Por: Ángela Molina11/02/2010
Si alguna vez hubo un pintor americano que cargó la cultura dadá a la espalda, como un caracol errabundo, y la utilizó de losa para finiquitar el mito expresionista, éste fue Robert Rauschenberg. Nacido en 1925 en Port Arthur, Texas, ciudad de refinerías de petróleo, murió en 2008 en su casa-estudio de Captiva Island, Florida, unos meses antes que su amigo el bailarín Merce Cunningham, con quien colaboró diseñando los figurines y decorados de sus coreografías.
Durante los años cincuenta, su obra marcó un cambio decisivo en las costumbres del mundillo artístico de Nueva York. Tras su paso por París, Roma, Florencia y el Black Mountain College de Joseph Albers, Rauschenberg europeizó la pintura, la convirtió en un lenguaje menos jactancioso y arrogante al incorporar en ella múltiples materiales y técnicas que combinaba aleatoriamente. Descubrió que los objetos que otros habían desechado, en una sociedad como la suya de sobreabundancia, podían cobrar nueva vida. Su Monograma (hoy en poder del Moderna Museet de Estocolmo), una cabra de angora disecada dentro de un neumático de coche, tuvo una buena acogida cuando fue presentada en 1959 en una galería de Nueva York, en la que también se incluían obras de su entonces compañero Jaspers Johns. En ese momento, Rauschenberg fue consciente de sus ambiciones pictóricas.
En 1964, a la edad de 38 años, Rauschenberg recibió el Gran Premio de Pintura en la 32 Bienal de Venecia, un acontecimiento que puso de manifiesto la rivalidad entre Nueva York y París por el liderazgo de las artes visuales. Aquel reconocimiento interrumpió la sucesión de galardones concedidos después de la Segunda Guerra Mundial a maestros europeos anteriores a ella. En la década de los ochenta, la atención de Rauschenberg dio un giro hacia la exploración de las propiedades reflectivas y escultóricas del metal. Los poéticos y humorísticos Gluts (Excedentes) constituyeron su primer conjunto de obras de este nuevo material, eran objetos mínimos o muy elaborados hechos con salpicaderos de coches, señales de tráficos, persianas, tambores de lavadoras o tubos de escape. El origen de los Gluts estaba en el excedente de petróleo en el mercado norteamericano que provocó una caída en picado de la economía de la zona de la costa del golfo, de donde era el pintor. El “exceso” petrolífero había llevado al estado a la recesión y convertido el paisaje rural en páramo abandonado y decadente, con un fondo escalofriante de gasolineras cerradas, coches abandonados y barriles de petróleo oxidados. El Guggenheim de Bilbao muestra en su nueva exposición aquellas señales fantasmales que Rauschenberg revivió con innegable veracidad. Son “tótems de la civilización” cargados de advertencias y esperanza.
Gluts. Robert Rauschenberg. Museo Guggenheim-Bilbao. c/ Abandoibarra, s/n. Hasta el 12 de septiembre
comentarios 7
Publicado por: Gold 11/02/2010
Me gustó este artículo. Totalmente de acuerdo con el autor. Además, adoro relajarme con vino y viajar a Las Vegas, etc.