Se llamaba Vladímir Ilich Ulianov pero solían llamarlo Lenin –y con ese nombre se pasó casi un siglo como momia en uno de los ombligos de este mundo. El camarada Vladímir era un experto en eso que ahora llaman utopías: la posibilidad de imaginar un mundo diferente –solo que él, de puro terco, intentó hacerlo. No se puede decir que le saliera mal, pero se murió estúpidamente joven a sus 54 años y dejó a sus sucesores –como suele pasar en estos cuentos– la tarea de arruinarlo todo. Tres años antes, 1921, había definido con una frase su proyecto: “El comunismo son los soviets más la electricidad”.