Martín Caparrós

Sobre el autor

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es escritor y periodista, premios Planeta, Herralde, Rey de España. Su libro más reciente es la novela Comí.

PamplinasMundial 20. El peso de la historia

Por: | 30 de junio de 2014

El deporte es una fábrica constante de obviedades, de esas que pasan por sabiduría. Hay una que me gusta de tan obvia. Es una especie de lema de los Yankees de Nueva York: It ain’t over ‘till it’s over –que nada está acabado hasta que está acabado: que hay que seguir peleándola. Ayer, la maldición de la Concacaf la hizo evidente.

México tenía todo para sacar a Holanda; se lo empataron cuando faltaban dos minutos, se lo ganaron cuando sobraban tres. Costa Rica, ídem con Grecia. Dos partidos que se redefinieron cuando ya todo parecía definido; dos equipos que no supieron cerrarlos cuando los tenían.

Alguien tendrá que explicar en qué consiste el peso de la historia, ése que hace que Holanda siga, Brasil siga: que haya equipos que no pierden sus ventajas, que saben cómo mantenerlas, que haya equipos que se imponen incluso cuando parecen despeñarse. Que haya equipos que no necesariamente son mejores pero ganan tanto más a menudo que los otros. No son favores arbitrales, no es el juego en sí, no es experiencia o tradición; parece una forma de la confianza, de la convicción de que sí pueden –y, por lo tanto, no tienen que cantarlo: solo hacerlo.

En el primero de la tarde, México dominó bien su partido, pero lo dejó ir. Holanda mostró otra vez –como contra Chile– que es el clásico equipo especulador, que solo se lanza cuando no tiene más remedio. Deja la duda abierta: ¿si se lanzara sería tremendo o no está en condiciones de lanzarse?

En el segundo, Costa Rica cargaba con un favoritismo raro. Es viejo como el mundo: tiempos en que los guerreros se comían la carne, la sangre, el espíritu de sus vencidos para apropiarse de su fuerza; en esta competencia, cada cual tiene el tamaño del enemigo que acabó: Uruguay, Italia, Inglaterra.

Costa Rica tiene, también, una idea clara: un buen arquero, una defensa de cinco a la que no le entran, un mediocampo peleador, dos jugadores de construcción y ataque como Ruiz y Campbell –y la suerte de que, ayer, sin ir más lejos, su 10 le pegó mal y la metió por un rincón.

Pero, cuando ya resultaba demasiado fácil, Costa Rica se quedó con diez, para que fuera o pareciera heroico. Y después los penales, sus festejos, esos cinco minutos increíbles que explican y justifican todo el resto.

México perdió por el peso de la historia; contra cualquier historia, Costa Rica entró al Grupo de los Ocho. Y ahora, caído México, se transformó en el adalid de su región –y de los chiquiticos, los países sin historia. Contra Holanda será, de nuevo, lo que mejor le va: la víctima supuesta, la ilusión de volver a sorprender al mundo.

PamplinasMundial 19. Cinco centímetros

Por: | 29 de junio de 2014

Si Brasil vuelve y pasa, ese partido se recordará con sonrisas, como suelen recordarse los sustos que no fueron; si vuelve a ser lo que está siendo y cae, se lo recordará como el llamado que no fue atendido. Nunca se sabe cómo será un recuerdo; sabemos, ya, que ese partido no fue un buen partido.

Brasil se pasó la última hora sin poder disimular su miedo, Chile lo intentó y hasta tuvo más posesión pero le faltó cierta fineza; el resultado fue una sucesión de temores y de errores y de tedio que, de pronto, se rompían un momento: un patadón, al arco o al contrario. O, de tanto en tanto, la pelea por un puesto catalán: una corrida de Neymar, calesitas de Alexis. Lo más peligroso para Brasil era cuando se creía Brasil: sobraban el partido y lo perdían. El resto del tiempo eran muchachos chocadores, corredores, sin el menor orgullo brasilero. Lo fatal para Chile fue que no terminó de creerse Brasil y no supo aprovechar lo que los amarillos le entregaban. No fue un buen partido y, sin embargo, tuvo a millones colgados de un pincel, comiéndose muñones, licuándose de susto o esperanza.

No fue un buen partido, pero nadie habría querido perderse esos últimos minutos. Alguna vez habría que repensar a qué llamamos un buen partido o, por lo menos, cuáles son los que de veras nos atraen. Quizá descubramos que nos gustan los malos y podamos cambiar de canal. Por ahora: fue un partido mediocre, donde la jugada más sorprendente fue la contraria de lo que muchos imaginábamos: un árbitro inglés que privó a los brasileños de un gol que podría haberles dado, una mano dudosa. Si al local –si a Brasil– lo empiezan a a bombear los jueces, es que algo muy extraño está pasando en esa Fifa, en esta copa.

Pero más acá o más allá de esas minucias hay minucias que definen las cosas. ¿Cómo se puede escribir, cómo pretender pensar sobre algo en que cinco centímetros hacen toda la diferencia? No digo la vida, digo el fútbol. Si el pelotazo de Pinilla en el minuto 120 hubiera ido cinco centímetros más bajo, este artículo y tantos otros serían otros, hablarían de la heroica gesta chilena –en esos u otros términos levemente menos cursis pero semejantes. Si el pelotazo de Pinilla en el minuto 120 hubiera ido cinco centímetros más bajo, a esta hora Brasil sería un velorio. ¿No hay algo muy patético, ridículo en una cultura cuyo humor podría cambiar tan radical por esos cinco? Digo: el fútbol.

(Donde, con solidez creciente, la Colombia de Pekerman y el goleador elegante James Rodríguez sigue sin dejarse ni un punto. Lo que hizo contra Uruguay fue autoritario y abrasileñado. Pero para el próximo partido le cayó esa piedra: enfrentarse a todos los fantasmas brasileños. Habrá que ver, en Recife, este viernes 4, cuál de los dos cambiará de camiseta.)

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Nota: Ayer, en estas ¿páginas? una parva de ¿lectores? se quejó de un título que incluía la palabra sudacas. Quizás a esta altura deberían saber que la mejor forma de desactivar la carga de desdén que un término puede tener es apropiárselo, usarlo para sacarle ese peso de encima.

Pese a lo que dicen algunos de los ¿lectores?, sí vivo en España pero nací en Argentina y soy hincha y socio de un club local que se llama Boca Juniors. Durante años, cuando querían insultarnos, nos llamaban bosteros. Desde que nosotros mismos empezamos a llamarnos así, la palabra ya no fue una ofensa posible. Es solo un ejemplo. 

PamplinasMundial 18. La jornada sudaca

Por: | 28 de junio de 2014

Hoy, en el mundo mundial, es jornada sudaca. El azar –para eso está– fue juguetón y los amontonó, de modo que cuatro equipos latinoamericanos –Brasil, Chile, Colombia, Uruguay– se transformarán en uno en tres pases de magia o cruda realidad. En el Mundial 1.0 todo fue bien para Sudaquia –casi todos sus equipos siguieron adelante– y aparecen estos días las voces que celebran el éxito, que hablan del continente como una especie de unidad orgullosa.

Supongo que lo es; es, también, el lugar donde las rivalidades se exasperan. Si no fuera por las Malvinas, los argentinos jamás pensaríamos en Inglaterra como un enemigo: los nuestros naturales son Brasil, sobre todo, y de un modo casi cariñoso, Uruguay.

Es recíproco y está cuantificado. Los números dominan el mundo y los números mienten y los números dominan al mundo. El New York Times publicó una encuesta muy sesuda: preguntaron a miles en 19 países cuál ganaría el Mundial y cuál querrían que no ganara. Todos dijeron que Brasil lo ganaría, salvo los argentinos, españoles y norteamericanos, que se eligieron a sí mismos. Pero ningún país cosechó tanto rechazo como Argentina: cuatro de los cinco latinoamericanos encuestados –Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica– prefieren que pierda pronto. “El disgusto parece venir de la historia futbolística argentina y de su pretendida superioridad económica y cultural en la región”, intentó explicar el diario.

Pero, más allá de reyertas y querellas, queda la pregunta del millón: ¿Por qué tres países –o dos países y medio: en Brasil, el fútbol nunca fue más al norte de Río de Janeiro– concentran casi la mitad de los mundiales jugados hasta ahora?

Porque, en principio, por vaya a saber qué raro designio, el fútbol se reinventó en estas tierras. De ese deporte inglés fue apareciendo este juego sudaca: “Aquél es más pesado, lento, fuerte, disciplinado y armónico en la acción conjunta. El nuestro es más liviano, veloz, afiligranado, con menos acción colectiva y más derroche de habilidad personal”, escribió, hace casi 80 años, Chantecler, el gran comentarista de la revista El Gráfico.

Ahora, cuando la globalización podría haber acabado con esas diferencias, el misterio sigue en pie: ¿por qué nuestros países producen todavía esos futbolistas que todos cotizan y, de vez en cuando, alguno realmente excepcional? ¿Por qué seguimos teniendo esa ventaja cuando millones y millones lo intentan sin el mismo resultado? ¿Qué raro privilegio tiene el fútbol sudaca?

PamplinasMundial 17. Mundial 2.0

Por: | 27 de junio de 2014

Ya nos habíamos aprendido casi todas las letras. Sabíamos que Colombia estaba en la C, Corea en la H, Costa Rica en la B –y de pronto nada de eso sirve para nada. Metáfora mala del saber contemporáneo: aprender cosas que quedarán caducas en unos pocos años. ¿Quién usa, ahora, el Messenger o un grabador de cinta o la democracia de delegación?

Todo eso se acabó; mañana empieza el Mundial 2.0, el verdadero. Del 1.0 solo importaban las sorpresas; lo suyo, lo normal, son sus confirmaciones. En cambio en el 2.0 todo es posible –o casi todo– y eso es lo que lo hace salvaje, irresistible. El Mundial es una sobredosis. Una amante exigente, una locura de verano: no es poco, es casi demasiado. Es una suerte, dijo alguno, que lo gocemos y suframos cada cuatro años; más sería, quizás, insoportable.

La sorpresa, en este caso, fue el fracaso de las tres ligas más ricas del mundo: tal vez reconsideren su estructura de importadores compulsivos. Las confirmaciones, que todos los otros que debían pasar pasaron. Pero sin alardes: tras 48 partidos no hay candidatos claros, o no más que al principio.

Ni Brasil ni Argentina ni Alemania parecieron intratables. Holanda y Francia impresionaron por momentos y tuvieron baches importantes. Colombia circuló tranquila con equipos que no la exigieron; Costa Rica, sobreexigida, pasó por el estrecho tempestuoso; Chile camina hacia la trampa brasilera, el peso de las instituciones; Uruguay perdió a su héroe en nombre de sus propias tradiciones.

Creo que nada se recordará –del 1.0– más que esa mordida. Hay personas que hacen más que lo que deben: son los que se destacan, son los que se hunden. Hay personas que llevan el mandato que reciben –el mandato social– más allá de sus límites, hasta el abismo o el ridículo: personas que se despilfarran.

Dominique Strauss-Kahn iba a a ser presidente de Francia pero era un hombre al que siempre dijeron que los hombres de verdad se cogen cuantas más mujeres –y no pudo parar de hacerlo y perdió todo. Luis Suárez escuchó tantas veces que la garra charrúa, que la celeste se debe defender con uñas y con dientes –y mordió de verdad y perdió casi todo.

Siempre me fascinó la tragedia de esos personajes: los que no pueden controlar sus instintos, los que hacen algo innecesario que los pierde, que saben que no deben pero igual. La mordida de Suárez fue un triunfo de la pulsión por sobre la razón. En estos tiempos de razón comerciante, de interés y control, nada puede resultarnos más ajeno, más perturbador: más memorable.

PamplinasMundial 16. Veinte años después

Por: | 26 de junio de 2014

Hoy hace exactamente veinte años y también fue contra Nigeria. Aquel día el 10 de la Argentina salía de la mano de la enfermera rubia, sonriendo, saludando –para no volver más. Horas después se confirmaba que Maradona estaba fuera del Mundial; en Buenos Aires, un diario donde yo trabajaba tituló a toda tapa: Dolor. Era el mismo título que había hecho otro diario donde yo trabajaba, otros veinte años antes, cuando se murió el general Perón. Recuerdo que escribí algo sobre esa coincidencia: que si el mismo título podía aplicarse a la muerte del político más importante del siglo y a la supensión de un jugador de fútbol, la Argentina estaba cocinada. Estaba, por tantas otras cosas, pero el fútbol le da de tanto en tanto una chance de olvidarlo. Hoy, contra Nigeria, el sucesor de Maradona empezó, quizá, a sucederlo.

Hoy Messi tenía ganas, no estaba fastidioso, corría, sonreía, saludaba. Hoy Messi metió su tercer gol desde fuera del área, demostrando que las estadísticas son una técnica que dice cosas sobre todos los demás. Hoy Messi se parecía a sí mismo.

El partido, de todas formas, sobró. En un par de días cada uno va a ser cuestión de vida o muerte –futbolísticas. Este era cuestión de cumplir con las reglas y la televisión y los sponsors. Pero debía servir para aceitar un mecanismo que chirría y sirvió, más bien, para divertirse un rato –qué bueno el fútbol cuando son tan malas las defensas. El ataque argentino insistió más, pero tiene problemas. De los famosos fantásticos, al menos dos –Agüero, Higuaín– no consiguen ninguna fantasía: están muy bajos y es mucha desventaja. Y aún cuando se juntan lo hacen en un pasillo que va muy por el medio; atraen marcadores y las jugadas se complican, se cierran los espacios. A veces la pelota fluye y es maravilloso; la mayoría se atasca. Las puntas, claro, quedan libres, pero los que las aprovechan son Rojo y Zabaleta: así también las jugadas se complican.

Cada vez está más claro que somos Messi y diez –o seis o siete– más. Como las últimas veces que ganamos algo –‘86,‘90–, el equipo depende de un muchacho. Aquel se colgaba de Maradona de un modo más dramático: estábamos al borde del abismo y Él nos salvaba. Éste parece siempre al borde de la abulia, del desdén, y Él hace lo que los otros no.

Para muchos, esta dependencia plantea una incomodidad casi moral: se supone que tener un jugador excepcional no tiene ningún mérito, es pura suerte; en cambio armar un gran equipo es encomiable, puro esfuerzo. Si permitimos que la ética protestante se apodere del fútbol, va a ser el momento de dedicarse al origami.

PamplinasMundial 15. ¿Messi es 10?

Por: | 25 de junio de 2014

Cumplen años, así que vamos a rendirles homenaje. Juan Román Riquelme, el mejor jugador de la historia de Boca, llegó a los 36. Lionel Messi, el mejor del mundo y uno de los mejores del Barcelona, a los 27. A Messi, además, esta columna debe un desagravio: hoy reconocemos, por esta vía, su decencia, su integridad sin tacha. Dudábamos de ella hace unos días: nos preguntábamos si habría jugado a media máquina en sus últimos meses catalanes guardándose para el Mundial pero ahora se diría que no: sigue igual de medio.

Se recuperará. Hoy recibió una buena noticia: sus problemas con el fisco español se arreglarán pagando la módica suma de 45 millones de dólares. También de eso se recuperará. El negocio lo necesita y, sobre todo, es el tipo de jugador que ahora se lleva: uno que sale bien por la televisión, un abanderado del famoso Fútbol Nike, el piruetero, el que más impresiona en clips y compilados. Y es ese tipo de jugador dinámico, capaz de moverse por lugares muy distintos, que mejor usa el fútbol actual. Y, sobre todo, es un superdotado.

Sin embargo, estos días se lo ve entrampado en un equipo que no funciona. Y que no parece saber cómo cambiar, si no es a base de arengas y vamos muchachos que podemos. Porque el plantel argentino no ofrece variantes: cada suplente es muy inferior al titular que le corresponde. No hay reemplazos para mejorar a los que están cuando estén bajos, ni para revolucionar el equipo en una situación complicada –andá, Carlitos, entrales por la izquierda que te hacés un picnic–, ni para intentar un esquema que funcione.

En un equipo que no consigue manejar y distribuir con criterio la pelota, no hay un posible 10 que lo pueda intentar. No hay, para que quede claro, un Juan Román. Pero no es por capricho del técnico; no hay porque no lo hay. La Argentina, que siempre los produjo, lleva años sin sacar ninguno. No parece un azar. Creo que los entrenadores de juveniles no intentan producirlos porque el gran fútbol europeo -el fútbol central- ha dejado de usarlos. Y eso se imita en todo el mundo y, sobre todo, define el mercado mundial –y los 10 se quedan sin demanda. Ahora, cuando un chico pinta bien, nadie le dice parate ahí en el medio y distribuí; lo ponen a correr arriba.

Por eso Riquelme quiere seguir hasta los 40 y probablemente lo consiga. El puesto no debería desaparecer. Pirlo es un ejemplo; Messi podría serlo sin problema, y quizá termine siéndolo. Si lo hiciera ahora, lo difícil, en la selección, sería encontrar a otro que jugara de él.

(Mientras tanto, los perros hambrientos festejaron de nuevo: ¡Salus, vecinos orientales!)

PamplinasMundial 14. Pienso

Por: | 24 de junio de 2014

El gobierno no incluye a sus autores en las delegaciones culturales oficiales, los suplementos no los ensalzan, no aparecen en las antologías, pero está claro que la literatura argentina que más se ha difundido por el mundo en las últimas décadas son los cantitos de la cancha. Sus vías son extrañas: se ha sabido incluso de jefes de la barra del Real Madrid que se adiestraron con la Doce, pero la mayoría de esos cantos –pura cepa argentina– circula por caminos más confusos. Se ha oído, incluso, a hinchadas niponas cantándolos con orden y progreso.

Uno de ellos hizo mucho ruido, en Brasil, estos días: se hizo famoso un grito de dos sílabas. Todavía recuerdo las risitas nerviosas con que descubrimos –1969, primer año del bachillerato– que la primera persona del singular del verbo pensar, en latín, se decía puto. Ahora el mundo se reía parecido: como chicos que oyen de pronto cacaculopís.

Lo cantaban, en los estadios brasileños, los hinchas mexicanos, cada vez que el arquero estaba por sacar desde su área: un clásico de la cancha de Boca –y tantas otras. Pero allí se armó un escándalo de corrección política. Por fin la Fifa –la Fifa– decidió no castigarlos; ayer, los tricolores se dedicaron a cantarlo sin desmayo. Por 70 minutos el público se divirtió consigo mismo: el partido era enredado, inocuo. Después se soltó y, entre los 72 y los 85, México hizo sus tres goles, aseguró su pase –pero no cumplió con su meta de evitar a Holanda; Chile quedó para Brasil.

Este Mundial está lleno de partidos así. Alguno de los estadistas que ahora abundan en los estadios brasileños debería censar qué proporción de goles se consigue a partir de los 15 del segundo tiempo: cuando la garra que está ganándole partidos al talento cede a la lógica fatiga de correr como perros. Cuando el agotamiento de los presionadores abre los espacios empiezan las posibilidades de jugar al fútbol. (Aún así, quizá no sea prudente esa propuesta que pide que los hagan jugar un tiempo a solas, encerrados, antes de entrar en el partido.)

Pero la garra gana, por ahora: la caída de España –sobre todo– y los problemas de Italia, Alemania, Brasil, Argentina, legitiman la idea de que correr tiene más premio que hacer correr la bola. En tales partidos, es lógico, hay que gritar latinajos para distraerse. 

Si vis pacem...

PamplinasMundial 13. Business are business

Por: | 23 de junio de 2014

Cristiano sigue fallando en este juego de espejos y pantallas; alrededor, chicos y chicas, hombres y mujeres se ocupan más de sus cervezas, sus sonrisas. En los bares más cool de Manhattan la atención al fútbol es flotante: gente que come, bebe, se seduce, habla del tiempo o del último disco libro serie patinazo de Obama. De tanto en tanto miran alguna de las ocho teles, gritan algo, vuelven a sus actividades. En este pub del Village –sus doce variedades de cerveza tirada, banquetas altas, mesas grandes para reunir desconocidos–, pocos siguen con atención cómo Cristiano no consigue ser lo que se cree. Tim, rubio joven con barba casi hipster, me explica serio por qué el fútbol no mucho:

–No me gusta que la suerte pesa demasiado. Hace poco leí que en fútbol los mejores equipos, los que tienen más puntos que los otros, pierden con los peores mucho más a menudo que en basket o que en baseball. Alcanza con un gol mal cobrado, un tiro que rebota y entra; en cambio en los otros, como se hacen muchos puntos, la cosa termina por ser más racional, más justa.

El fútbol, pese a todo, parece penetrar en los Estados Unidos: los dibujitos de Google dedicados al Mundial, la cobertura especial del New York Times, las pantallas en todos los rincones, un equipo a punto de pasar de ronda. Es una buena noticia para el negocio de la redonda –aunque sea repetida. El fútbol lleva 40 años a punto de despegar definitivamente en USA: desde el ’75, cuando el Cosmos se compró al fantasma de Pelé, con envión en el ’94, cuando organizaron el Mundial de la efedrina.

Pero no despega: por ahora la única estrategia que funcionó fue convertirlo en un deporte de mujeres que no compitiera por los hombres con el basket, el baseball o el fútbol local. Los grandes jerarcas mundiales tienen claro que el fútbol necesita este mercado: de los cuatro países más poblados, Estados Unidos es el único que viajó a Brasil. Ni China ni India ni Indonesia: unos 3.000 millones de insensibles a la supuesta pasión mundial del mundo.

Son duros. La India resiste al fútbol con un bate de cricket en la mano: en un país de 1.300 millones de personas, seis miraron la final de Sudáfrica. La selección china está 103 en el ranking de la Fifa, entre Irak y Guinea Ecuatorial. Han comprado muchos jugadores –normalmente, ladris que van a rebañar millones con sus últimos piques– pero no producen: su Asociación tiene 7.000 federados menores de 18. Allí, el fútbol sirve para que millones apuesten miles de millones a los partidos europeos por la tele –y los escándalos lo ahogan.

Así que, anoche, muchos se alegraron de que Cristiano siguiera fracasando y USA casi se quedara con su lugar en la segunda ronda. Es bueno para el negocio: él, mejor que nadie, lo sabrá comprender.

PamplinasMundial 12. La gran promesa

Por: | 22 de junio de 2014

Ahora solo falta que jueguen al fútbol. Seguramente llegará el momento: creemos que llegará. Esto promete.

La Argentina es un país con suerte que no sabe aprovechar su suerte. Nos caen los dones, se nos caen. Tenemos esas pampas: a principios del siglo XX nos hicieron ricos; nos pasamos el siglo despilfarrando esa riqueza sin crear otras fuentes. A principios del siglo XXI, las mismas pampas –ampliadas por la soja– volvieron a derramar sus frutos: seguimos sin usarlos para hacer un país. En los ochentas Maradona fue la carne: lo pudimos aprovechar un campeonato. En los dos mil Messi es la soja; todavía no supimos. Pero está claro que esa riqueza está, debería enriquecernos: la Argentina siempre fue una promesa esplendorosa –nunca dejó de ser una promesa.

Nadie duda de que este equipo debería ser un gran equipo. Por ahora, es la rara red que rodea al héroe adormilado. Si el joven Messi mostraba algo especialmente sorprendente es que era Messi todo el tiempo. Ahora lo es por estallidos aislados, infrecuentes: no alcanza. (Cuando terminó el partido me puse a ver videos suyos: si aquel pibe jugara todo sería tan fácil. El que está ahora tiene el mismo manejo de la pelota, un tercio de la velocidad, un cuarto del empuje.)

A su alrededor brilla la dificultad argentina para cualquier tarea de equipo. Y los problemas técnicos de jugadores que suelen tener la mejor técnica: Gago, Higuaín, Agüero, Di María estaban peleados con la bola, huía de sus zapatos. Supimos fallar en los controles antidoping; ahora, más modestos, fallamos en los de la pelota. El conjunto tampoco funcionaba: nadie lo conducía. Se amontonaban jugadores; ante un contrario replegado no corrían al claro, no aceleraban, no cambiaban de ritmo; intentaban entrar por el centro lleno de piernas o echaban centros a un área cargada de iraníes –y falta de argentinos.

El partido, sin embargo, fue muy útil: les sirvió a los próximos rivales de Argentina para entender cómo anularla. El truco es darle el campo, obligarla a jugar un juego de armazón y paciencia para el que no se preparó. Hay un debate casi filosófico: los que creen que cuando vengan los contrarios serios los argentinos van a poder hacer su juego; los que creen que cuando vengan no van a dar la talla.

Nada permite anticiparlo. Por ahora seguimos dependiendo de los arrestos del muchacho: le alcanza con despertar de pronto, legañoso, itifálico. Nos sigue salvando, a la argentina, el héroe individual: suerte, el monocultivo. Así nos va: la promesa de siempre.

PamplinasMundial 11. Los siete ticos

Por: | 21 de junio de 2014

Hay días en que la Fifa es transparente. Para una institución que dedica tanto esfuerzo a hacerse opaca, tiene morbo. Ayer, cuando decidieron que siete jugadores de Costa Rica debían pasar por el examen antidoping, estaban diciendo algo tan obvio: hay un orden y no jodan con eso. Costa Rica, sabemos, acababa de ganarle a Italia y repatriar a Inglaterra.

El orden está claro: en el fútbol hay países centrales y países periféricos. Países compradores de talento, países vendedores de materia prima: Europa, por un lado, Lationamérica y África por otro. El sistema lleva dos o tres décadas a full, pero estos últimos años la globalización de la tevé hizo que se extremara: el viejo truco de la desigualdad. Buena parte de la audiencia mundial mira más los partidos centrales –la Premier, la Liga, el Calcio– que los locales. O –como en Argentina– miramos los propios por lealtad, por viejo afecto; para ver juego miramos los ajenos. Ir a la cancha es la emoción; si queremos buen fútbol lo vemos por la tele.

Y, sin embargo, cada cuatro años todo se conmueve. En los Mundiales cada país se tiene que buscar la vida con lo que le tocó en la ruleta de su geografía, sus razas, su cultura. Es lo más atractivo de esta copa: en un deporte definido por la plata, podrido por la plata, la plata deja de ser, un mes, lo decisivo. Y los reyes pueden quedar desnudos.

Está pasando –más que otras veces– estos días. Cuando solo se jugaron dos partidos, las selecciones de las dos ligas más ricas del mundo ya quedaron afuera. España e Inglaterra caducaron y el martes Uruguay podría mandar a casa a Italia, la tercera.

Es todo un dato –y es, seguramente, toda una pérdida para el negocio Fifa y sus empresas asociadas. Por eso, quizá, para dar un ejemplo, la rabieta que terminó con siete ticos meando en un frasquito.

Por lo que les importa. Ayer Costa Rica consiguió el triunfo más importante de su historia futbolera. Un triunfo tan inesperado:

–Con ese grupo que les tocó no tienen chance. Si yo fuera costarricense me pego un tiro en las bolas.

Dijo el sábado pasado el profeta Diego Armando –y se ganó la antipatía de cuatro millones más. Les dicen “ticos”: es la medida de un país chico, tranquilo en esa zona de conflicto, orgulloso de su pacifismo y de su educación y sus volcanes, que recién se despierta de unos años de inacción y corruptela y sale en las encuestas como uno de los más felices de este mundo. Un país que vivía en los confines del planeta fútbol y que, de pronto, dijo acá estoy yo y gritó pura vida.

El País

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