Por: Carles Geli08/02/2010
La literatura necesita literatura. Épica. Como el fútbol. ¿Qué no lo requiere, hoy?¿Cómo ve(nde)r ese libro o autor si no es con una gran historia detrás y desmarcarse así de los 72.981 títulos restantes publicados sólo ese mismo año? Para entendernos: amamos aún más a nuestro entrañable héroe Martin Eden, por ejemplo, porque Jack London lo pasó de marinero inculto a escritor de pro sólo por amor a una mujer inalcanzable. Ya en la vida real, nos admira el valor de Mercedes Barcha y la fe en sí mismo de Gabriel García Márquez que les llevó a empeñar hasta el más imprescindible electrodoméstico, ciegos de confianza en la que sería Cien años de soledad y de la que sólo pudo enviar al editor la mitad porque ni les llegaba para pagar el franqueo del texto completo.
Casi simultáneamente, las huestes de Carlos Barral fabricaban en España el mito del escritor-obrero a partir del hallazgo de Juan Marsé. En la que sería la primera entrevista al escritor (Solidaridad Nacional, 2 de diciembre de 1960), el entonces meritorio Manuel Vázquez Montalbán titula: "Juan Marsé, el novelista encerrado con un solo juguete", pero ha colocado el antetítulo: "Joyero hasta las tres de la tarde, novelista de tres a nueve". Eso por no hablar de la fotografía del personaje en camiseta en el taller o la más hiriente secuencia de El cónsul de Sodoma, donde Jaime Gil de Biedma escribe al joven Marsé las características del Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa. Había que apuntalar la incipiente leyenda.
"Me gusta Marsé, pero lo que menos de él, precisamente, esa moralina de izquierdas, esa reivindicación del charnego y del obrero, por demasiado explícita", argumenta David Monteagudo, autor de Fin (Acantilado), libro-revelación de 2009. A él también le ha caído el mito del escritor-obrero. Motivos hay: empezó a trabajar a los 17 años, luego montó estands ("Costaba cobrar; siempre supe que allí nunca llegaría a nada") y desde hace 13 trabaja en una fábrica de cartonaje.
Argumentos, se dan, pero "esto del escritor obrero hoy no tiene sentido, ese rollo de culturizar al obrero para sacarlo de su condición de explotado. Aohra, en plena homogeneización de lo pequeño burgués, lo mío es sólo una curiosidad estadística: casi todo escritor es maestro o periodista". Pero sí es un obrero de las letras. Y estajanovista: incluida Fin, Monteagudo tenía 10 libros en el cajón escritos en los últimos ocho años. Siete son novelas; dos, relatos y un tercero unas memorias de 500 páginas que llegan hasta que cumplió los ocho años. A punto ya tiene (para Acantilado) Cuentos que acaban mal ("Muy breves, de dos o tres páginas; de 12 el más largo") y Brañaganda, novela "de ambiente rural gallego y con un hombre-lobo en medio de un duelo gótico entre superstición y razón". Insisto: ¿rastro fabril? "Algún cuento ambientado en la fábrica, pero siempre he separado mi vida de mi literatura; la fábrica no me aporta más que 1.200 euros al mes". Quizá no haya etiqueta, pero hay épica. Suficiente.
comentarios 8
Publicado por: replica handbags 08/02/2010
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