Por: Winston Manrique Sabogal11/08/2010
"Cuando me desperté, la brillante luz de la mañana penetraba en el almacén por todas las rendijas de los tablones de madera. Ya hacía calor. Mi padre no estaba allí. Tampoco estaba su escopeta colgada en su lugar habitual. Sacudí a mi hermano para que se despertara y, semidesnudo, salí al umbral del almacén. Una claridad implacable inundaba la carretera y la escalera de piedra. Los niños de la aldea ya correteaban por allí gritando como cachorros; algunos estaban de pie distraidamente inmóviles, otros despulgaban a su sperros tumbados al sol, con los ojos entornados por la intensidad de la luz (...) En toda la aldea ni un solo adulto. Las mujeres, invisibles, debían de permanecer dentro de las casas. Solo quedaban los niños, envueltos por el sol que caía a raudales. Una extraña inquietud embargó mi corazón...".
No iba desencaminado. Aquel verano japonés acababa de inaugurar una nueva vida que esos niños aún ignoraban. La lejana y aplastante realidad se precipita y empieza a colonizar la candidez, la ingenuidad, la despreocupación, las risas, el hallazgo de los sentimientos y la sexualidad. Sólo que en esta novela breve, o cuento largo, del premio Nobel japonés Kenzaburo Oé (Ose, 1935) titulada La presa los dos mundos afrontan un duelo donde la niñez se resiste a partir mientras los niños viven la irrupción de responsabilidad y tragedia con el asombro de sus propias búsquedas y descubrimientos. Un festivo destello al final de la guerra del Pacífico en una aldea extraviada de Japón y cercada de bosques y futuros temores. Muchos son los veranos de iniciación en niños y jóvenes donde la felicidad se ve truncada por lo desconocido y renegado, y narrada por grandes escritores; pero he elegido este verano de Oé por lo que guarda de extraordinaria su forma de poner a convivir en un breve lapso el mundo inevitable que llega y el inolvidable que se va; donde la belleza visible y espiritual anida en la tragedia, y al revés también; y por su claro rechazo a la guerra y a la violencia. Asombro y vacilaciones, y heroísmo y risas e incertidumbre hoy en este homenaje que rinde el blog de Babelia al periodo estival en su serie Veranos literarios mostrando el paso de la infancia a la vida de verdad. Pero es hora de retomar la historia de Kenzaburo Oé y contemplar su mundo:
"¡Eh! ¿Sabes lo que ha ocurrido? -me gritó al tiempo que me daba una palmada en el hombro-. ¿Lo sabes?
- ¿Qué? -vacilé.
-¡El avión que vimos ayer se estrelló anoche en la montaña! ¡Todos los hombres están batiendo la zona, con sus escopetas, para encontrar a su tripulación!
- ¿Piensan matar a los soldados enemigos? -preguntó mi hermano, agitado. (...)
- ¿Qué cara deben tener los enemigos? -preguntó mi hermano. (...)
Me parecía notar la presencia de soldados extranjeros ocultos en todas partes, conteniendo su aliento en todos los prados y en todos los bosques que, desde el fondo del valle, rodeaban la aldea; tenía la sensación de que el débil rumor de su respiración se ampliaría y estallaría de repente en un formidable estruendo. El olor de su piel correante de sudor, y el violentamente agresivo de sus cuerpos, flotaba sobre el valle como si se tratara de un fenómeno atmosférico estacional.
-¡Me gustaría que no los mataran, que se limitaran a capturarlos y traerlos aqui! -dijo mi hermano, soñador.
Bajo la luz del sol, que caía a raudales, teníamos la garganta seca, la saliva pastosa y el vientre vacío hasta el punto de sentir el epigastrio contraído. (...)
Permanecimos allí largo rato, adormilados; después, al llegar la tarde, fuimos a bañarnos al manantial que alimentaba la fuente de la aldea.
Allí Morro de Liebre, tumbado completamente desnudo en la losa más ancha y más cómoda, dejaba que las chiquillas acariciaran su sexo rosado, como si fuera una muñequita. Congestionado, con una risa tan estridente como un chillido de pájaro, de vez en cuando daba una sonora palmada en el trasero, también desnudo, de una niña.
Mi hermano se acuclillo al lado de Morro de Liebre, y observaba con mucha afición la festiva ceremonia, de la que no se perdía detalle. Yo salpiqué de agua a la horrible chiquillería que, entre baño y baño, holgazaneaba bajo el sol al borde del manantial. (...)
Después las luces del crespúsculo palidecieron y un viento fresco, acogido gozosamente por la epidermis todavía abrasada por el sol del día, comenzó a soplar desde las profundidades del valle. Acompañados por los ladridos de los perros, los hombres regresaron a la aldea, una aldea que no soportaba el silencio sin esfuerzo y cuyo espíritu había sido sometido a una dura prueba por la penosa espera. Junto con los demás niños corrí a su encuentro. Fue una sorpresa para mi descubrir, rodeado por nuestros mayores, a un gigante negro. Me quedé petrificado de miedo.
La comitiva avanzaba, con los labios apretados gravemente, rodeando la "presa". (...) Inmediatamente detrás de los hombres que escoltaban a la presa iba el enjambre, silencioso, como está mandado, de la chiquillería. (...)
El ruido de nuestros pies sobre las piedras engendraba un miedo que nos perseguía. (...)
Una tarde de canícula, Morro de Liebre propuso llevar al soldado negro al manantial que alimentaba la fuente de la aldea. (...) Una vez desnudos como una bandada de pajarillos, despojamos al soldado negro de sus ropas y saltamos todos juntos al estanque, salpicándonos unos a otros y lanzando gritos. La nueva idea nos encantaba. (...) Cada vez que jugábamos a salpicarle, lanzaba un grito de pollo degollado, hundía la cabeza bajo el agua y permanecía así hasta que por fin aparecía escupiendo agua con un aullido triunfal. Chorreando y reflejando los rayos violentos del sol. Con un alboroto infernal, nos peleábamos salpicándonos en medio de un gran griterio...".
Imágenes: Bañista y El salto de agua,de Cezanne.
Veranos literarios
Buscando flores con Virginia Woolf (10 de agosto)
Escuderos de la locura de Don Quijote (9 de agosto)
Invitados a la fiesta de Scott Fitzgerald (6 de agosto)
Imaginar el mar con Pavese (5 de agosto)
Despertar en la bahía de Mansfield (4 de agosto)
Atajos hacia la felicidad (3 de agosto)
comentarios 4
Publicado por: Tanacrio 11/08/2010
No hombre, si seguramente soy yo el torpe, Oé es un gran escritor (desde luego es muy reconocido) y tal vez no di con el libro adecuado para empezar con él, que fue "Arrancad las semillas, fusilad a los niños", pero os aseguro que lo intenté.
Pregunté a un experto en literatura japonesa, y me dijo que leyera a Murakami, le dije que había tenido con él una experiencia incierta con "La caza del carnero", y me dijo que nada de carneros, que leyera "Kafka en la orilla", y tengo previsto hacerle caso.