Por: Babelia Mundial de Fútbol04/07/2010
OLIVERIO COELHO sigue a la selección de Argentina
Las despedidas siempre son difíciles. Después de que se terminan las ilusiones en un Mundial, parece que no queda nada que decir, sobreviene el vacío y una sensación embarazosa de irrealidad: ¿cómo pudo haber ocurrido? Las esquirlas de esta pregunta se perciben en las calles de Buenos Aires: una mezcla de estupor y tristeza en las caras. Hace tiempo que la ciudad no está tan silenciosa. Todo parece haberse detenido por unas horas. Algunos amigos, proclives a las comparaciones y a las alianzas, encuentran consuelo en el cuadro de semifinales: por lo menos tampoco llegó Brasil y sí está Uruguay.Ese vacío con los minutos se vuelve familiar, idéntico a sí mismo: ante Rumania en el 94, ante Holanda en el 98, ante Suecia en el 2002, ante Alemania en el 2006. Cada eliminación prematura –para nuestras pretensiones y nuestro exitismo– resulta una repetida catástrofe que nadie, en las horas previas, creía factible. De alguna manera, quedar afuera de este modo, no por un pelo sino por goleada, sugiere que no sólo hubo incapacidades propias sino –y sobre todo– un gran despliegue del rival. Por alguna razón, quedar eliminado parece más una excepción, como si estuviéramos predestinados a la gloria, cuando a esta altura es casi un hábito nacional. Cada mundial insufla una dosis de fe ciega y la vuelta a la realidad es amarga: una especie de caída libre. No somos lo que creíamos ser. El espejo estaba trucado. Nuestros héroes de pronto se han vuelto mártires. Ante nuestros ojos, un tendal de espejismos, héroes del pueblo listos para ser vivados en Ezeiza, que han quedado desdibujados por el naufragio.
Pasado el momento de desilusión, uno tiende a preguntarse qué hubiera pasado si la selección empataba cuando en el segundo tiempo, durante los primeros veinte minutos, tuvo juego colectivo. O qué hubiera sucedido si Pastore entraba antes del segundo gol. Lo seguro es que con Verón en la cancha desde el principio, el equipo se hubiera organizado y pensado en vez de correr enloquecidamente y delegar todas las posibilidades de juego en arranques individuales. Hoy sobraban jugadores talentosos, pero faltó un pensador que potenciara la mística del equipo y lo reorganizara. Hasta ahora, la selección no había enfrentado a ningún rival difícil que obligara a pensar y ordenarse. Ante un rival más exigente que los de primera fase, en octavos la selección ya había mostrado grietas y sufrido. Maradona no leyó ese llamado de atención y plantó en la cancha al mismo equipo desequilibrado. Confió en sus jugadores, los bendijo con la dosis de afecto, confianza y fe que caracterizó este ciclo, pero no improvisó ninguna variante táctica para enfrentar a un rival poderoso. Confió en los elegidos, en Dios, en el azar, sin notar que a veces la mano del hombre puede cambiar el curso del destino.
En algún momento yo mismo creí que la mística y las dosis de confianza alcanzarían para llegar a la final. Pero lo cierto que la mística y la sed de gloria no alcanzan para enfrentar a una selección como la alemana, que hoy dio lección de juego colectivo, suficiencia táctica y grabo en la historia de la Argentina en los mundiales un final que podría haber sido muy distinto.
* Oliverio Coelho (Buenos Aires, 1977). Su
último libro es Parte doméstico
(Emece, 2009). Administra el blog conejillodeindias.blogspot.com.
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Publicado por: Funcionario 04/07/2010
Alegría, alegría y alegría de ser español