Por: Winston Manrique Sabogal25/08/2010
"Al atardecer, el sol se había ocultado tras el monte Higashi y la zona que circundaba el faro estaba sumida en las sombras. Un halcón trazaba círculos en el cielo brillante por encima del mar. (...) El sol se había puesto por completo cuando un joven pescador subía apresuradamente por el sendero de montaña que conducía desde la aldea hasta más allá del faro. (...) Apoyada en un rimero de pesados bastidores de madera, a los que por su forma llamaban ábacos y que estaban sobre la arena, había una joven desconocida. (...) El muchacho pasó a propósito por delante de ella, y de la misma manera en que los niños se quedan mirando un objeto extraño, se detuvo y la miró a la cara".
¡Ahí está! Acaba de ocurrir. Aún no saben lo que es, pero intuyen que lo quieren. Es un destello. El fulgor del amor que surge en estos dos adolescentes desconocidos creados por Yukio Mishima (Japón 1925-1970) en El rumor del oleaje. El escenario de Hatsue y Shinjie es Utajima, una pequeña isla japonesa alejada del mundo, o donde éste apenas la ha rozado, cuyos pobladores viven de y por la pesca. Una obra en la que la tradición de Japón y de la Grecia clásica se fusionan armoniosamente en unas páginas que muestran cómo es la cultura japonesa y cómo el Amor del mundo de las ideas de Platón parece residir allí. Allí, en Utajima, donde el tiempo predominante es el frío y el verano asoma cada año como un periodo de verdadera transición, pero con días decisivos y definitivos donde aparentemente no sucede nada pero en los cuales los derroteros de lo creado y surgido durante los días helados delinea su rumbo. Tradiciones y códigos morales y familiares que rodean a Hatsue y Shinjie que tras aquel cruce de miradas juntarán sus destinos sin saberlo. Mishima hace despertar en el lector los cinco sentidos donde el rumor del oleaje y del viento, los olores del mar, el contacto del sol o el calor de las fogatas sobre la piel, la belleza del paisaje, las personas y las escenas de sus quehaceres y los sabores del pescado y de la misma agua del mar están presentes en la novela. Y, claro, el hallazgo del temblor de las emociones y los sentimientos extrañamente felices. Todo ello como fondo de un amor candoroso que deberá transitar por un sendero serpenteante, a veces dando algún rodeo, mientras vemos al pueblo y sus costumbres. En este espacio e idilio de ensueño se detiene Veranos literarios, la serie del blog de Babelia donde se rinde tributo a los elementos que caracterizan la época estival. Hoy en el primer amor surgido a partir de aquella mirada curiosa que lanza el joven Shinjie a la linda Hatsue. Ellos no saben lo que es, pero saben que lo desean, y es así como juntos están a punto de empezar a caminar por la dichosa ruta desconocida del romance. Y aquel destello será fulgor y ese fulgor será fuego, a partir de ahora:
"La chica juntó ligeramente las cejas, pero siguió contemplando el mar sin volver los ojos hacia el pescador.
Él finalizó su silencioso examen y se apresuró a proseguir su camino. En aquel momento tan solo experimentó el vago placer de la cuirosidad satisfecha, y ahora, transcurrido un buen rato, cuando subía por el sendero que llevaba al faro, se dio cuenta de lo grosera que había sido su inspección. La vergüenza le coloreó las mejillas. (...)
- Dios del mar, te pido que el mar esté sereno, que la pesca abunde y que nuestro pueblo sea cada vez más próspero. (...) Y ahora me gustaría hacerte una petición diferente... Concede algún día, incluso a una persoan como yo, una novia hermosa y de buen corazón... digamos una chica como la hija de Terukichi Miyata, que acaba de volver...
Durante el trayecto de regreso al faro, Shinji caminó por delante de ella, portando a la espalda la montaña de ramitas de pino. Mientras caminaban, Hatsue le preguntó cómo se llamaba, y entonces él se presentó. (...) Así pues, su bien fundado temor a la pasión por el chismorreo que existía en el pueblo transformó lo que había sido un encuentro inocente en un secreto entre los dos. (...)
El muchacho se quitó los pantalone empapados y los colgó cerca del fuego para que se secaran. Entonces se sentó ante la fogata y se rodeó las rodillas con los brazos. Ya no tenía nada que hacer, salvo esperar. Y en ese estado de ánimo apoyó la cabeza en las rodillas y se quedó dormido.
Cuando Shinji abrió los ojos, las llamas de la fogata ardían con el mismo vigor de antes, como si solo se hubiera amodorrado unos instantes. Pero una sombra extraña y confusa estaba en pie al otro lado del fuego, frente a él.
Quien estaba allí era una muchacha desnuda, con la cabeza inclinada y sosteniendo una camisa blanca para que se secara. De pie y con ambas manos, de las que pendía la camisa, extendidas hacia las llamas, revelaba todo el torso. (...)
Entonces ambos se quedaron quietos, mirándose, separados por las llamas.
El muchacho se movió un poco a la derecha. Ella hizo lo mismo. Y allí estaba la fogata, alzándose para siempre entre ellos. (...)
Cuando se aproximaba la temporada del buceo, las jóvenes de la isla sentían la misma opresión en el pecho que experimentan los chicos de la ciudad cuando tienen que enfrentarse a los exámenes finales en la escuela. (...)
Los meses de junio y julio eran los de mayor ajetreo para las buceadoras de Utajima. Trabajaban en los alrededores de la playa del Jardín, en el lado oriental del cabo Benten. (...)
Como su nombre sugería la playa del Jardín tenía las características de un jardín escénico.Numerosos peñascos de caliza rodeaban la playa, y parecían haber sido colocados allí a propósito para que los niños pudieran ocultarse y disparar sus pistolas cuando jugaban a indios y vaqueros. (...)
Las buceadoras que se habían quedado en tierra se reunieron en torno al viejo buhonero y entonaron canciones.
El agua era clara y azul, y cuando no había oleaje se veían con nitidez los cantos rodados del fondo, que, recubiertos de algas rojas, parecían flotar cerca de la superficie, aunque en realidad se hallaban a un aprofundidad considerable. Allí las olas alcanzaban gran altura y arrojaban sonbras y refracciones de espuma sobre las rocas del fondo oceánico cuando las cubrían. entonces, en cuanto una ola había alcanzado su máxima altura, rompía en la orilla, y una reverberación como la de un hondo suspiro inundaba la playa, ahogando el canto de las mujeres. (...)
El muchacho prestó atención a los ruidos de la tormenta. El tifón se encontraba directamente encima de la hermosa cabeza del muchacho. (...) A la mañana siguiente, cuando Shinji abrió los ojos el sol se derramaba en su almohada. A través del redondo portillo contempló el cielo azul y nítido como el cristal tras el paso del tifón, el panorama de colinas desnudas bajo un sol tropical, el brillo de un mar plácido y en calma."
El rumor del oleaje (Alianza). Yukio Mishima. Traducción de Keiko Takahashi y Jordi Fibla.
Imágenes. Grabados de Hokusai (primero) y de Hiroshige.
comentarios 40
Publicado por: Coucolo 25/08/2010
Curiosamente acabo de terminar el libro hace unos días y me encuentro con este artículo. Coincido en que " Mishima hace despertar en el lector los cinco sentidos donde el rumor del oleaje y... " he sentido eso mismo en algunos momentos con una intensidad que me sorprendía.
Pero "la tradición de Japón y de la Grecia clásica se fusionan armoniosamente... " no le he captado así en ningún momento.
De todas formas muy buen artículo.