Por: Babelia Mundial de Fútbol12/06/2010
A las diez y media las calles de Buenos Aires empiezan a despoblarse. Con mi mujer salimos de nuestra casita en Boedo. Se percibe apuro y ensimismamiento en la gente que busca un lugar o un refugio para ver el partido. En la ciudad el frío es polar, llovizna, así que en vez de caminar subimos al auto, cada día más parecido al troncomóvil de Los picapiedra. Por suerte arranca y enseguida llegamos a un Cinemark, malhumorados: el clima no puede ser tan malo y el cielo no puede ser tan gris. ¿Será una señal de que Dios no está hoy con Maradona?
Las cadenas de cine vieron en el Mundial una veta y proyectan en HD los partidos de la selección. Se me ocurrió que valía la pena, para el debut, ver al equipo en pantalla gigante con un centenar de personas prestas a insultar al árbitro, al técnico, al rival y a los propios jugadores. La gente hace cola y está ataviada con camisetas y vinchas de la selección, como si estuvieran en la puerta de la cancha. Un padre de familia, con sus niños y una esposa que, por la expresión de la cara, satisface a duras penas este capricho de su marido, oficia de pájaro de mal agüero: las entradas triplican el costo de un ticket de cine común: 60 pesos. Mi mujer se indigna y me arrastra fuera del cine: "son unos usureros, ni loca".
Gracias a la ausencia de tráfico, llegamos en cinco minutos a Pan y arte, un bar en plena calle Boedo que importa, con sus desayunos orgánicos y su menú “artesanal”, las tendencias del barrio de moda: Palermo. Un cañón proyecta sobre un fondo blanco las caras un poco zoomorfas de los jugadores argentinos abrazados durante el himno nacional. Nos sentimos como en el cine, pero con desayuno y mesa. El cambio de planes parece óptimo hasta que empieza el partido y descubrimos que no hay clima mundialista: el público está compuesto por parejas mayores domesticadas, que no insultan ni arengan a los jugadores. Apenas se emocionan con las seis jugadas claras de gol que tiene la selección a lo largo del partido, y sufren con un racional “ahhhhh”, “uhhhhhh” el envión final de los nigerianos, que terminaron más enteros, corriendo como antílopes, en contraste con los nuestros, sacos de huesos que se les verán negras si tienen que jugar un alargue contra Alemania, Francia o Inglaterra.
El partido pudo resolverse en el primer tiempo, pero a medida que pasaron los minutos y la pelota no volvió a entrar en el arco pese a las jugadas y paredes iluminadas de Messi con Verón –que corrió como a sus veinte y debió salir veinte minutos antes del final–, el partido se complicó y un rival mediocre estuvo a punto de lograr un empate ante un equipo semipostrado y satisfecho con una merecida mínima diferencia.
Hay una constante a destacar en este mundial: no el buen juego, sino el endemoniado balón. Con él resulta muy difícil hacer goles y jugadores brillantes del Manchester, Chelsea y Barcelona, parecen novatos en la definición. Es imposible que la Jabulani –tal es el hombre del balón– baje y agarre efecto. Ningún tiro libre, hasta ahora, pasó cerca del travesaño. No me imagino una definición por penales con esta pelota de volley: ¿un patético 1 a 0? Sigo pensando que la Tango y la Jalisco, los balones míticos de mi infancia, no han sido superados. Tenían, claro, la consistencia y el peso de un sueño realizado.
* Oliverio Coelho (Buenos Aires, 1977). Su último libro es Parte Doméstico (Emece, 2009). Administra el blog conejillodeindias.blogspot.com.
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comentarios 9
Publicado por: Vermont 12/06/2010
Excelente crónica. Para la próxima, arriesga un marcador.