Nos acostumbramos a casi cualquier cosa. Hace diez días que cuatro millones –4.000.000– de chicos no tienen clases. O sea: hace diez días que cuatro millones –4.000.000– de argentinos no reciben la educación que el Estado se comprometió a ofrecerles, con la que justifica su existencia, para las cual se queda con los impuestos de sus padres –y de todos los demás. El Estado es un pacto: yo, ciudadano –¿yo, ciudadano?–, te entrego poder y plata para que me entregues, a cambio, ciertos servicios. Si el Estado no cumple ese pacto, no tiene derecho a reclamar un pomo.