Por: Babelia Mundial de Fútbol28/06/2010
OLIVERIO COELHO sigue a la selección de Argentina
Cuatro años atrás, en una tarde gris, pasé por la casa de mi padre para ver el partido por octavos de final de la selección argentina. En aquel mundial de Alemania, mi padre había recuperado el entusiasmo por la selección, después de dieciséis años, y había declinado su escepticismo militante respecto al futuro del jogo bonito en su versión criolla. Según él, nuestra época de oro había pasado, y la selección, como todos los equipos del fútbol local, no daba la talla de las viejas glorias que él recordaba haber visto jugar –desde Labruna y Distéfano, a Bochini y Maradona–. “Parece que ahora están jugando bien”, admitió entonces, contrariado y a la vez seducido por la posibilidad de abandonar su escepticismo ante la aparición de Messi y Tévez.
Lo cierto es que, como ni él ni yo teníamos televisión, fuimos a la estación de servicio que lo abastecía de cigarrillos y comida recalentada a altas horas de la noche. Ocupamos una de las pocas mesas libres en ese no lugar que es un autoservicio. Quizás por efecto del clima anónimo, más de terminal de ómnibus que de bar porteño, el escepticismo enseguida volvió a tomar a mi padre: “México está jugando mejor, nos pasa por arriba”. Todos los presentes estaban estupefactos. Gol del Rafa Márquez, y sonrisa satisfecha de mi padre, que luego no gritó ninguno de los dos goles argentinos y pareció abstraerse en tiempos pasados. Unos días después, como un personaje de Onetti, él estaba de vuelta en su limbo nostálgico, deleitándose con la vida trágica de ciertos mitos del deporte –Garrincha y Bonavena eran sus preferidos– y no se animó a madrugar para ver el partido fatídico contra Alemania.
Desde el comienzo, el partido de hoy pareció un calco de aquel encuentro en el 2006: un México enardecido que no permitía que Argentina dominara el juego y pateaba al arco con una regularidad y una intensidad irreverente. Otra vez en Buenos Aires la tarde era gris. Otra vez, pese a mi amor confeso por México y su literatura, me veía del lado argentino, y me maravillaba ante el coraje y el honor de los jugadores aztecas para caer de pie, sin pedir misericordia.
Sin embargo ésta vez hubo una gran diferencia: nuestra selección tuvo a Dios de su lado y se puso en ventaja gracias a dos fatalidades encadenadas –un error del árbitro y una falla obscena del central Osorio– y a un milagro de Tévez. Ahora, en un pesadillesco déjà vu, deberemos chocar con nuestro destino clásico: una Alemania que con Özil y Müller parece una versión estetizada de la del 2006, aunque ya no es local y no tiene un arquero ataja penales.
Las simetrías con el anterior mundial no se reducen a una promisoria actuación en primera ronda, a una goleada, a los rivales de cuartos y octavos. La ilusión que despierta este equipo en realidad me remite a la generada por selección de Pekerman en el 2006, aunque entonces llegábamos como favoritos y ahora simplemente como actores de reparto. Aquella eliminación está viva en el recuerdo de todos. No hay nada tan traumático como una eliminación por penales, y nada tan impune como un triunfo por penales –esto lo conocemos bien–. Sería más lógico restablecer el gol de oro, pero en un tiempo suplementario infinito, y que gane el más fuerte, no el que tenga más suerte. Seguramente la televisión vería afectados sus intereses, pero se eliminaría del futuro esa herida absurda que representa perder empatando.
* Oliverio Coelho (Buenos Aires, 1977). Su último libro es "Parte doméstico" (Emece, 2009). Administra el blog conejillodeindias.blogspot.com.
comentarios 7
Publicado por: JJ 28/06/2010
Emotiva columna Oliverio. Felicitaciones. Ya soy adicto a tus crónicas argentinas.