Lo dijo y a nadie le importó: ni a sus críticos ni a sus camaradas ni a él mismo ni a ninguno. Yo también, al principio, me lo tomé a chiste, porque parecía uno –y porque los argentinos usamos tanto esa estrategia defensiva, el chiste -o, si acaso, el menosprecio: no, es una boludez, no vale la pena darle bola. Hemos aprendido a reírnos o a negar bola –son formas muy distintas de lo mismo– a muchas cosas. Se puede discutir si el mecanismo no es un modo de permitir que los límites se corran más y más: que un poder amplíe sus posibilidades. Que vaya avanzando de a poco sobre lo que parecía intocable y que, a fuerza de pasitos, de palabras necias, de oídos sordos, lo vaya ocupando. Hoy digo que seis y después digo que no, cómo que seis yo más de tres seguro no, pero queda zumbando lo de seis y entonces, cuando salgo a decir cuatro habrá muchos que dirán bueno, por lo menos no es seis y al fin y al cabo cuatro no es pa’ tanto.