Por: Babelia Mundial de Fútbol04/07/2010
DOMINGO VILLAR sigue a la selección española
No creí que llegara a ver esto. España es semifinalista de un Mundial. Un país en peligro de derrumbe se merecía una alegría así. Estos jugadores también. Por parecer tipos normales. Por saberse privilegiados. Un grupo de amigos felices, halagados por la responsabilidad de representar a los demás. Un equipo en el que todos brillan pero nadie es estrella. Lo nunca visto: genios solidarios. Son como Induráin, que nunca abandonó el plural. “Hemos atacado en el Alpe d’Huez”, decía de sí mismo al llegar a la meta y en casa resoplábamos como si hubiésemos pedaleado con él.
Hoy lo hemos pasado mal. En la primera parte no jugamos a nada. Los paraguayos no nos dejaron. Fueron a lo suyo: obsesionados con no recibir un gol, con desbaratar los trucos de magia, con encadenar al prestidigitador… El caso es que no había función y al descanso yo desconfiaba.
Recordaba como una película de terror aquel otro Paraguay que nos había mandado a casa ocho años atrás y que había sido un muro para todos sus rivales. El equipo de Ayala y Gamarra, aquellos dos centrales que durante aquellos días parecieron Beckembauer, tuvo que ser eliminado por Francia y de milagro, como hoy, a siete minutos del final.
Al comenzar la segunda parte la cosa no mejoraba y me convencí de que sería el día de Cesc si le daban oportunidad. Pensaba que él podía poner el picante que el equipo necesitaba. Por eso cuando Del Bosque lo sacó al campo mandé un mensaje a mi hermano: “Esto va a cambiar”, le escribí.
Y vaya si cambió: acababa de darle al botón cuando nos pitaron penalti en contra. Intenté parar el mensaje, pero era tarde. Menos mal que atajó Casillas. Y a los dos minutos otro penalti a favor. Y luego otro más de propina. Yo miraba mi teléfono asombrado. No eran los cambios que había previsto (Cesc aún no había tocado la pelota), pero no cabía duda de que el partido era otro.
Llevo todo el Mundial esperando que el balón sea un conejo que vaya de una chistera de nuestros magos a otra hasta la portería rival. Hoy se resistió tanto que hubo que llevarlo a rastras, al puñetero del conejo. Sin magia ni nada: estampándolo en un palo, luego en otro y, como aún no parecía convencido, en otro más. Gol, y todos mis vecinos gritaron tanto como yo.
Un país en peligro de derrumbe se merecía una alegría como esta. Un poco de opio bueno que nos ayude a caminar. España es semifinalista de un Mundial y lo mejor es que no me conformo. No creí que llegara a ver esto. Por cierto, aquella Francia que también eliminó a Paraguay faltando siete minutos ganó después el Mundial.
Hoy voy a dormir feliz, pero no me conformo.
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Publicado por: Funcionario 04/07/2010
Alegría, alegría y alegría de ser español