Los griegos clásicos, que no tenían un pelo de tontos, intuyeron hace ya 2.500 años que el planeta era redondo. Y que si en el hemisferio norte había muchas tierras emergidas, en el hemisferio sur debería haber igual cantidad de continentes para compensar la esfera. A ese gran continente austral le llamaron “el lugar donde no se ve la osa mayor”: an arthos. La Antártida.
El mismo continente al que acabo de llegar por fin, tras una placentera travesía por el paso de Drake, que supuestamente es una de las travesías más peligrosas del mundo.
En el pasaje del Fram (entre los que me cuento), se nota cierta decepción. ¡Hombre! Nadie quería estar 40 horas seguidas vomitando entre olas de 15 metros, pero para una vez en la vida que uno tiene la posibilidad de cruzar el paso de Drake, qué menos que volver con unas fotos de olas gigantes barriendo la cubierta del barco para vacilarle a los amigos. De todas formas, dado que aún nos queda la travesía de vuelta, mejor tocar madera. Toda prudencia a la hora de hacer comentarios estúpidos en estas condiciones es poca.
A las cuatro de la tarde (hora argentina), día y medio después de dejar Ushuaia, avistamos por fin las Shetland del Sur, un archipiélago paralelo a la costa de la península antártica. Y enseguida arriamos los botes del Fram para nuestro primer desembarco en la Antártida, un momento emocionante en la vida de todo viajero.
Lo hemos hecho precisamente en la isla de Livingston, la primera tierra antártica que avistó el ser humano. Ocurrió en 1819, cuando el barco de un tal William Smith, que cubría la línea regular entre Montevideo y Valparaíso, fue lanzado al sur por una tormenta y se topó por casualidad con ese continente que los griegos ya intuyeron.
Cuando Smith llegó a las Shetland había aquí un millón de focas y leones marinos. En solo tres veranos los cazadores los exterminaron a todos. Así de bestias somos los humanos.
Hemos visitado la isla en medio de una tormenta de frío, lluvia, nieve y viento. Pero cuando ya estábamos a punto de zarpar, como si la Antártida nos hubiera preparado una sorpresa de bienvenida, las nubes se han abierto para dejar que el sol del atardecer jugueteara con los hielos de los glaciares de la isla Livingston.
Una visión estremecedora. Un paisaje imposible de describir. Me parece que este viaje promete. Os seguiré contando. Ahora mismo navegamos hacia Porth Lockroy, en los 64 grados 41 minutos latitud sur.