Martín Caparrós

Sobre el autor

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es escritor y periodista, premios Planeta, Herralde, Rey de España. Su libro más reciente es la novela Comí.

Un enemigo diario

Por: | 31 de octubre de 2011

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Hubo tiempos en que llamar “populista” a un político o a un grupo político era un insulto. Populista era lo contrario de popular, de socialista, de revolucionario, y recuerdo discusiones que terminaban de muy mala manera porque uno de los bandos en disputa le lanzaba la palabrita al otro. Pero lo mismo pasaba cuando un hincha de Boca le decía gashina a uno de River, o uno de River bostero a uno de Boca –y ahora los de Boca se llaman a sí mismos bosteros, los de River gashinas. Alguna vez habrá que indagar en ese mecanismo. Según la misma lógica –aunque con muchos más firuletes– hay politólogos que se dicen populistas y reivindican como populismo a las opciones que encabezan ciertos líderes latinoamericanos: Chávez, Correa, Morales, Kirchner. El más conocido es un  Ernesto Laclau, autor de La razón populista.

Estos populismos comparten, según sus relatores, ciertas estrategias: una de ellas es la construcción y utilización del enemigo. Hay que armarse un buen enemigo, porque un enemigo sirve para muchas cosas: produce identidad –nosotros somos los que nos peleamos contra ésos–, produce cohesión –nosotros estamos peleando contra ésos así que no vamos a discutir entre nosotros–, produce un orden –aquí estamos nosotros, allá ellos. Así que buena parte de la astucia de un proyecto consiste en saber hacerse su enemigo. El peronismo de los doctores Kirchner dio con uno que ni pintado.

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La Apoteosis de Él

Por: | 27 de octubre de 2011

Murio-ex-presidente-Nestor-Kirchner_CLAIMA20101027_0118_7Todas las muertes son tristes, despiadadas; muy pocas son útiles. Si hay una que, más allá de legítimos dolores, lo fue, fue la del ex presidente Néstor Kirchner, de la que hoy se cumple un año triunfal.

Alguien, en estos días, subrayó que los tres presidentes –peronistas, por supuesto– que fueron reelectos en la Argentina contemporánea tenían algo en común: tanto el general Perón como el doctor Menem y la doctora Fernández habían sufrido, en los meses de su reelección, la muerte de un pariente muy cercano: dos cónyuges, un hijo.

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La razón democrática

Por: | 24 de octubre de 2011

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En la Argentina hubo, como sabemos, elecciones, y sucedió lo que iba a suceder: la doctora peronista Cristina Fernández fue reelegida con el 53,7 por ciento de los votos, una cifra bastante extraordinaria –casi cuatro puntos más que el doctor peronista Carlos Menem en 1995, cuando algunos escépticos pinchaglobos hablaban de voto-cuota y recibían el escarnio general porque el pueblo había rugido con tanta claridad y quién es quién para hablar cuando el pueblo está rugiendo.

Ahora también: el pueblo acaba de rugir, y amigos que pensaban ciertas cosas dudan. Yo, en cambio, dudo ahora porque siempre dudo: porque sólo creo –si en algo hay que creer– en la decencia de la duda. Dudo: me pregunto. Y además, por supuesto, sangro por la herida; pero no ahora, ésta: llevo años sangrando por la herida de la sanata patria.

Hubo elecciones y fueron, está claro, gritos de la vox populi: una gran cantidad de personas argentinas –más de un tercio de las personas argentinas habilitadas para votar, más de un cuarto de todas las personas argentinas– dijo que prefería que el gobierno argentino siguiera siendo el mismo. Y entonces los que no lo querrían se ponen a dudar, y los que sí lo querían se ponen más orgullosamente seguros que nunca: recibieron el famoso veredicto de las urnas –que los declaró inocentes o más que inocentes: ganadores. Ese veredicto, dicen, los confirma en sus ideas, demuestra que tenían razón: se alborozan porque los números les dicen que tenían razón.

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Al maestro Chenel

Por: | 24 de octubre de 2011

Se diría que un blog no es para nada de esto: ni para colgar viejas historias, ni cargarlo con tres mil palabras, ni rendir homenajes personales, ni mucho menos para que un argentino –país donde los toros son sólo carne y sexo– cuente cuentos taurinos. Pero es que poca gente me ha hecho emocionar tanto como don Antonio Chenel, y ahora resulta que se ha muerto. Por eso esta infracción, este recuerdo: una entrevista que le hice hace quien sabe doce, quince años y que, entonces, titulé El Maestro.Achenel2

 

La situación era ridícula. Yo llevaba varios dìas en Madrid, pensaba entrevistarlo y no me decidía a marcar su número porque no podía resolver un problema: con qué nombre llamarlo. En sus carteles siempre apareció como Antoñete, pero me daba pudor usar ese diminutivo: me parecía confianzudo, inadecuado. Y Antonio Chenel o don Antonio me sonaban demasiado solemnes para alguien que me había hecho llorar. Así que no lo llamaba, y el tiempo se me estaba terminando.

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Voto cantado

Por: | 20 de octubre de 2011


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Son días bobos. Nunca, en mi larga/corta vida de votante argentino, ví elecciones tan poco apasionadas como las que sucederán este domingo. Clima gris, tedioso, desinteresado. O, por decirlo claro: hay presidenciales y parece como si jugara River. Son comicios de compromiso, donde nadie espera la menor sorpresa: el resultado está cantado porque el gobierno no tiene rivales y porque hace dos meses convocó a unas primarias en las que no se dirimía ninguna precandidatura pero se establecieron números que, con pocas variantes, se van a repetir este domingo: la doctora Cristina Fernández, peronista, va a salir primera con el 50 por ciento de los votos, y después de ella nadie, y después de nadie quizás el doctor Binner, progresista.

Así que no hay casi campaña, no hay debates en los medios, no hay marchas en las calles; sólo quedan, casi por omisión, los videos en los espacios gratuitos de la tele, que cumplen con la noble función de recordarnos que el domingo hay que hacer cola y, de paso, decir algo –lo menos posible– sobre sus protagonistas.

Aún así, pensé que un paseo por esos relatos era una buena forma de entender quién juega a qué: breve turismo electoral.

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¿Peronismo?

Por: | 17 de octubre de 2011

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Hoy es 17 de octubre. En la Argentina, el 17 de octubre es una de esas pocas fechas que significan algo. “Fusiles,/ machetes,/ por otro 17”, cantábamos, por ejemplo, hace décadas algunos desaforados optimistas, antes de que llamaran a este día Día de la Lealtad. Y todo porque el 17 de octubre de 1945, hace hoy 66 –¿o fueron 666?– años, empezó, con una gran marcha popular, el peronismo.

Por eso los 17 de octubre siempre hubo festejos: encuentros, festivales, peleas con la policía, discursos ante tumbas, actos protocolares. Este es el primero en que no hay nada –o casi nada. Porque el peronismo gobernante está en campaña y, seguro de ganar, igual teme algún desborde: entonces prefiere no juntar personas en la calle, que siempre es peligroso, y no hace nada. La relación de este gobierno peronista con su historia tiene sus más y sus menos: muchos más, muchos menos. Se recuesta en historias más o menos ajenas, se olvida de historias más o menos propias.

El peronismo tiene esas cosas. El peronismo tiene tantas cosas. El peronismo tiene, en la Argentina, casi todas las cosas. Por eso es, entre tanto, tan complicado de entender. La pregunta habitual del extranjero informado, justo después de la primera referencia a Maradona –que ahora llaman Messi– es ésa:

–Discúlpame, a mí la Argentina siempre me pareció un gran país, faltaba más, pero lo que yo no entiendo es el peronismo.

Y los argentinos no tenemos el valor suficiente para darle la respuesta correcta:

–Yo tampoco.

Así que imaginamos otras. Nos hemos pasado la vida imaginándolas: 66 años imaginando esas respuestas. El peronismo es, para empezar, el nombre político del derrumbe argentino. Desde que empezó, en 1945, la gobernó más que nadie, y 20 años de los últimos 22 de decadencia.

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El mejor político argentino

Por: | 14 de octubre de 2011

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Este martes 18 de octubre habrá elecciones en la República Argentina. Y nadie duda de su resultado: las ganará, como las viene ganando cada vez desde hace 32 años, Julio Humberto Grondona. O quizá ni siquiera haya elecciones: tal vez no sean necesarias, porque nadie se atreva a presentarse contra el señor Grondona.

El señor Grondona ya tiene 80 años; hace 55, el señor era el dueño de una ferretería que se metió a dirigente de fútbol: supongo que le gustaba o vio un negocio. En cualquier caso, trepó trepó trepó y en 1979 –en plena dictadura triunfante mundialista– lo hicieron presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, y desde entonces.

El señor Grondona es el modelo de todos los políticos argentinos, el que todos querrían imitar, el que está en sus deseos cuando soplan velitas: yo quiero permanecer tanto como él –se dicen en silencio. Un político que ha aferrado uno de los puestos más decisivos de un país básicamente futbolero a través de gobiernos militares y civiles, peronistas y radicales, neoliberales y estatistas, es un héroe y espejo. Como buen político argentino, el señor se especializa en obtener y conservar el poder: su permanencia se basa en mantener la lealtad clientelar de sus secuaces a fuerza de prebendas, préstamos y amenazas. Es el poder usado para seguir en el poder; a los políticos argentinos, usarlo para hacer no les interesa y se les nota: no tienen vocación, les sale flojo.

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Qué fantástica esta fiesta

Por: | 12 de octubre de 2011

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Es hoy: desde hace siglos que el día es hoy pero ha cambiado, como todo, de nombre y de sentidos. Ya casi nadie habla de Día de la Raza: queda raro. En España dicen Fiesta Nacional –por antonomasia– y no tratan de explicar por qué no eligieron, como la mayoría de los países, un día de liberación sino uno de conquista. Otros se han puesto, últimamente, del lado del oxímoron: recuerdan el 12 de octubre por lo contrario de lo que pasó, y dicen que es el Día del Respeto a la Diversidad Cultural –Argentina–, del Descubrimiento de Dos Mundos –Chile–, de la Resistencia Indígena –Venezuela– y así de seguido.

En cualquier caso, hoy todos feriamos y festejamos sin saber del todo qué: la llegada, parece, de aquellos –casi– hispanos que durante siglos fueron presentados como una bendición hasta que las nuevas historias oficiales los convirtieron en el principio de un desastre.

El cambio de discurso fue gradual, pero terminó de consagrarse hace veinte años, cuando un dizque rey de España –que ya era este señor– fue a Oaxaca a saludar indígenas. Alguna vez vamos a hablar del rey de España, esa expresión extrema de la incapacidad para abstraer que ciertas culturas enarbolan. Por ahora hablamos de otros arcaísmos.

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El País

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