Una de las cosas que más me excitan de la profesión de periodista de viajes es que cuando suena el teléfono puede ser mi madre… o un cliente para encargarme un trabajo que me obligue a salir disparado hacia el sitio más insospechado del mundo.
Por ejemplo, a Kapingamarangi.
¿Kapinga, qué? Vale, esa misma cara de sorpresa puse yo cuando escuché por primera vez el nombrecito de marras: Ka-pin-ga-ma-ran-gi. ¿Y dónde diablos está eso?