No es usual despertarte porque el barco en que navegas hace un ruido ensordecedor, como si estuviera pasando sobre una lija gigante. Menos usual es que te asomes por el ojo de buey de tu camarote y que lo que veas sea el sol de medianoche a las 3 de la madrugada y un mar cuajado de enormes icebergs que casi aprisionan el casco. Y menos usual es aún que te vuelvas a dormir con el susto que se te mete en el cuerpo tras ver cómo el barco golpea suavemente los enormes témpanos de hielo, partiéndolos con su proa reforzada para abrirse paso a duras penas hacia Ilulisat, en el fondo de la
bahía de Disko, el lugar más escenográfico y bello de la costa oeste groenlandesa.
Como ya comenté en el post anterior, estoy en
Groenlandia. Voy navegando por la costa occidental, por encima del
Círculo Polar Ártico a bordo del Fram, un barco de la compañía noruega
Hurtigruten, especializado en cruceros por los extremos polares.
Salimos ayer de
Kangerlussuaq, pasamos la primera noche en
Qeqertarsuaq (lo siento, todos los nombres groenlandeses son impronunciables) y hoy hemos llegado por fin al primer gran objetivo de este viaje:
Ilulissat, una población de unos 4.500 habitantes perdida en un extremo de la bahía de Disko.
Lo que hace apetecible para el visitante de Ilulissat no son solo sus casitas de vivos colores apiñadas sobre la negra roca (en verano; blanca muy blanca el resto del año), ni la posibilidad de contactar con una población pesquera típica groenlandesa. Lo que atrae visitantes es que el pueblo está enclavado justo en la salida al mar del glaciar más activo de todo el hemisferio norte, el
Icefjord.
Por unas características morfológicas que serían muy largas para explicar aquí, el Icefjord produce una cantidad enorme de iceberg al año. Se calcula que anualmente suelta al mar entre 20 y 25 mil millones de toneladas de agua congelada. Una cantidad solo superada por la Antártida, que es un continente completo de 14 millones de kilómetros cuadrados. Además los témpanos de hielos que salen del Icefjord son de un tamaño descomunal: llegan a alcanzar más de 100 metros de altura y pueden durar años sin derretirse. Se cree que el iceberg que hundió el
Titanic salió de aquí.
Eso provoca que el simple hecho de acercarse a Ilulissat sea ya toda una aventura. Los pequeños barcos de pesca de los inuits culebrean como anguilas entre el caos de témpanos azules que bloquea la bahía; pero los grandes barcos como el Fram tienen que echarle mucha paciencia y mucha pericia para ir rompiendo los icebergs más pequeños y evitar los de mayor tamaño. Desde la cubierta acristalada del piso 7 del Fram se divisaba una panorámica soberbia: kilómetros y kilómetros cuadrados cubiertos por trozos de hielo de todos los tamaños y formas posibles, sin que se atisbara el final.
Ilulissat es la típica localidad groenlandesa de casitas de planta baja pintadas de colores primarios y muy diseminadas por las rocas. El centro del pueblo los forman varias tiendas y supermercados, algunos bares, la iglesia y la discoteca (la noche es muy larga aquí en invierno y cualquier forma de pasatiempo es bienvenida. De allí salen calles asfaltadas pero polvorientas hacia los barrios, muy diseminados y anárquicos.
Quienes lleguen a esta zona del Ártico pensando que los groenlandeses viven aún de cazar focas en sus kayak de piel es que hace tiempo que no ha dado un garbeo por el mundo. Si exceptuamos el pequeño detalle que en invierno la noche puede durar un mes seguido la vida de cualquier ciudadano de Ilulissat no es muy diferente a la de cualquier otro ciudadano del primer mundo . Pero ya os hablaré en otro post de las formas de vida en estas regiones remotas.
Desde el centro del pueblo sale una carretera que termina en una senda de madera. Ésta lleva a la morrena lateral de
Icefjord, ¡una excursión que no podéis perderos si recaláis en este remoto paralelo del hemisferio norte! Hasta el primer mirador, desde el que se ve una panorámica del glaciar que quita el hipo, hay 1,2 kilómetros. Luego la senda sigue en paralelo a la lengua glaciar durante otros cinco kilómetros para los que quieran adentrase más en la parte salvaje.
Otra excursión imperdonable: contratar un barco o un bote-taxi para que os lleve navegando entre el mar de bloques de hielo que salen del glaciar. ¡Es como volver al Cuaternario! Si además se rompe algún iceberg de los grandes, provocando un estruendo que ni la cremá de las fallas, y levanta un pequeño tsumani que zarandea la barca como si fuera un palillo (como me ocurrió a mi), tendréis verdadera conciencia de que estáis en un territorio extremo.
Un territorio donde la naturaleza es aún brutal, capaz de matar a quien no sepa manejarla y donde la fuerza de los glaciares siguen condicionando aún la morfología y la vida de sus gentes.
Lo que no sabemos –debido al cambio climático- es hasta cuando...