Centro ceremonial de Orongo. Todas las fotos © paco nadal
Hace un par de noches cené con la alcaldesa de la isla de Pascua, un cruce entre Rita Barberá y un guerrero maorí, con un carácter tan volcánico como su isla. Como se supone que a los periodistas nos pagan por tocar la narices a los políticos, le pregunté que si además de ver moai, había algo más que hacer en esta isla. La señora alcaldesa me fulminó con la mirada y respondió con un encendido discurso sobre la posibilidad de vivir con familias locales (real; hay pequeñas pensiones que ofrecen esta forma de alojamiento), de experimentar una cultura ancestral, de recorre a pie o en bici la isla, de sus playas, de aprender a surfear....
Y es verdad, hay más cosas que hacer en la isla. Aunque no hacen falta: solo con experimentar y descubrir la cultura de los moai y visitar los ahu restaurados y el centro ceremonial de Orongo habría razones más que de sobra para venir a Rapa Nui. Al menos esa es mi experiencia.
Todos los moai que veréis en Pascua han sido alzados de nuevo con grúas y restaurados. No quedó ni uno solo en pie en la isla; el último que quedaba en su posición original fue visto por un barco ruso que pasaba por aquí en 1838. Las guerras entre clanes, el abandono del culto a los antepasados representados en estas grandes estatuas y los terremotos acabaron por tumbar los más de 800 censados.
El más impresionante de todos, el más famoso y fotografiado, es el ahu Tongariki (el de la foto superior), donde con financiación japonesa se restauraron 15 moai de gran tamaño en un escenario espectacular. Las 15 figuras miran al interior de la isla, protegiendo a sus habitantes con sus miradas hoy vacías (les faltan los ojos, que se hacían de coral blanco y eran el Mana –el alma- de la figura); detrás de ellas, los rugidos del Pacífico entonan un eco ronco entre los acantilados de negra lava volcánica.
El único moai que aún luce sus ojos de blanco coral es uno del ahu Tahai, otro centro ceremonial, muy cerca de Hanga Roa (la única pobación de la isla). Éste los restauró el gran arqueólogo norteamericano William Mulloy entre 1968 y 1970. Solo cuando un moai tenía sus ojos incrustados estaba terminado y empezaba a ejercer su poder protector sobre el poblado, solo entonces dejaba de ser moai para convertirse en aringa ora: un rostro viviente.
Otros siete se restauraron en el ahu Akivi, que son además los únicos que miran al mar. Como sabéis, el cómo y el por qué de estas enormes figuras de piedra sigue siendo un misterio. Hay teorías para todos los gustos (incluidas las de extraterrestres y fuerzas paranormales de J.J. Benítez y compañía). Algunos expertos apuntaron la idea de que los colocaban mirando al mar para defenderse de sus enemigos. Pero como me dicen aquí, ¿qué enemigos?