El Sáhara es uno de los desiertos más grandes del planeta. Y el Hoggar, el macizo rocoso más grande de ese desierto. Un grupo de montañas de hasta 3.000 metros de altitud en medio de la nada más insondable, rodeadas de mares de arena y llanuras pedregosas donde las sombras queman y el viento arrasa.
El Hoggar es la insultante belleza de la piedra desnuda. O la excepción vertical al minimalismo del plano único que domina el gran desierto africano. Dicen que en torno a él se concentra la poca vida estable de este enorme espacio vacío de arena y piedra, incluida la principal -y única- ciudad de este extremo sur de Argelia: Tamanrasset.
Pero de noche, sentados en torno a una fogata en las cascadas de Tamekrest, a unos 45 kilómetros de Tamanrasset, nadie diría que estamos en la zona "más concurrida" de ningún sitio. Es más, lo único que se siente es el silencio infinito, una congoja intensa por la grandiosidad del escenario y de su bóveda celeste que llena el alma de sensaciones encontradas, pero en cualquier caso placenteras.
Dormimos al raso, a la belle etoile, como dicen los tuareg, con la esterilla extendida sobre la arena hasta que el amanecer nos sorprende con la suave bofetada del sol. Una caricia tierna pero traicionera, que encierra un aviso: en pocas horas esa misma bola dorada que ya caldea las arenas lanzará una lluvia de plomo fundido sobre la Tierra.
Los amaneceres del desierto siempre están precedidos por un ritual de ruidos. Primero suenan las voces apagadas de nuestros guías mientras recogen sus pertenencias; luego el tintineo de los vasos de cristal y de las teteras metálicas para preparar la primera infusión del día. Alguien toma un tronco de madera y lo enciende solo por un lado. La madera es un bien tan preciado en el desierto como el agua y no se puede malgastar. Otra persona coloca sobre la arena un plato con azúcar y otro con requesón de leche de camella. Comienza un nuevo día en las profundidades del Sáhara.
El macizo del Hoggar es una de las porciones más bellas del desierto sahariano. Se extiende al sur de Argelia y llega casi a la frontera con Níger. Las principales elevaciones (incluido el famoso pico Assekrem) se encuentran al norte de Tamanrasset mientras que hacia el sur los perfiles se suavizan y el macizo cambia su nombre por el de Tassili del Hoggar, una meseta de piedra desnuda salpicada por formaciones rocosas, dunas y oueds.
El Hoggar es una sucesión de formas y relieves difíciles de describir, donde se mezclan las grandes dunas de arena con las paredes verticales de negro basalto y las enormes montañas de piedra desnuda. Es la corteza terrestre más primigenia, fuertemente erosionada por los rigores del clima sahariano. El Hoggar es uno y son muchos a la vez porque su fachada cambia cada pocos kilómetros, rompiendo el tópico del desierto como escenario monótono y repetitivo.
Estuve por primera vez en Tamanrasset en la década de los 80, cuando sus calles rebosaban de mochileros, aventureros y buscavidas de todo tipo dada su condición de capital del sur del Sáhara y cruce estratégico de caminos entre el África negra y el Mediterráneo. Pero el turismo, uno de los motores económicos de esta remota zona del sur de Argelia, se vino abajo en 1992 cuando estalló la guerra civil en Argelia. Volví por allí en 2004, cuando una incipiente paz parecía que iba a devolver su esplendor a esta zona del Sáhara. Pero los tarados integristas de turno se encargaron de acabar con esa ilusión secuestrando a un puñado de turistas occidentales durante meses.
Ignoro cómo estará ahora Tamanrasset; no creo que sea el sitio más seguro del mundo para irse de vacaciones. Pero de lo que sí estoy seguro es de que esas montañas desnudas del Hoggar seguirán teniendo el mismo magnetismo y el mismo hechizo de siempre. Un infierno con temperaturas de 50° a mediodía que al atardecer se puede transformar en uno de los paisajes más bellos del mundo.