británico.
Pero bueno, eso pasó hace mucho tiempo. Hoy Aqaba es una floreciente ciudad portuaria, la única salida al mar de Jordania. Un trocito de 24 kilómetros que el reparto de fronteras con tiralíneas que se hizo tras las II Guerra Mundial legó al reino hachemita para que tuviera un puerto en el Mar Rojo.
La ciudad en sí no vale gran cosa, es moderna y trazada con tiralíneas como todas las de estas costas. Pero se ha convertido en un gran centro de vacaciones por sus bondades como balneario y sobre todo por su buenas cualidades para el buceo.
En Aqaba no hay grandes playas: la mitad de los 24 kilómetros de costa están ocupadas por las instalaciones portuarias, claves para la economía jordana. Pero está rodeada de unas de las montañas más bellas de Oriente Medio.
Las montañas de Aqaba son como esos cerros de cartón piedra que preparábamos de niños para los belenes. Desnudas, ásperas, rugosas. Secas y duras como la piel de un lagarto. Y muy altivas. Podrían ser una cordillera alpina, pero sin una brizna de verde: solo el ocre terroso de unas piedras calcinadas por la violencia del clima desértico.
A mediodía, cuando el sol lanza plomo fundido sobre esta tierra fronteriza, el escenario se aplana y pese a su altura, las montañas parecen encoger por efecto del fulgor solar.
Pero al atardecer, cuando los rayos oblicuos del ocaso pintan sombras y marcan relieves sobre su piel estriada, las montañas que rodean Aqaba ganan en altura y se hinchan hasta componer con su altivez y sus claroscuros, el telón de fondo perfecto que uno espera encontrar en un desierto bíblico.
PD: para los que preguntan por las condiciones del país. He viajado desde Amman a Aqaba por carretera. Cuatro horas, sin mayor problema ni sensación de inseguridad. La normalidad es total, hasta donde yo he podido ver. Y en Aqaba lo único que veo es gente bañándose tranquilamente en la playa. No esperaba encontrar otra cosa. Esto no es Libia.