Por: Winston Manrique Sabogal13/08/2010
"Días pasaron, semanas, y bajo plácida vela el marfileño Pequod había lentamente surcado cuatro distintos caladeros; el de las Azores; el de las Cabo Verde; el de la Plata (así llamado), al estar en aguas de la desembocadura del Río de la Plata; y el caladero Carrol, una zona acuática no delimitaba al sur de Santa Elena.
Fue mientras se deslizaba por estas últimas aguas que una serena noche de claro de luna, cuando todas las olas ondeaban como rodillos de plata; y con su suave, envolvente borbotear, creaban lo que parecía un argénteo silencio, que no soledad: en tan silenciosa noche, un surtidor plateado fue visto muy por delante de las blancas burbujas de la proa. Iluminado por la luna, parecía celestial; semejaba algún dios emplumado y refulgente que surgiera del mar."...
O por lo menos un protegido de Neptuno. Desafiante, peligroso, escurridizo y visible a los ojos mortales sólo cuando le viene en gana. Así era Moby Dick, el motivo de la existencia del capitán Ajab, cuyo odio y deseo de venganza hacia esa ballena blanca sirvieron a Herman Melville (Estados Unidos, 1819-1891) para crear una de las obras maestras de la literatura. Por eso hasta allí, en esos mares tropicales y veraniegos del Atlántico y del Pacífico, donde se desata y libra el duelo homérico entre esas dos criaturas, va este fin de semana esta serie de Veranos literarios, del blog de Babelia. No hagamos esperar a Viejo Trueno, como llamaban a Ajab, y abordemos el Pequod para escuchar ese viento marino mensajero de miedos, ver los terrores en los ojos de la tripulación y envidiar su osada valentía, palpar el placer del peligro y sentir las pulsaciones de la obsesión de Ajab por acabar con Moby Dick. Volvamos, entonces, a aquella noche espolvoreada de luna donde se alzó refulgente el chorro de Moby Dick que daría inicio a una persecución de la vida y la muerte. Ssshhh, la mansedumbre nocturna de las aguas no presagian nada bueno... y el rumor del silencio lo rompe un jubiloso grito de guerra:
"¡Allí resopla! ¡Allí resopla! ¡Una joroba como un monte nevado! ¡Es Moby Dick!
Inflamados por el grito que pareció ser coreado simultáneamente por los tres vigías, los hombres de cubierta se precipitaron a la jarcia para observar a la famosa ballena que tanto tiempo habían estado persiguiendo. Ajab ya había alcanzado su pértiga de destino, unos pies por encima de los otros vigías. (...) A los crédulos marineros les parecía el mismo silencioso chorrear que hacía tanto tiempo habían observado en los océanos iluminados de luna del Atlántico y el Índico. (...) Con ondulante celeridad, directos a sotavento, Ajab encabezaba el asalto. Un pálido fulgor mortal prendía los hundidos ojos de Fedallah; una espantosa mueca roía su boca. (...)
Así, a través de la serena tranquilidad del mar tropical entre olas cuyo chapotear quedaba suspendido por exceso de arrebato, Moby Dick avanzaba, privando aún a la vista de todo terror de su tronco sumergido, ocultando el abyecto espanto de su mandíbula. (...)
En una larga fila india, los pájaros blancos volaban todos hacia la lancha de Ajab; y al llegar a unas pocas yardas, empezaban a aletear allí sobre el agua, girando una y otra vez alrededor jubilosos y expectantes gritos. Su visión era más aguda que la del hombre; Ajab no podía descubrir señal alguna en el mar. Pero de pronto, al escudriñar más y más hondo en sus abismos, observó en la profundidad un punto blanco vivo, no mayor que una comadreja blanca, ascendiendo con prodigiosa celeridad, y magnificándose al remontar, hasta que giró, y entonces se revelaron claramente dos largas filas retorcidas de relucientes dientes blancos ascendiendo a la superficie desde el inexorable fondo. La centelleante boca se abría de par en par bajo la lancha como una tumba de mármol abierta; y dando un golpe lateral con su remo de popa, Ajab hizo girar el bote apartándolo de esta tremenda aparición. (...)
Toda ésta, entera, tembló durante unos instantes; la ballena, tumbada oblicuamente sobre su lomo a modo de un tiburón al morder, metiendo lenta y cuidadosamente toda la proa dentro de su boca, de manera que la enroscaba, larga y estrecha mandíbula inferior se rizó hacia lo alto al aire libre, y uno de los dientes se enganchó en un tolete. El blanco azulado, perlino, del interior de la mandíbula estaba a seis pulgadas de la cabeza de Ajab, y se alzaba más que ella. En esta postura la ballena blanca sacudía ahora el endeble cedro como un gato gentilmente cruel a su ratón. (...)
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comentarios 23
Publicado por: Tadey 13/08/2010
Dije que me parecía una escritora horrible. No dudo de que pueda ser una mujer fantástica, estupendibérrima, inteligente, maravillosa amiga y mejor amante. Posiblemente lo sea. Pero pienso que adolece de cierto problema en lo que atañe a su profesión: no escribe bien. Y no me refiero a que no pone las comas en su sitio, que para eso es maravillosa, sino que sus libros no tienen chicha alguna.
Ana Kareninia ya lo leí hace 4 años. El que no leí fue Guerra y Paz, como señalaba en la entrada anterior. Compré sin darme cuenta una edición reducida (de esas que promulga Rosa y que cada vez son más habituales) error que, por supuesto, solventé presto y veloz. Ahora me está mirando. Me desafía. Hay algo
de sexual en esta tensión.
Espero que disfrute de su libro.