Martín Caparrós

Sobre el autor

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es escritor y periodista, premios Planeta, Herralde, Rey de España. Su libro más reciente es la novela Comí.

Nabidad, su sexo raro

Por: | 26 de diciembre de 2011

Centros_de_mesa_08Recuerdo en estos días uno de trece años atrás, lleno de un sol preciso: esa mañana había aparecido en todos los medios el testimonio de Monica Lewinksy contando su fellatio presidencial y sus famosos puros. Yo vivía en Nueva York –era corresponsal de un diario– y no puedo olvidar la sensación de salir a la calle y saber –saber– que todas las personas con las que me cruzaba habían imaginado –puesto en imágenes– una chupada esa mañana. Las personas suelen pensar en cosas muy distintas: esos momentos en que todos saben que comparten por lo menos una idea son raros, levemente monstruosos. Así, esta nabidad argentina colgada de un armario, sexualizada por una muerte oscura.

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La Nabidad

Por: | 24 de diciembre de 2011

Wpe45Pensaba, en estas fiestas de guardar, guardarme. Pero un lector me recordó este texto nabideño que publiqué hace exactamente tres años en un diario que entonces existía. Me pareció que nada había cambiado mucho desde entonces, y que lectores nuevos podían interesarse por el tema.

 

         Usted es terco, mire, vea. Así que no termina de convencerse de que si se porta bien y coge mal y va todos los domingos a una iglesia y se confiesa y cumple con sus penitencias después se va a pasar unos milenios en el tiempo compartido Paraíso con angelitos que le toquen el arpa sin cosquillas; no se convence, y sin embargo debe aceptar que en la Argentina no haya aborto legal porque los curas que sí lo creen no quieren esas cosas. O usted, impío, no imagina que, porque Astiz violó el mandamiento que dice no robarás o su ex jefe Videla el de no matarás, vayan a pasarse los siglos de los siglos quemándose en un asado de sí mismos alimentado por diablitos; no lo imagina, y sin embargo tiene que bancarse que los curas decidan que no se pueden ver ciertas películas. O yo no quiero creer que un bebé nacido hace dos mil y pocos años de una madre virgen en un pesebre palestino caminara sobre las aguas los días que no resucitaba muertos o sacaba peces de la galera, y que después se hiciera matar para salvarnos de la condena eterna, inaugurando una lista interminable de suicidas heroicos que llega hasta los talibanes: me cuesta suponerlo y sin embargo hoy voy a cenar con una cantidad de parientes porque la iglesia católica apostólica ha establecido esa costumbre a partir de esas historias increíbles.

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k = p + 2001

Por: | 20 de diciembre de 2011

Index

Aquella noche iba a ser una de tantas. No había razón para que no lo fuera; sólo un par de horas antes, nadie imaginaba que pudiera pasar todo aquello, aquella noche.

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Muerto en vida

(Una tarde con Sergio Schoklender)

Por: | 16 de diciembre de 2011

Esto es, sin duda, un despropósito. Es probable que no haya habido, en este sistema bloguero, muchas entradas/posts de este tamaño. Pero su largo –unas 25 carillas– es una de las razones por las cuales decidí publicar esta entrevista en este lugar. Solemos creer que internet exige textos cortos; no nos paramos a pensar que internet permite, entre tantas otras cosas, textos del tamaño que cada cual decida. Quizás éste sea un exceso, o quizás haya lectores todavía, gente a la que no le asusten unas cuantas páginas si les cuentan algo que les interese.

Por otro lado, no quería publicar este relato de una larga tarde con quien es, para muchos argentinos, la encarnación del Mal, en un medio argentino: su sentido habría cambiado mucho. Virtuales, extraterritoriales, estas líneas son un intento de presentar a uno de los personajes más y menos conocidos de mi país: Sergio Schoklender, el parricida, el preso, el extremista, ahora el estafador. Para los argentinos es un modo de profundizar en una historia muy cercana; para españoles y otros latinoamericanos, una buena aproximación al paisaje de la Argentina actual.

A lo largo de esa tarde Schoklender me dijo muchas cosas que me sorprendieron. Aquí están sus relatos de cómo roba el Estado argentino, de cómo las Madres de Plaza de Mayo se financiaron con asaltos, de cómo los medios se venden a los políticos, de cómo Cristina Fernández abandonó el proyecto Sueños Compartidos, entre otros. Si alguien –algún medio o persona– quiere reproducirlos es libre de hacerlo; solo le pido que cite la fuente, o sea: que diga de dónde los sacó.

Para quienes prefieran bajarlo y leerlo off-line o imprimirlo –que de todo hay en la viña del señor–, hay una versión en pdf aquí mismo.

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::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::          Entonces él dijo que quizá no tendría que haber dicho eso, y parecía que estaba diciendo la verdad. Yo lo creía; me sorprendió que él también creyera que no tendría que haber dicho eso. Fue un momento fuerte: como de quien, hablando, entiende algo. No es lo que suele pasar en una entrevista pero, para entonces, ya llevábamos más de dos horas de palabras, de miradas cruzadas, de cafés.
   –No te preocupes. Yo sé que uno no siempre llega cuando quiere.
   Me había dicho Sergio Schoklender cuando aceptó, en la puerta de su casa, mis disculpas por la demora. Yo me había perdido: su casa –o su es casa– está detrás del cementerio, en una calle que no conocía. A él tampoco, pero fuimos amables: nos dimos la mano y me invitó a pasar:
   –Bienvenido a la casa de mi ex mujer.
   La casa de su ex mujer, que construyeron juntos hace unos años, es, para empezar, un paredón sin historia en una calle legañosa de Chacarita y, detrás, tres pisos de un arquitectura moderna, a la moda, con ese aire brishoso, inquieto de tan quieto, que tienen los lugares más decorados que vividos.
   –Ahora gracias al juez Oyarbide estoy viviendo otra vez con ella.
   Dice Schoklender. El juez Oyarbide, el que atiende su causa, es una de sus bestias negras: ya tendrá tiempo de hablar, largamente, de él, de sus excesos, de los videos con que lo chantajean. Mientras tanto me explica que, como tiene todos sus bienes embargados, su ex mujer lo acogió por un tiempo en la casa, y que siempre tuvieron una buena relación y a veces se iban de vacaciones juntos y que tienen a Alejandro, su hijo de 12, que los une y que estaban distanciados porque él viajaba mucho y por esas cosas de la vida pero que ahora esas mismas cosas los reunieron y que por culpa de ese juez no tiene un centavo y corre la coneja y tuvo que vender, en estos días, su saxo y su moto.
   –Moto y saxo tenor: la juventud, de algún modo.
   Le digo y él me dice sí, la juventud, sonríe. Sergio Schoklender ya tiene 53 años, y ahora estamos en el tercer piso de la casa, el play room, a punto de sentarnos: las sillas son unos bancos como de bar muy altos; hay que sentarse encima y accionar una palanca para que los bancos bajen a la altura de sillas y nos permitan sentarnos junto a una mesa enorme, muy pulida. Sobre la mesa, solo su laptop y el brillo de una madera poco usada. Schoklender me pregunta si no quiero un café. Yo quiero y le pregunto cómo definiría su situación actual y me dice, con un tono muy suave, muerto en vida.
   –¿Cómo?
   –Muerto en vida.

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El libro ya no es lo que era

Por: | 08 de diciembre de 2011

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Hace unos días apareció en la web de la revista Letras Libres de México un artículo mío sobre el kindle, sus usos, sus costumbres, las nuevas formas de poseer que suscita, las de escribir que no. El texto se llamaba El regreso de Robin Hood y provocó inesperadas discusiones en la red. Por si quieren seguirla, entonces, lo reproduzco aquí:

 

 

 

 

 


Hacía tanto que no leía un libro de la colección Robin Hood. Todo Salgari, todo Verne, Mark Twain, Walter Scott, Louise May Alcott: no sé cómo era el mundo antes de aquellos libros amarillos, pero pasaron tantos años que había olvidado la sensación de acostarme de costado y buscar la forma de sostener el libro y apoyarlo de canto en la frazada y torcer la cabeza en el ángulo correcto –y el resto de los pequeños movimientos que fui ajustando para poder hacer horas y horas lo que más quería. Me había olvidado –o no lo recordaba, que no es lo mismo pero a veces se parece– hasta que, hace unas semanas, encendí un kindle en el cuarto de ese hotel –y fui aquel lector.

Tardé tres años en llegar al kindle. Seguí su aparición, su auge, las críticas desfavorables de los techies y lapidarias de los conservacionistas, esperando el momento preciso –que estaría hecho de una suma de factores: que encontrara una excusa utilitaria para contrarrestar mi culpa, que el precio bajara lo suficiente para reducir mi culpa, que venciera mi culpa –o la olvidara, que no es lo mismo pero a veces se parece. Mi relación con los gadgets es pura culpa: una pelea incesante entre la gula y el deber ser cuyo resultado no está en duda; sólo el plazo.

La excusa era evidente: viajo mucho, estoy harto de quedarme sin nada que leer o caer, en su defecto, en más y más libritos de aeropuerto –que después tiro, enteros o por partes. Cuando el kindle llegó a 140 dólares me había quedado sin defensas. Y fue entonces, ante esa tipografía tan clásica, esas páginas levemente grisadas, antigüitas, que sucedió el milagro: de cómo el soporte de lectura más contemporáneo se volvió, de pronto, un Robin Hood.

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Boca campeón

Por: | 05 de diciembre de 2011

 

Hace un par de horas que Boca Juniors volvió a salir campeón del fútbol argentino. Esta tarde la Bombonera fue una fiesta: hay días en que la cancha más orgullosa del mundo se transforma en un lugar incomparable, lleno de gritos y movimientos y colores que tiembla –o late– con los saltos de miles y miles, y los míos.

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La pelea por la historia

Por: | 02 de diciembre de 2011

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Ahora la pelea es por la historia.

Era lógico y era de esperar. La historia siempre fue un campo de pelea de las ideas: lo que se cuenta sobre tal o cual período pasado es, entre otras cosas, un efecto de lo que ese narrador –o historiador o cronista o académico– piensa sobre el presente donde vive. Y, en la Argentina, un poco más.

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El País

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